viernes, 11 de junio de 2010

LA MEJOR GENERACIÓN DEL MUNDO




Mi mamá sale al patio todas las mañanas. Sale a ver las plantas, mira la telaraña que ayer no estaba; revisa el envés de las hojas del limonero; advierte la gota de rocío, el renuevo del árbol de naranja y la orquídea en floración.
Quisiera, como ella, entrar al patio de mi espíritu y comprobar que ahí algo ha florecido. Pero los ruidos cotidianos lo impiden. Muy temprano pasa el camión de la basura, el que reparte el gas. Es más potente el motor de los camiones que el canto de las aves; son más potentes los altoparlantes de los carros; más potentes los ruidos de las fábricas, de los televisores, del mercado, de los talleres mecánicos.
Yo también, igual que Whitman, quiero recibir “el secreto don que el cenzontle envía”, pero las olas de este mar de cemento son un muro.
Duelen las voces de este siglo. ¿Qué secreto legarán a futuro los jóvenes de estos tiempos? ¿Qué don, si están formados con los gorjeos de Paulina Rubio y de Julión Álvarez?
Hubo un tiempo, el mundo lo sabe, que los hombres estuvieron hechos con las voces de un cantante llamado Carlos Gardel (al que los escuchas llamaban “El mudo”). Nuestros padres y abuelos crecieron oyendo las crónicas futboleras de Ángel Fernández o de Fernando Marcos, quien siempre terminaba sus crónicas “con cuatro palabras”. Hoy, los aficionados al fútbol tienen que soportar al “Perro Bermúdez”, quien cuelga sus escasas ideas “en donde las arañas tejen su red”.
Hubo un tiempo, ¡los mayores lo juran!, que se escuchaban las voces de Miguel Hernández, de Pablo Neruda, de Sor Juana y de Octavio Paz. Un tiempo en que las mujeres salían al patio todas las mañanas; salían para ver qué había dejado el oleaje de la luna. Salían a pepenar estrellas, no de mar, sino de cielo.
Los niños de esos tiempos también salían al patio. Esos niños tenían las bolsas de los pantalones llenas de canicas y de chicles de bola; subían a los árboles y por ahí, sin darse cuenta, recibían el “don del cenzontle”.
Los niños de hoy crecen bajo la luz de las pantallas: de la televisión, del cine y de la computadora. Sus juegos no se dan más en los patios, ahora todos son bajo techo.
Mi mamá sale al patio porque recibió el don. Sus mayores, mis abuelos, se lo cedieron. Porque antes era común abrir la mano para entregar el secreto. Hoy, la gente abre la mano en intento de compartir y la encuentra vacía, con nada.
Quisiera entrar a mi patio, pero la plaga en la puerta me detiene. Son muchos chapulines los que me impiden entrar. No obstante, desde el pretil de mi orilla veo en mi interior una mariposa y algo que es como un ave, como un cenzontle que intenta, sí, ceder el secreto don, el legado que pervive desde el inicio del universo.