lunes, 7 de diciembre de 2015
PARA CUANDO LA VIDA ASOMA
A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como manuales de redacción y mujeres que son como libros de poesía.
La mujer libro de poesía no es común. Se le encuentra en pasillos húmedos con luz tímida. Los hombres apasionados son felices cuando encuentran a una mujer poesía (aunque no sepan leer). Se entiende cuál es el prodigio de este tipo de mujer: es necesario abrirla para hallar la luz que la nimba. A los hombres les ilusiona la idea de acostarse con una mujer que, como pájaro o como nube, siempre está en el vuelo. Claro, la mujer libro de poesía no es accesible a cualquiera, pero el cualquiera siempre se atreve, porque el mundo le obsequió la idea tonta de que “verbo mata carita” (ya quiero ver a una mujer decidir entre Brad Pitt y el más famoso orador de la Sierra Madre). Pobres los “verbosos”, no saben que la mujer poesía no admite cualquier verbo, abomina la rima fácil o el verso común. La mujer libro de poesía está acostumbrada a ser iluminada por los más altos espíritus; por eso es que ella misma es como una lámpara de mil bujías, de esas que no deslumbran, de esas que se acompañan con la luz de quinqué del corazón.
La mujer libro de poesía es como un camino de difícil acceso, como si fuese un sendero, en medio de la montaña, lleno de hojas secas y árboles con racimos de pájaros. Ella (por más posmoderna que sea) no puede ser una supercarretera ni puede tener dobles pisos. Ella pepena todo lo que la mano alcanza. La vida enseña que debe uno coger lo que está a la vuelta de la esquina: el árbol, el laúd, la rama, el ave, la teja y el aire que juega en el pasillo húmedo donde ella tiene su espacio vital.
Duerme en espacios con luz tenue, porque es como uno de esos capullos que luego revientan para ir a la luz. Porque la mujer libro de poesía se siente bien a la hora que los hombres y mujeres ¡viven! A la hora que suben al autobús, en el instante en que piden una cerveza en medio de la multitud que acude a un partido de fútbol. Ella es feliz a la hora que se sienta en una butaca del Palacio de Bellas Artes y presencia el ballet o la ópera o un recital de piano. Ella se mueve como palabra en diccionario cuando acude a la plaza que celebra la feria de la Virgen de la Soledad (le encantan esos juegos contradictorios donde la festejada es la Soledad y acuden miles y miles de peregrinos).
¿Cómo la mujer libro de poesía encuentra, en momento sublime, su vocación? ¿En qué instante deja de ser la flor común y se convierte en la cinta de oro que borda las palabras? ¿En qué momento deja de ser la aguja y se convierte en el hueco donde se ensarta el hilo? Porque a la mujer libro de poesía no le interesa el bordado ni la manta, la mujer poesía siempre está en pos del vacío, de ese espacio donde, como antes del Origen, todo está por hacerse, por llenarse. La poesía, lo sabe cualquier lego, está llena del aire y de la luz que forman el hueco.
No es frecuente hallarla. En el universo hay trillones de estrellas, pero sólo una Andrómeda. A la hora que el hombre toma un puño de sal y hace el movimiento para salar la carne recuerda que el mar tiene millones de toneladas de agua y de sal, pero para que el mundo sea la sal y el agua deben estar separadas. Así funciona el corazón de la mujer libro de poesía: están juntas las palabras y el concepto, pero sólo cuando la palabra rueda sin ataduras conceptuales es cuando ¡la vida asoma!
Mañana dividiré el mundo en dos. Lo dividiré en: mujeres que son como manecilla de reloj y mujeres que son como el viento que juega tobogán.