viernes, 11 de diciembre de 2015

UN COMITÁN CAMBIANTE




¿Hemos cambiado los comitecos? Por supuesto que sí. Alfredo vino de vacaciones y me dijo eso: que los comitecos hemos cambiado. Le dije que hemos cambiado porque nuestras casas han cambiado. Se sabe que las personas somos las casas que habitamos. Fuimos las casas que eran: casas con patios llenos de luz, con corredores donde trepaban las enredaderas y los helechos se descolgaban; fuimos las casas que tenían sitios llenos de árboles; las casas donde los cuartos estaban interconectados, donde, para ir al baño, debíamos cruzar por la habitación de los papás. Hoy somos las casas que son: sin traspatio, con cocheras llenas de autos, con cuartos independientes, con carencia de aire.
Los comitecos hemos cambiado al ritmo que cambiaron nuestras casas. Y la confusión es tal que no sabemos si nuestras casas cambiaron porque las cambiamos o ellas fueron transformándose al grito de la modernidad.
Alfredo, sentado ante una mesa del Italian Coffee, dijo que le lastimó ver una barda con gusanos metálicos en lo alto, como si no fuese una casa sino un campo de concentración. Recordó un viaje que hizo a Europa cuando aún existía el Muro de Berlín. Dijo que jamás imaginó que un café comiteco tendría un nombre de franquicia. No, nunca lo imaginamos. Nosotros crecimos con nombres más cercanos: Café del tío Jul, Lonchería Yuly, cenaduría de tía Petra.
Cuando Alfredo mencionó lo de la barda hicimos un ligero recuento histórico. Hubo un tiempo (los jóvenes no lo creerán) en que las bardas eran apenas pequeños muretes de piedras encimadas. La gente que caminaba por la calle podía brincar y entrar al sitio de la casa. Por supuesto que en ese tiempo todo mundo respetaba. Bueno, algunos traviesos brincaban para “robar” jocote o duraznos. Eran muchachadas. Poco a poco las bardas divisorias comenzaron a crecer en altura, casi casi de manera simultánea a como fueron creciendo los temores. La ciudad comenzó a hacerse violenta y los propietarios de casas levantaron las bardas perimetrales, hasta llegar a lo que hoy son: muros que en la parte superior tienen gusanos con púas para disuadir la intención malsana de maleantes. Hay una gran distancia entre aquellos muretes graciosos que dejaban pasar libremente el aire y las miradas, a estas murallas que tienen sus antecedentes en los bunkers. ¿Hemos cambiado los comitecos? Por supuesto que sí. Nuestro carácter ha dejado de ser el patio lleno de luz con sitios arbolados; ahora, los comitecos somos desconfiados, nuestro espíritu (sin saberlo ni desearlo) está circundado por esos gusanos con puntas metálicas.
Durante mucho tiempo, los comitecos supimos que estábamos hechos a imagen y semejanza de nuestras casas. Cuando llegaba algún desconocido nos mostrábamos recelosos, éramos como el zaguán de bienvenida, en penumbra y con cierta humedad; pero, dos minutos después nos abríamos como los patios centrales, llenos de luz, y los ajenos sonreían y nosotros con ellos. Los desconocidos se volvían nuestros y, por eso, soñaban con no abandonar ya esta tierra que era pródiga en luz y en afecto.
Hemos cambiado. ¡Cómo no! El mundo ha cambiado con nosotros. Ahora volvemos la mirada y encontramos en la frontera Norte un gran muro divisorio que nos dice que los de afuera no son bienvenidos. Lo mismo hacemos ahora nosotros. Viene gente del sur y amurallamos nuestras casas, porque estos desconocidos también han cambiado y son muy diferentes a aquéllos que llegaban al Comitán de los muretes de piedra. Como nosotros hemos cambiado también han cambiado ellos. Ya nadie puede reconocerse. A veces, incluso, entre los mismos comitecos notamos que algo ya no encaja. Son otros tiempos. Y lo que falta por venir.
Antes encontrábamos zanates en los alerones de las casas, zanates hurgones; ahora, en los alerones, encontramos cámaras de vigilancia.
Cambiaron nuestras casas; es decir, nuestro espacio vital. Ahora, la tendencia es construir edificios verticales. Los sitios de antes ya se consideran un lujo. Muchos comitecos viven, actualmente, en departamentos minúsculos o en casas de interés social. Cualquiera entiende que estos cambios modelan nuestro espíritu. Los niños de ahora ya no juegan al aire libre, en medio de una arboleda; ahora lo hacen en un cuarto, frente a una pantalla. Estos cambios han hecho que ahora seamos otros. Es irremediable.
Las fachadas de antes tenían un remate superior casi artístico que nos daban una imagen de paz y de sosiego. Hoy, los remates de las fachadas nos recuerdan escenas de guerra. ¡Hemos cambiado!