miércoles, 16 de diciembre de 2015

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA CON PREGÓN INCLUIDO




Mariana vio el letrero. Caminábamos por una calle rumbo a la plaza central del pueblo. Mariana dijo que esa era la máxima prueba de oratoria. ¿Por qué?, pregunté. ¿No mirás?, dijo.
En la primera línea, a pesar de la carencia de signos de interrogación, se entiende que es pregunta: ¿Quiere pan? Mariana dijo que si la respuesta es negativa, el caminante sigue su camino muy tranquilo y llega a su casa, en donde se quita los zapatos, toma el periódico, se sienta en un sillón, lee y espera que su esposa lo llame para la cena. Pero, ¿qué sucede en caso de respuesta positiva? ¿Quiere pan? ¡Sí, sí, quiero! Ah, bueno, muy sencillo lo que usted debe hacer es ir al comedor (que está a dos casas del portón negro, y hablar, hablar. ¿Sólo eso? Sí, sólo eso, sólo hablar. Ah, pero eso sí, usted debe hablar de 8 de la mañana 5 de la tarde, de lunes a viernes. ¿Cómo? No, usted no podrá comer sino hasta que haya cumplido la condición; es decir, a las cinco de la tarde con un minuto del viernes, podrá entonces cumplir su deseo de pan.
La pregunta entonces fue: ¿Qué sucede en los tiempos muertos?; es decir, ¿qué sucede de las cinco de la tarde a las ocho de la mañana del día siguiente en que el “quierepan” deberá volver para continuar con su misión? Mariana dice que ese tiempo no lo debe destinar a lo que sí lo destina el hombre que respondió de manera negativa. El hombre que no quiso pan y llegó a su casa tranquilamente, después de cenar unas quesadillas con salsa verde en molcajete y tomar su café con panela, regresa a la sala, prende el televisor y espera el noticiario de las diez. Al término del noticiario da las buenas noches, entra al baño, cepilla sus dientes y entra al cuarto, donde se pone el pijama, y se dispone a dormir. El hombre que respondió de manera positiva, a las cinco de la tarde, en cuanto cumplió con la meta del día, va a su casa y, como si estuviese en un concurso de oratoria, debe estudiar los temas que disertará al día siguiente, en el comedor. ¿Es preciso señalar que el famoso comedor es un comedor público y la gente acude, no tanto a desayunar, sino a esperar la presencia de aquéllos que dijeron sí a la pregunta?
¿De qué hablan los que hablan en el comedor? Hablan de todo. Se cuenta que en una ocasión alguien, agotados los temas nacionales de las reformas, del petróleo, de la libertad de expresión, de la importancia de los medios de comunicación y de los valores familiares, se atrevió a comentar algunos detalles y sucesos de la vida del pueblo. Las personas que estaban en las mesas disfrutaron los chismes aderezados con la gracia y simpatía del hablador, pero hubo un instante en que se hizo un silencio como de piedra, porque el hablador no se dio cuenta que en la mesa de la esquina estaba don Pancracio, que era el papá de la muchacha de la cual el hablante hablaba. Don Pancracio se puso rojo del coraje al escuchar que el susodicho mencionaba que Mariqueta había estado tomando de más en la boda de Enrique y Dorotea y que en el momento en que el cantante del grupo musical dijo que había que hacer una rueda y que todos para arriba y luego todos para abajo, a la hora que la Mariqueta, después de haber ido hacia arriba, con los brazos levantados, y luego flexionar las piernas para ir hacia abajo, se le escapó un pedo, un pedo sonoro que compitió con el tarolazo que imprimió el baterista. El hablante esperó la carcajada común que se había dado cada vez que terminaba una anécdota simpática de hechos locales, pero todo mundo guardó silencio y volvió la mirada hacia la mesa en donde estaba don Pancracio. Tal vez a don Pancracio no le hubiese molestado tanto la anécdota si la gente hubiese sido más discreta y no lo hubiese volteado a ver. Cuando don Pancracio sintió todas las miradas sobre él pensó que debía reaccionar, pensó que todo mundo esperaba que hiciera algo, ¿cómo era posible que se quedase tan tranquilo cuando el hablante había dejado en mal a su hija única? ¿Él, que era uno de los hombres más severos de la región? Lo bueno fue que el hablante se dio cuenta de su dislate y corrió hacia donde estaba don Pancracio, se aventó y le besó las botas, una y otra vez. Cada que despegaba los labios de las botas de piel de cocodrilo, decía: “No vaya a pensar que fue su Mariqueta. No, don Pan, no. Estoy hablando de la Mariqueta de otro pueblo, de alguien de Motozintla”. Don Pancracio, molesto, puso sus manos sobre el descansabrazos de la silla para levantarse, tal vez para darle de golpes al hablador, pero a la hora que hizo el intento de ponerse en pie ¡un sonoro pedo se le escapó! Se hizo un gran silencio, pero fue cortado por la risa de guajolote de don Pancracio. “Igual que la Mariqueta”, dijo. Esto cortó la cortina de hielo y todo mundo rio. Así fue como se salvó el hablante. Desde entonces, todos los “quierepan” hablan de la segunda guerra mundial, de la reforma educativa, de los plantones y de marchas, de la contaminación ambiental y demás temas que nada tienen que ver con los habitantes del pueblo. “¿Quiere pan? ¡Hable en el comedor!”.