lunes, 14 de diciembre de 2015

COMO PALETA




“Mirá, mami -dijo Monse-, la señora le saca punta al lápiz con un cuchillo”. Luego, mi sobrina me vio y dijo: ”¿Verdad que no debe hacerlo con un cuchillo?”. Antes que yo dijera algo, Romina le dijo a su hija: “Está afilando un palo para elote”. Ya después no sé qué dijeron, porque me paré y fui hasta donde estaba la señora, debajo de un toldo, adentro de un puesto en la feria de Guadalupe. ¿Afilando un palo? Eso había dicho Romina. Afilar: Hacer punta en una cosa. ¿Para qué la punta? Buenos días, le dije a la señora. Ella, sin dejar de hacer lo que hacía, dijo buenos. ¿Para qué lo afila? (uf, estaba en un tono de entrevistador que yo mismo me caía mal, pero ya lo he dicho, me cuesta mucho trabajo relacionarme con las personas). Ahora ella sí me vio, dijo que era para ensartar en los elotes, tomó uno y me enseñó cómo ensartaba la punta. Ella ensarta el palo en la base de la mazorca. “Quiere fuerza”, dijo y somató la mazorca contra el palo y éste contra la mesa. “Llevo más de treinta y cinco años vendiendo elotes hervidos”, dijo, sonrió, tomó otro palo y se puso a hacerle punta. Afilar: hacer punta en una cosa. Entendí (perdón, nunca había visto el proceso de cerca) algo que todo mundo entiende: el palo no podría entrar en la base de la mazorca si no tuviese filo. Por eso la mujer destinaba bastantes minutos en preparar los palos con punta, para que, a la hora que el comprador llegue, ella pueda ensartar (con cierta dificultad, porque “quiere fuerza”) el palo en la base de la mazorca. Antes, los vendedores de elotes hervidos no le ponían el palo. Ahora he visto a vendedores de mangos pelados que hacen lo mismo: ensartarle un palo para que el comprador pueda tomarlo con la mano y comer el mango o el elote. Siempre, el palo debe tener punta para que entre en el fruto. Monse no estaba equivocada, mi abuelo Enrique, tajaba el lápiz con un cuchillo para hacerle punta. Claro, Monse también tiene razón cuando dice que eso es peligroso. Monse, en su escuela, usa un sacapuntas de plástico para hacer la punta a sus lápices de colores. La señora me vio y dijo: “Se debe de tantear bien, porque si se pasa, la punta se quiebra” y agregó lo que ya me había dicho: que tiene más de treinta años en el oficio; es decir, difícilmente ella se pasa, ya lo tiene bien medido.
A veces voy a Yashá y compro un elote hervido, en el puesto que está junto a la carretera que va a Altamirano. A veces me estaciono en la orilla y, en medio de una llovizna con cara de ardilla detrás de los árboles, como el elote. Ahí no le ensartan un palo. La mujer que los vende, saca los elotes de la cuba donde hierven y, con sus manos toscas cubiertas con una bolsa de plástico, parte el elote en cuatro partes, le echa un poco de limón, un puñito de sal y, con una cuchara de madera, un poco de polvo juan. Luego, con ambas manos, frota los trozos contra la bolsa, para que el chile penetre en medio de todos los granos. En el principio de los siglos, así debieron comer los elotes los moradores de estas tierras, sin palito, con la punta afilada.
Busqué a Monse y la vi comiendo un elote. Con la mano derecha sostenía el palito y se auxiliaba con la izquierda para que no se le cayera. Había pedido el elote con mayonesa, queso y salsa picante. Había despreciado el polvo juan que la señora había ofrecido. Monse me preguntó si podía conservar el palito, después que terminara el elote. Su mamá no dejó que yo respondiera, de inmediato dijo que ¡no!, que el palo afilado era peligroso. Por mi mente pasaron imágenes dantescas. Esa tarde, en el barrio de Guadalupe todo era armonioso, y sin embargo, ahí estaban las imágenes de mujeres que afilaban algo que no era un palo ¡con un cuchillo!; imágenes de mujeres que, con fuerza, metían palos afilados sobre algo que no era precisamente la base de una mazorca. En cuanto la mamá dijo que no, Monse bajó el elote y dijo que ya no quería, abrió la mano y la mazorca cayó a mitad de la calle, ahí por donde decenas de antorchistas caminaban con rumbo al templo; caminaban al lado del puesto de la señora, quien, desde hace más de treinta años, vende elotes hervidos. ¿Desde cuándo saca punta a los palos que ensarta en las bases de las mazorcas? Olvidé preguntarle su nombre. Acá sólo quedó consignado su oficio y el tiempo que lleva ejerciéndolo. ¡Qué pena!
Yo como elote hervido, sólo con limón, un poco de sal y un tanto de polvo juan. Por eso, a veces voy a Yashá, porque ahí el elote está recién cortado, tierno, suave. Además, hay un mundo de diferencia entre comer el elote viendo las casas, los autos y la gente, a comerlo en medio de montañas, árboles, ovejas y alambrados donde se paran los pájaros. Hay un mundo de diferencia entre ensartar un palo en la base de la mazorca que cortarla con las manos en cuatro pedazos. Los movimientos son otros. Envían señales diferentes al universo.