viernes, 4 de junio de 2010

PORQUE ALGUNA VEZ FUIMOS MENOS



Fui Censador en 1970. Yo tenía 13 años y estudiaba la secundaria. Una mañana, el maestro Artemio, encargado de la materia de Historia, nos formó a todos en el patio y nos dijo que iríamos a realizar el Censo de Población, en el barrio del Cerrito Nitre. No sé si el INEGI existía, lo que sé es que la Secretaría de Industria y Comercio fue la dependencia federal encargada de realizar tal actividad.
El maestro nos entregó unos cuadernillos donde debíamos concentrar los datos: ¿Cuenta con drenaje la casa? ¿Cuentan con radio y televisión? ¿Qué religión tienen los habitantes de la vivienda? ¿Usan zapatos, huaraches o andan descalzos? (el barrio del Cerrito Nitre era -¿es?- un barrio modesto, así que de todas las casas que me tocó censar ninguna contó con televisión y algunos de sus integrantes carecían de calzado. Eran tiempos en que la televisión no era algo cotidiano).
Una vez que el maestro nos instruyó acerca del llenado, los alumnos salimos de dos en dos y nos dirigimos al barrio, distante como a ocho cuadras de nuestro Colegio.
Una vez que llegamos, el maestro nos dividió en grupos y caminamos por las calles sin asfalto. El sol de las diez de la mañana nos calentó el espíritu y el cuerpo. Ramiro y yo tocamos en la primera casa, un cerco de madera funcionaba como división de la vivienda y la calle. Dos perros comenzaron a ladrar, oímos unos pasos y luego el clásico grito de: “¿Quién?”. La mujer abrió, se limpió las manos sobre su mandil y preguntó qué queríamos. “No, chiquitíos, ahorita no puedo atenderlos. Estoy lavando ropa. Vengan mañana, pero por la tarde, que esté mi esposo”. El maestro acudió en nuestra ayuda y explicó a la señora la importancia de responder al cuestionario. La señora se convenció y nos pasó al corredor de su casa. Los dos perros se echaron a nuestro lado. El cuadernillo no lo consignaba, pero si hubiese aparecido la pregunta habríamos escrito que la vivienda contaba con dos perros, hembra y macho, huesudos y con sarna. La perra tenía las tetas como las de una anciana de noventa años.
Imagino que en ese tiempo el gobierno aprovechaba a los alumnos de secundaria para realizar tal labor. Eran otros tiempos. A la una de la tarde, muertos de hambre, cansados y sudorosos nos reunimos en el punto de inicio y entregamos al maestro los cuadernillos y, platicando nuestras experiencias, regresamos al Colegio.
Tiempo después el maestro, orgulloso, nos leyó los resultados del Censo Poblacional de 1970. Nos dijo que habíamos sido parte de la historia. No recuerdo el dato exacto, pero México contaba con más de cincuenta millones de personas. Nunca supimos cuántos chuchos porque, ya lo dije, el cuestionario no incluía tal pregunta.
Ahora, México realiza el Censo General de Población y Vivienda del 2010. Pronto tendremos un acercamiento al número total de mexicanos.
Si en 1970 los datos fueron aproximados porque los encuestadores fuimos niños y adolescentes; hoy los datos no darán certeza porque la gente tiene desconfianza y muchas viviendas se quedarán sin censar. “¿Y si son ladrones que se uniforman y se hacen pasar por censadores?”, dicen los vecinos. Incluso, el propio gobierno ha admitido la dificultad de censar en lugares donde la delincuencia ha sentados sus reales. Este país es otro.
El Censo nos dirá que somos más de ciento veinte millones de personas y dará datos aproximados de cómo somos y a qué nos dedicamos. No todo mundo puede ahora, como sí sucedía en el México de 1970, decir cuál es la actividad comercial que realiza. “¿Qué se dedica a qué? ¿A vender grapas de qué?”. “¿Dice usted que es pollero? Ah, no son pollos de granja”.