viernes, 25 de diciembre de 2015

ENTRECRUZAMIENTOS




Recibí dos regalos. El viejito de la nochebuena me hizo dos presentes: un libro y un frasco de penpenchiles. El penpenchile protegido en un frasco de cristal y las hojas de papel protegidas por una cubierta de cartulina con barniz.
De niño, como cualquier niño, hacía mi carta al viejito, con mis pedidos. Ahora, ya viejo, nada pido. Pero, por fortuna, no falta quien se acuerde de mí. Recibí dos regalos, los recibí con emoción, porque recibir libros me produce un gozo especial. No esperaba dichos obsequios. No los hallé debajo del árbol, los encontré a mitad del camino. Entré a una librería y ahí los propietarios me dijeron que me esperara. Dos minutos después, Samy y Sol me entregaron un libro envuelto en papel de regalo. Me sentí consentido. A final de cuentas, quien recibe sabe que es un consentido. Yo sé que soy un consentido de Dios, porque todos los días me da presentes, pasados y futuros. Luego fui a la central de abasto a comprar tortillas “moradas”. Una alumna universitaria me vio, corrió y me dijo: “Para tus frijolitos” y me entregó el frasco con penpenchiles. Recibí el frasco con el mismo gusto con el que recibí el libro. Hace tiempo, otro alumno me ofreció un frasco con chile de simojovel.
Entendí el mensaje. El libro es una novela de Piglia, escritor argentino, y el frasco contiene chiles cultivados en algún sitio comiteco. Entendí el mensaje: somos universales, pero profundamente locales. Entendí que mi mundo está conformado de esas dos esencias: el diálogo permanente con autores de muchos países del mundo y la lectura atenta a mi entorno: Comitán. Ahora, en mi mesa de lectura tengo cuatro o cinco libros que leo al alimón: el de una autora española (Milena Busquets), los de tres autores mexicanos (Del Paso, García Bergua e Ibargüengoitia), los de una autora bielorrusa (Svetlana Alexiévich), el de un autor español (Juan Bonilla) y los de Piglia (autor argentino); y en mi mesa del alimento físico tengo una lata de aceite de oliva (español), un frasco con miel (de Socoltenango), un plato con chinculguajes, un envase plástico con ciruelas pasas (de Chile) y un frasco de penpenchiles comitecos. ¿De qué campo el maíz de las tortillas moradas? ¿Qué manos siembran ese maíz y lo cosechan? ¡Hay tantas personas anónimas que me ofrecen presentes todos los días! Me encantan los libros porque sé quiénes son los que abren sus manos para ofrecer lo que cosecharon de sus mentes.
Mi alumna me alcanzó y me dijo: “Para tus frijolitos”. Así lo hice. En cuanto llegué a casa quité la envoltura al libro de obsequio y lo puse sobre la mesa. Fui a la estufa en donde estaba la olla con los frijoles, calenté tres tortillas moradas y abrí el pomo de los penpenchiles, pequeños gránulos verdes, naranjas y rojos. Abrí el libro y comí. No sé cómo hago esta operación de manera tan natural. Llevo años comiendo y leyendo a la vez. Por esto, los libros, a veces, terminan con las hojas manchadas de jugo de papaya o de caldo de frijol. Es como la continuidad del mensaje: que lo universal se alíe con lo local y viceversa.
Entendí el entrecruzamiento. Este año, el viejito de la nochebuena me proveyó de las dos esencias fundamentales: alimento para mi cuerpo y alimento para mi espíritu. Como a mí me fue otorgado, pido que a los demás también les sean otorgados estos dones, por siempre. Que quienes abrieron sus manos y sus corazones para entregarme esos dones también el universo sea generoso con ellos.
Ya no le pido al Viejito de la nochebuena. Dejo que todo fluya. Sería desagradable saber que alguien me obsequiara un auto BMW o un yate como esos que posee Luis Miguel. Soy feliz con las cosas sencillas del mundo: libros y penpenchiles. ¿Para qué más? Ha habido años que he recibido puro chile. Ahora, el destino fue más pródigo, al chilito le agregó librincillos.
Yo, que poco tengo, sólo mis palabras ofrezco. Acá van.