sábado, 26 de junio de 2010
PRESENTACIÓN LIBRO "EL REY EN ACALA"
(El viernes 25 de junio se realizó la presentación del libro "El Rey en Acala", de José Martínez Torres y Antonio Durán Ruiz. Como presentadores estuvimos Marvey Altuzar y un servidor. Paso copia del textillo que leí).
El libro que hoy se presenta da testimonio del viaje que José Alfredo Jiménez realizó a Villa de Acala, Chiapas. Un día, la historia consignará el viaje que a Comitán realizaron el día de hoy los autores de este libro. Y esto será así, ¡es así!, porque una y otra historia sintetizan el destino del hombre: ¡el viaje!
José Martinez Torres y Antonio Durán Ruiz, destacados maestros universitarios, decidieron un día escribir “la historia verdadera de José Alfredo Jiménez en Chiapas”. ¿Por qué escribir un libro con esta historia?
Marvey y yo, privilegiados con la invitación, tenemos una encomienda compleja pero grata: tratar de sintetizar el contenido de este libro a fin de que se interesen por leerlo. Lo deseable es que ustedes, al término de la presentación, adquieran el libro y se vuelvan cómplices de esta aventura.
Si me concretara a leer la información exacta que trae la contraportada habría cumplido tal encomienda. Vean ustedes si no. Leo:
“En 1972, el músico José Alfredo Jiménez visitó Villa de Acala, un pequeño pueblo de Chiapas. Tal hecho marcó un antes y un después en la historia de la comunidad. Este libro quiere dejar por escrito el testimonio de lo que sucedió y busca formar parte de la polémica acerca de lo que caracteriza al mexicano. La reconstrucción de los hechos se atiene a los testimonios de quienes los vivieron. Se da espacio también a los datos aportados por los hijos del artista, y se incluye un estudio literario acerca del compositor y un mínimo contexto histórico de Acala, así como el repertorio de las canciones interpretadas por un hombre que escribió acerca de las heridas, las soledades, las angustias fundamentales, y cuya obra constituye un manantial poético cuya voz ha rebasado el territorio mexicano”.
¿Ven? Todo está dicho. Pero, debo decir a ustedes que este libro es fruto del mérito de sus autores. Si la información es completísima, amena y erudita; y la erudición es sencilla y diáfana; y la amenidad es parte del rigor; y la apariencia de totalidad no es más que la punta del iceberg para ahondar más, es por el buen oficio de los autores.
¿Ahora sí ya todo está dicho? No. Si me permiten concluiré mi participación diciendo que este libro es como un espejo en donde nos reflejamos todos, ¡todos!, sin excepción. Mientras anduve en cantinas jamás oí una canción de José Alfredo. Y esto fue así, tal vez, porque las canciones de José Alfredo no entran directamente al cerebro, sino que, como lapas, se adhieren a la piel, penetran al torrente sanguíneo y se instalan para siempre en ese órgano que se llama corazón. A mí me transfundieron las canciones de José Alfredo mucho antes que yo supiera que el corazón se agrieta. Conocí a Alfredo en este pueblo a la edad de ocho años. Lo conocí por un disco que una tía me trajo de la ciudad de México. ¿Por qué ella me trajo un disco de él? No sé bien a bien, pero imagino que por la misma razón que un día un grupo de chiapanecos trajo a José Alfredo a Villa de Acala: Por una razón sin razón definida que tiene que ver con sustancias de herencias y legados inscritos en el subconsciente colectivo. Mi tía me trajo un disco de cuarenta y cinco revoluciones con “El corrido del caballo blanco”. Desde el instante que tuve el disco en mis manos lo puse una y otra vez, hasta que, a mi memoria no le quedó más que aprender la letra de ídem. “Y este es el corrido del caballo blanco que un día domingo…” y por ahí. Yo no sabía, lo juro, que la canción fuera de un tal José Alfredo. ¿Qué le puede importar a un niño saber que un hombre había escrito esa canción tan triste? Y digo triste porque cuando mi papá vio que me la sabía (debo confesar que yo no cantaba tan mal, era entonadito) me convirtió en su “crooner” oficial. Cuando sus compas llegaban a la casa a echar traguito, él me llamaba y yo, emocionado, trepaba a una silla y cantaba la del caballo blanco. Al final mi papá me veía orgulloso y yo también me sentía igual. Bajaba de la silla, alguno de los alegres compadres me felicitaba, me babeaba y yo iba al patio trasero de la casa y me ponía a llorar. Aún hoy me conmueve la imagen del niño que, acurrucado, en el rincón lloraba la desgracia del caballo blanco que iba con el hocico sangrando, y ya a punto de morir cuando pasó por Mexicali. Claro, ahora sé que el tal corrido, José Alfredo lo escribió basándose en un viaje que, en automóvil, y durante una borrachera, realizó al norte del país. ¿Así que el tal caballo era un auto? ¿De cuántos caballos de fuerza? José Alfredo no supo lo que me hizo de niño. José Alfredo no supo lo que le hizo al espíritu de los mexicanos. Por esto es que el libro que hoy se presenta es importante, porque es un intento de hallar ese misterio. De encontrar algo que ayude a encontrarnos.
A mí José Alfredo me hizo llorar sin necesidad de estar borracho. Sé, ahora, que las canciones de José Alfredo no sólo están en las rocolas de las cantinas más sórdidas o en los burdeles donde las mujeres, de bocas pintadas, esperan a los clientes. José Alfredo, ya lo entendí, está en cada uno de nosotros y sus canciones son como el aire. Casi sin percibirlo respiramos a José Alfredo y no hay vacuna que pueda inmunizarnos contra eso.
Por esto, creo yo, los maestros José y Antonio fueron a Villa de Acala y se avocaron a escribir este libro que es un mínimo y enorme testimonio de lo que estamos hechos los mexicanos. Tal vez algún día, Marvey, Angélica y yo, exalumnos que admiramos a los autores, iremos al país donde ellos habitan y escribiremos un corrido que comenzará así: “Este es el corrido de José y Antonio que un día viernes felices arrancaron, e iban con la mira de llegar a Acala habiendo salido de Tuxtla”. Mientras tanto, vemos que “por la lejana montaña va cabalgando un jinete”. Que nadie lo dude, ¡es José Alfredo convocado por nuestros brillantes autores!
Bienvenidos, admirados maestros, bienvenidos a Comitán. Gracias por este libro. Estoy seguro que su lectura hará que entendamos un poquito mejor de qué estamos hechos los hombres de estas tierras.