miércoles, 21 de julio de 2010

CUANDO LAS GRIETAS APARECEN



A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como centros de readaptación social, y mujeres que son como albergues.
La mujer albergue es dubitativa porque al dar albergue ¡alberga! Es la mujer más generosa del universo, basta que un hombre esté en situación de calle para que ella se abra luminosa. Sus amados la buscan sólo en situación de riesgo extremo. Mientras no ocurre una desgracia, el hombre está bien a gusto en su casa, con su mujer, sus hijos y sus perros, pero cuando ocurre un sismo o un huracán y los muros se llenan de grietas, el amado recurre a la mujer albergue, quien, sin hacer una pregunta, ¡lo acoge!
Ella se parece mucho a los políticos porque sólo abandona su soledad cuando la naturaleza hace destrozos. Ya se sabe que los políticos adoran los desastres naturales porque es la época en que fluye paga extraordinaria, y muchos recursos, en lugar de ir a la reconstrucción, van a dar a la bolsa de los corruptos.
Un crítico literario descubrió el pasado mes de junio que la obra “Las mil y una noches”, originalmente iba a llamarse “Las mil y dos noches”, pero la censura obligó a eliminar una de las noches porque daba cuenta de la historia donde una mujer albergue olvidó su vocación. La historia en cuestión contaba que una noche un sismo con intensidad de siete punto ocho asoló un pueblo que, temeroso, reunió sus documentos personales y subió a la montaña donde vivía la mujer albergue. Esta generosa mujer, de piernas con aroma a hierbabuena, acogió a la mayoría, pero eran tantos los demandantes que los obligó a hacer una fila mientras les tocaba su turno. La fila sobrepasó el valle, subió y bajó por la Sierra y luego llegó hasta la playa. Las crónicas de ese tiempo dan cuenta de más de ciento veinte mil hombres en la fila. Justo a la hora en que las personas se recostaron sobre la arena de la playa, sobre el césped del valle y sobre las piedras de la montaña para pasar la noche, una réplica ocurrió: ¡un maremoto de intensidad mayor cimbró toda la región! El epicentro fue a diez kilómetros ochocientos metros de la costa. Diez minutos después del suceso ¡olas de cuatrocientos metros de altura se precipitaron sobre los hijos de la miseria! Los sobrevivientes, desde lo alto de la montaña, vieron cómo una gigantesca sábana de agua cubrió a los miles que dormitaban sobre la arena y, diez segundos después, todo quedaba limpio como si nunca hubiese existido una multitud que se soñaba estrella de mar. El agua, ¡ballena de Jonás!, cumplió su puntual gula. La mujer albergue, en el instante del tsunami, cubría con besos y chamarras a los miles de sobrevivientes que habían solicitado su auxilio en primer lugar. Los críticos literarios de entonces, consideraron que el cuento de Schehrazada era un ejemplo negativo para las generaciones que crecerían en el valor de la solidaridad, cambiaron el título del famoso libro y el cuento jamás fue publicado.
Por ello, ahora la mujer albergue no deja a alguien en el desamparo. La madre la critica porque se comporta como una casquivana que abre su corazón a cualquier demandante, pero ella sabe que esa es su misión en la vida. A veces toma el nombre de Jesús porque al igual que el Mesías da agua al sediento y posada al desamparado. Su fogón siempre tiene carbones encendidos a fin de brindar calor a los hombres que, como niños de la calle y, como pordioseros, extienden la mano para recibir una limosna que sea como una caricia, como una luz para el cuerpo y como un quinqué para el alma.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que son como una pista de patinaje, y mujeres que patinan despistadas.