lunes, 14 de junio de 2010
LOS CONSENTIDOS
“¿Verdad que somos tu generación consentida?”, me preguntó Laurita. Le dije que no, porque al decir sí, mi conciencia podía reclamarme: “Lo mismo le dices a todas”. Estábamos en el restaurante del “Hotel Internacional”. Más de veinte muchachos de la generación 81-84 acudieron a la convocatoria de Luis Felipe Martínez, Faby Flores, Laurita Villatoro y Omar Gómez Cruz.
Dije que no, porque quise ser honesto. Con algunas intermitencias he laborado en el Colegio Mariano N. Ruiz desde 1982, por lo que muchas generaciones han pasado frente a mí y a todas las tengo en mi corazón, en el mismo lugar. En mi caso el afecto anula la ley física que establece que dos objetos no pueden ocupar el mismo espacio.
Sé que la mejor generación del mundo es la generación de cada uno. ¿Cuál es la mejor ciudad del mundo? Donde nacimos o donde vivimos. No hay más. Algunos snobs mexicanos podrán decir que París, Nueva York o Praga, pero, en el fondo de su corazón saben que, como decimos en Comitán, el mejor lugar es donde enterramos el “mushuc”. Por esto entendí perfectamente cuando Luis Felipe Martínez, en su discurso, dejó entrever que la 81-84 es la mejor generación del mundo. Sólo así puede entenderse que Rafa Rovelo haya viajado desde Veracruz para estar en la cena; y que algunos más, como Bety Becerril, hayan subido desde Tuxtla.
¿Qué llevó a estos muchachos a reunirse esa noche? ¿Qué hilo jaló a Lulú García, a Sandy Mandujano, a Quique Mandujano, a Josefina Martínez, a Lorena Melgar y a Paco Solís? ¡Tal vez el hilo fue la emoción del encuentro con los otros para el encuentro con uno mismo! A final de cuentas esto es lo que mueve al hombre. Vi a los muchachos abrazarse con emoción; recordar los tiempos idos; alargar la mano en intento de recuperar algo de ese viento que los unió en los años ochentas.
Los vi emocionarse con la misma emoción del hombre que recuerda un aroma de niñez, un patio, una campana de bronce que llama a misa o a clase. Así vi a Mercedes Gallegos, a Carlos Monjaraz, a Luis Diego Pulido y a Blanca Estela Tovar.
Estos muchachos saben (poco a poco se convierten en sabios) que los rescoldos del fogón están en los lazos afectivos. Por esto los vi abrazarse como si fueran dos brazos de río en busca del mar.
A Laurita quise decirle que sí, que su generación es mi consentida, porque cada uno de estos muchachos significa algo especial en mi vida. Siempre los alumnos enseñan más a los maestros que éstos a aquéllos.
Ahora que los vi, crecidos, enormes, ya con responsabilidades de gente que tiene más de treinta años (muchos de ellos con hijos), traté de hurgar en su corazón y descubrí la esencia que Luis Felipe manifestó: “somos los mismos” (en franco rechazo a lo que dijo el poeta: “los de entonces ya no somos los mismos”). Los vi con su carita de duda ante la vida y su certeza ante el mundo. Quise reunirlos y gritarles que constituyen “la mejor generación del mundo”, pero ya era tarde y yo debía regresar a casa.
Les agradezco la invitación. Fue agradable volver a verlos reunidos y recordar cuando Luis Felipe escribió un enorme “cotz” en el pizarrón (se sabe que “cotz” en Comitán se usa como sinónimo de acto sexual), y la maestra Carol Wiliamson entró al salón y preguntó: “¿Qué significarrr esto?” y alguien del grupo dijo: “Significa: ¡Felicidades!”, y, entonces, la maestra Carol dijo: “Entonces, Cotz parra todos”.