viernes, 2 de julio de 2010

DEBAJO DE LA ALMOHADA


Para mi amigo el doctor Jorge Antonio Ruiz Mandujano, porque
tres veces me dijo que no le llegó esta Arenilla que le envié ¡dos veces!
A El Heraldo de Chiapas ¡sí llegó!




Fui un niño tímido y protegido. Conocí las calles de Comitán a través de los ventanales de la casa. Tal vez por esto siempre me sedujo la llegada de los primos, que tenían la fuerza del viento. Ellos vivían cerca del barrio de La Pila y estaban acostumbrados a caminar solos por esas calles de Dios que yo imaginaba llenas de fantasmas.
Mis primos se llaman Adolfo, Juan y María. Adolfo ahora es dentista; Juan, arquitecto; y ella, sin haber pasado por la Universidad, es Doctora en Puericultura, pues tiene seis hijas y, como dijera el suegro, “tiene la gallina echada”, espera su séptimo hijo, que, según el ultrasonido del doctor Abarca, será varoncito.
Ellos, maravillosos niños sin temores, supieron su vocación desde siempre. María llegaba con una muñeca de trapo entre sus brazos; Juan construía casas con palitos de paleta; y Adolfo, de vez en vez, mostraba algunas huellas de su destino.
Una tarde, Adolfo y María llegaron. Adolfo entró al cuarto, cerró con llave y, en voz baja, pidió que me acercara. Puso un dedo sobre su boca y con ello nos exigió guardar el secreto. Prendió la lámpara del buró y abrió la mano. Al verlo, María gritó: “¡Guácala, es un diente!”. El hermano cerró el puño y lo puso frente a su cara, como diciéndole que, si no callaba, el próximo diente sería uno de ella.
“Se lo robé a Juan -dijo-. El ratón nos dejará dinero”. María me vio y sonrió, hice lo mismo. Tendríamos dinero para comprar los dulces de cacahuate y panela que tanto nos gustaban y que ellos pasaban a comprar a la tienda de doña Esperanza "Pijuy", que estaba frente a los corredores de la escuela secundaria, según me contaban.
Lo que sucedió a continuación ya no me gustó. Adolfo levantó mi almohada y dejó el diente ahí. Dijo que la costumbre era colocar el diente debajo y al día siguiente hallaríamos un billete. María, ya envalentonada, complementó la idea: “El ratoncito vendrá en la noche y cambiará el diente por dinero”. Ambos sonrieron. Yo sentí la soga del terror correr por mi cuello. Si no protesté fue porque, ya lo dije, era un niño tímido.
Cuando mis primos se fueron tuve miedo de entrar a mi cuarto. Llamé a la sirvienta y la obligué a meter la mano debajo de la almohada. “A ver, Alex, ¿se te cayó un diente?”, preguntó sonriente y me abrió la boca con sus manotas. Yo sentí el diente de Juan muy cerca y salí a vomitar al patio.
Al día siguiente, muy temprano, Adolfo y María aparecieron. Entraron al cuarto y sus caritas se iluminaron cuando Adolfo halló un billete de cinco pesos. Salieron corriendo y fueron a comprar panelitas. Esa mañana jugamos y comimos dulces, muy contentos. A las doce del día llegaron mis tíos y Juan. Estaban invitados a comer. La sirvienta sacó una mesa al corredor y la adornó con un mantel blanquísimo y unos claveles rojos. Mi papá puso un disco con música en acordeón y mi mamá sirvió sopa de pan, según la receta de San Cristóbal. Yo estaba pendiente de ver el hueco en la boca de Juan, pero por más que hacía el intento no miraba ninguna ventana. Cuando terminamos de comer, los papás nos dijeron que podíamos ir a jugar al “sitio”. Mientras Adolfo y María se adelantaron, me coloqué al lado de Juan y le pregunté. “No, no se me cayó ningún diente”, dijo, abrió la boca y yo, como si fuese un dentista, me subí a una silla y la revisé con detenimiento. ¡Su dentadura estaba completa!
Todavía hoy, cuando a Adolfo le pregunto de quién era ese diente horrible, él titubea, se pone colorado y cambia el tema.
Todavía hoy, a veces, siento náuseas cuando, en las noches de luna llena, siento algo debajo de mi almohada o escucho un ruido como si un ratón rascara cerca del buró. También, a veces, me remuerde la conciencia cuando recuerdo a mi mamá preguntándome si yo había tomado un billete de cinco pesos de la cómoda y yo lo negaba jurando “Por Dios que no, mamita”, haciendo la cruz con mis dedos y llevándola a mi boca. Sigo siendo tímido.