lunes, 21 de diciembre de 2015

UNA LECTURA INOCENTE




Lucky y yo caminábamos por el parque recreativo. Lucky ya había terminado su tarea. Caminamos a través de las mesas de cemento, donde los paseantes toman la torta y el refresco. Llegamos al fondo del parque. Ahí hay aparatos que los adultos usan para ejercitar, un señor, con pants y un estómago generoso, hacía abdominales. Lucky dijo que el señor estaba haciendo abdominales y luego se dobló de la risa (como si ella misma las hiciera). Dijo: “Hacer abdominales, qué chistoso” y volvió a reír.
A Lucky le gusta salir a caminar. Es agradable caminar cuando la tarde tiene cara de chupamirto libando miel. Llegamos al edificio donde funcionó una cafetería. La cortina del local estaba cerrada y las paredes manchadas con dibujos. Lucky leyó los mensajes que, como era previsible, estaban insertos en el catálogo de “Fulano estuvo acá” y “Te amo, sutana. Atentamente, sutano”. Dibujos, muchos dibujos. Lucky se detuvo frente a estos dos, que se ven acá: “Mirá, tío -dijo-, una fuente y una flor conejo”. Yo, tragué saliva y sonreí. Seguimos caminando. Subimos al parque de San Sebastián y ahí compramos dos paletas de chimbo, nos sentamos en una banca y dejamos que la tarde pusiera su mano limpia sobre nosotros.
Ya en casa reflexioné en la pérdida de mi mirada niña, de mi mente niña. Lucky había visto una fuente y una flor conejo. Yo, ¿qué había visto? Otra cosa, una cosa muy lejana a esa mirada niña, a esa mente niña. ¿Qué ven los otros? ¿Los que llegan en donde estuvimos nosotros? No sé cuál fue la mirada del dibujante, del que hizo los trazos con plumón negro. Quisiera pensar que fue un trazo niño, que dibujó una fuente; porque, sí la veo con mirada niña alcanzó a ver que en la base de la fuente ha crecido la maleza; alcanzó a ver que la torre tiene un remate a manera de veladora, de cuyo pabilo brota el agua, el agua limpia donde los niños juegan a la lluvia. Si el dibujo lo veo con mirada niña, con mente niña, veo que, en efecto, el de la derecha es una flor conejo, una de esas flores de dos pétalos cuyo centro siempre es una carita sonriente. Hay fuentes con mil formas, mil fuentes con formas diversas; de igual manera, hay miles y miles de flores. Las flores conejo son propias de las regiones cálidas, los biólogos mencionan que crecen a la orilla de los caminos y que, igual que los animalitos del mismo nombre, se reproducen con gran facilidad. Las flores conejo más hermosas son las que tienen blanco el peciolo y naranja la hoja. Los artistas comentan que esta variedad es simbólica, ya que el color blanco recuerda a los animalitos y el color naranja remite de inmediato al vegetal que comen.
Yo, qué pena, a la hora que Lucky sonrió y señaló con el dedo índice los dibujos, vi otra cosa. No pude cancelar mi mirada de cueva oscura. En realidad, ahora que escribo, advierto que no es mi mirada la que perdió su inocencia. Sé que las niñas de mis ojos siguen intocadas. La torcedura se da en mi mente. Mi mente es la que transforma la esencia de los objetos y de los actos. A veces voy solo al parque, me siento en una banca y veo a las muchachas bonitas que por ahí caminan. A veces recuerdo que cuando niño hacía lo mismo en compañía de Jorge. Jorge y yo veíamos a las muchachas bonitas, igual de bonitas a las que ahora veo. Recuerdo que en ese tiempo jugábamos a “adivinar” los colores de las fachadas de las casas de ellas. Era un juego muy sencillo y simple: mirábamos los colores de sus blusas, de sus faldas, de sus zapatos, de sus cinturones, de sus pulseras y de las cintas enredadas en sus cabellos; entrecerrábamos los ojos e imaginábamos las fachadas de sus casas y, a la cuenta de uno, dos, tres, decíamos en voz alta el color que creíamos tenía la fachada. A veces coincidíamos, a veces no, pero siempre (era la regla del juego), debíamos decir un color que ella llevara puesto. Como yo nunca me hubiese atrevido, Jorge se paraba y con su carita dulce de esfera de árbol de navidad preguntaba a la muchacha de qué color era la fachada de su casa. Jorge nunca falló, tenía una habilidad y carisma especiales. Yo escuchaba el color que ella decía. A veces yo ganaba, a veces ganaba Jorge. La apuesta era un dulce. En ese tiempo, mi mirada era la misma. Mi mente es la que se llenó de moho.