viernes, 23 de julio de 2010

CARTA A MARIANA DONDE SE CUENTA CÓMO EL AZUL ES EL COLOR DE LA VICTORIA



Querida Mariana: ¿nunca te has topado con un pelafustán que te diga esa estupidez de “la que quiera azul celeste ¡que se acueste!”?
La vida está llena de lugares comunes. La vida tendría que estar más llena de plazas con cafés; de atardeceres con muchachas bonitas, como vos. La vida tendría que estar más llena de cielos con parvadas de loros.
El problema es que al lugar común le sobreviene otro igual. No falta el idiota simpático que dice: “La que quiera azul celeste que combine el azul cerúleo con el blanco”.
No quiero caer en el lugar común pero para alcanzar el azul celeste basta mirar el cielo o desgajar nubes de algodón.
Dámaris me escribió ayer, me dijo que, a veces, está triste. Cuando piensa en su mami, recientemente fallecida, algo como una niebla de arena la cubre. Imagino que se siente como el marco de la ventana que se humedece cada vez que llueve. Dámaris está descolgando el color más oscuro. Aún no advierte que Dios le envía el recuerdo de su mami, no para que la lleve al laberinto, sino para que la saque a la luz, para que la lleve a pasear, ¡orgullosa!, por todos los verdes de La Selva, por todos los azules de su mar, por todos los blancos de la sábana donde reposa el corazón. Los humanos somos tan frágiles, no entendemos que todo es energía y que quienes no están físicamente con nosotros se han convertido en otro tipo de energía que nos envuelve a cada instante. ¡Jamás están más cerca que cuando no están! Benditos aquellos que aceptan la gracia de ser tocados con el recuerdo y lo convierten en un santuario para que el ausente encuentre luz y armonía. ¿Cómo decirle a Dámaris que su mami está ahora siempre con ella y que debe prodigarle un hueco acolchonado donde ella encuentre acomodo? ¿Cómo decirle que ella debe tener el lugarcito siempre limpio, sin humedades y lleno de luz? ¿Cómo decirle que cada vez que piense en su mami debe sonreír como si el horizonte fuera la mesa donde ella planchaba o el cordel donde colgaba la ropa?
A veces, Mariana de mi corazón, a la vida la convertimos en un lugar común. Nos han enseñado que tres son los colores primarios y que para lograr los secundarios debemos mezclar, con sabiduría, aquéllos. ¿No será posible, digo yo, hacer un mundo sin los primarios? ¿Un mundo en donde las mezclas sean algo inédito? ¿Por qué no tomamos una pizca de tierra y un generoso trozo de cáscara de granada y, con una mínima cantidad de agua, los maceramos hasta hacer el color que sea el color de nuestro porvenir? ¿Quién dictó eso de que el blanco es el color de la esperanza? ¿Acaso la esperanza no puede ser un color que salga de la mezcla de una hoja de albahaca y de un poco de miel?
Nunca, Mariana, nunca más añorés los azules celestes. A partir de hoy inventá tus propios colores, los que no permitan lugares comunes ni estén dictados por teorías alienantes. La vida no es esto que nos toca a cada instante, la vida es lo que está detrás de esta escenografía. La vida es el misterio que juega en el aire. Así como es una estupidez pensar que sólo los terrícolas habitamos el cuarto infinito del universo, asimismo es una ignorancia pensar que esto que llamamos vida es el lapso entre el nacimiento y la muerte. ¡No, mi niña bonita, la vida es infinita, es más, mucho más de lo que percibimos!
¿Azul celeste? ¡Por amor de Dios, qué miseria!
P.D. ¿No te parece mejor acostarse para obtener el tono más intenso del rojo pasión? (¡Bah, puro lugar común!).