viernes, 4 de diciembre de 2015

CARTA A MARIANA, DONDE APARECEN LA MASTRETTA Y DEL PASO



Querida Mariana: Terminé de leer “Marienbad eléctrico”, de Vila-Matas. Un texto que devolvió mi entusiasmo por la obra literaria de este autor que acaba de recibir el Premio de la Feria Internacional del Libro, de Guadalajara. Samy y yo coincidimos en que su libro anterior no estaba a la altura de su prestigio.
Revisé mi librero y hallé, entre los pendientes, la novela “Noticias del imperio”, de Fernando del Paso, escritor que recibirá el Premio Cervantes, en el 2016. ¡Puros novelistas laureados! No está mal la elección. Ya los sabios han dicho que la vida es tan corta que no debe uno desperdiciarla en leer a autores menores.
En ocasiones no sólo leo un libro. Resulta divertido pasar de una historia a otra, de manera casi simultánea. Por eso, ayer que fui a la Librería Lalilu y me topé con un libro de Ángeles Mastretta, “El viento de las horas”, lo compré (aún no me han dado mi aguinaldo y ya lo hice talco). Comencé a leer a la Mastretta y después retomé a Del Paso. Y así me los llevaré. Por supuesto que el libro de Ángeles lo agotaré en dos o tres días, porque está muy sencillo y tiene pocas páginas. Caso contrario a “Noticias del Imperio”.
Ambos libros tienen referencias a Puebla. La novela de Del Paso (en el capítulo que leo) habla del paso de los franceses por la capital poblana; y el libro de la Mastretta tiene muchos guiños a esa ciudad donde la escritora nació.
En 1999, llegué a Puebla, después de estancias, que llamé culturales y que fueron un gran aprendizaje, en las ciudades de Xalapa y de Oaxaca. ¿Ya te conté que viví en “El cielo”? Así se llamaba la casa de huéspedes a la que llegué y que tenía corredores alucinantes, llenos de jaulas vacías (tal vez, la doctora, propietaria de la casa, imagina que así es el cielo). Sin falsa modestia puedo decir que ya estuve en el cielo y regresé para contar cómo es. Un día me extenderé en ello.
Una tarde abrí el periódico y leí que la Mastretta estaría en el Museo Amparo, daría el mensaje de presentación de una exposición de cuadros de Gilberto Aceves Navarro. Tenía ciertas referencias visuales de la obra del artista plástico poblano y, por supuesto, lecturas sosegadas (en mi pueblo) de la novela “Mujeres de ojos grandes”, de la Mastretta. Subí a mi recámara (leía el periódico en el corredor principal, debajo de ocho jaulas pintadas en blanco), me puse una chamarra y salí a tomar un urbano. Cinco minutos antes de las seis de la tarde llegué al Museo (era la primera vez que entraba), me deslumbró el vestíbulo, con un cuadro de doña Amparo, esposa de Manuel Espinosa, quien en sus buenos tiempos, fue casi casi el dueño de Bancomer, antecedente del BBVA. El cuadro de doña Amparo fue pintado por Diego Rivera. Busqué el salón donde sería la presentación de Ángeles y busqué un asiento. No me arrepentí. El texto que leyó la Mastretta fue luminoso e iluminador. Ella me obligó a hacer un ejercicio de síntesis, primero al escucharla y luego al ver la obra de Aceves: pasé de un árbol a la hoja y luego a la nervadura y posteriormente al universo. La lección de esa tarde fue: tender a lo sencillo. Me gusta la obra de Ángeles, porque escribe de cosas cotidianas. En este libro reciente me entero de su vida con sus perros, con la playa, con los árboles, con sus cielos. Toca las cosas más sencillas y vuelve a recordarme que en lo sencillo está la grandeza. Entiendo que este libro es como una recopilación de colaboraciones periodísticas. En Chiapas tenemos grandes escritores que, en forma periódica, publican sus columnas. Disfruto los escritos de Luis Rincón (Cotidianidades); asimismo siempre estoy pendiente de las publicaciones de Héctor Cortés Mandujano (Casa de Citas). Estos escritores van en el mismo sendero de Gabriel García Márquez, quien, con sus Jirafas; caminaba una senda en donde lo cotidiano tomaba su mejor rostro: el literario.
Con la Mastretta me entero que le gustan los domingos. ¡Ah, somos tan pocos los integrantes de ese club de adoradores del domingo! A mi maestro Enrique García Cuéllar no le gustan los domingos, le fastidia esa pausa donde el trabajo es como un trebejo en el desván. ¿Qué hacer con tanto tiempo libre? Yo leo, dibujo, pinto, veo películas en la tele, veo el jardín y me pongo a contar ovejas sin cerrar los ojos. Con Del Paso me entero que Juárez tuvo un rostro feo, con una cicatriz sanguinolenta. Juárez fue un poco como el Agustín Lara del Palacio; y de esto me entero en el libro de don Fernando, porque en los libros oficiales de nuestra historia Juárez es casi el más bonito.
Una de estas tardes terminaré la lectura del libro de la Mastretta. Continuaré con la novela de Del Paso. Ambas lecturas me llevan por calles, edificios y personajes de Puebla, lugar donde viví más de siete años.