jueves, 17 de diciembre de 2015

FERNANDO Y LA GUERRA




Si tuviese que enviar un mensaje a Fernando Avendaño sería éste:
“Querido Fernando, ya recibí tu disco. Lo recibí en tiempos de paz, y, si estoy metido en la guerra no es por tu disco, ni por vos, sino por el libro de la Svetlana que ahora leo. Vos sabés que soy snob y que, en cuanto conozco el nombre del ganador o ganadora del Nobel de Literatura, muevo cielo y mar para conseguir algo de su obra. Este año fue difícil porque, salvo un libro, la obra de la escritora bielorrusa no estaba traducida al español. Pero ya conseguí el libro que narra cómo miles y miles de mujeres soviéticas participaron en la segunda guerra mundial. Así que, Fernando, ahora que recibí tu libro lo sentí como un saludo de vida en medio de tanta muerte.”
Si tuviese que enviar otro mensaje a Fernando Avendaño sería éste:
“Querido Fernando, ya recibí tu disco. Emiliano, quien es compañero de trabajo, entró a la oficina y me dio el disco que vos y tu familia acaban de grabar. ¿Por qué Emiliano me lo entregó? Porque Emiliano vive al lado de tu ranchito e imagino que te lo topaste y le pediste favor que me lo entregara. Emiliano ya cumplió con el encargo y ahora te digo que ya escuché una de las canciones del disco, escuché “El diccionario”, canción que, en la década del setenta escuché en la cantina que se llamaba “La jungla”. Nunca supe por qué al dueño de esa cantina le gustaba tanto la música interpretada por Fernando Valadez, pero en cuanto el mesero nos servía la botella de litro que mi plebe y yo beberíamos en medio de risas y alguna anécdota triste, el dueño ponía el disco de Valadez y, sin nosotros saberlo, nos injertaba su nostalgia. Nostalgia que rebrotó ahora que escuché la versión que ustedes realizaron. Ahora que escuché tu disco pensé en que el nombre de la cantina no era el más conveniente, sin embargo así se llamaba: “La jungla”. En mi infancia (cuando vos llegabas a la casa para jugar juegos de guerra, en el sitio) la jungla era un espacio donde podía aparecer Tarzán, algún chango y uno que otro león. ¿Por qué el dueño de la cantina lo bautizó con tal nombre? Debió ser el mismo impulso que tuvo el dueño de una cantina que ahora existe en Comitán y que se llama “La granja”. ¿Por qué las cantinas tienen nombres de lugares donde los animales son la esencia? Debe ser porque después de terminar la botella salíamos como cuches, butules de bolos”.
Digo que si tuviese que enviar un mensaje a Fernando Avendaño sería éste:
“Querido Fernando, ya recibí tu disco. No sé cuántos discos he comprado en mi vida, pero han sido pocos, muy pocos. Soy comprador de libros. Libros sí he comprado cientos y cientos. Ahora que recibí tu disco leo un libro de la Premio Nobel de Literatura: Svetlana Alexiévich. El libro narra la participación de miles de mujeres soviéticas que participaron en la segunda guerra mundial. Son testimonios brutales de esas experiencias. El libro es conmovedor, hay páginas que, como si fuesen vendedoras de flores, extienden ramos llenos de un dolor rojo y amargo. ¿Por qué existe la guerra, Fernando? Tu disco vino a dar un poco de ungüento a mi corazón, porque ya escuché la canción “El diccionario”, canción que inicia con el siguiente verso: “Yo voy a hacer un diccionario, un diccionario del amor…”. Estas palabras sólo pueden decirse en tiempos donde la guerra está ausente, porque en tiempos de guerra todo mundo hace diccionarios donde las palabras: sangre, dolor y muerte son las únicas que llenan las páginas. Hay libros que están llenos de polvo y de humo. Imagino que hay discos también que contienen ese polvo que envejece objetos y miradas. Tu disco, querido Fer, llegó en el instante en que tenía la palabra dolor injertada en la mente; tu disco injertó la palabra nostalgia y vos y yo estaremos de acuerdo en que la nostalgia es preferible al dolor, porque la nostalgia puede convertirse en una hoja seca que sirva de abono para un renuevo”.
Digo que si tuviese que enviar un mensaje a Fernando Avendaño sería éste:
“Querido Fer, recibí tu disco. Te felicito. Admiro esa capacidad para unir a tu familia en torno a ese arte maravilloso. Has formado un árbol lleno de vida con tu esposa, tus hijos y nietos. Sos un tronco hermoso. Imagino que ahora celebrás la aparición de este disco, que, sin duda, anhelaste mucho tiempo; imagino que lo celebrás en tu ranchito y que lo hacés cantando, silbando, bailando y tomando algunas cervezas y dos o tres vasos de güisqui. No lo imagino de forma diferente. Sos un bohemio y la bohemia exige que la vida resbale como si fuese un niño en tobogán. Te cuento que cuando recibí tu disco estaba leyendo el libro “La guerra no tiene rostro de mujer”, de la escritora Svetlana Alexiévich, Premio Nobel de Literatura 2015. Pensé entonces que tu disco sí tiene rostro de mujer, un rostro como de aire enredado en esa utopía que se llama paz. ¿Cómo se llama tu ranchito? Ojalá no se llame “La selva” o “El desierto”, ojalá tenga un nombre más cercano al corazón del hombre, un nombre que me permita, ahora que llegue y brinde con vos por tu disco, conservar en mi espíritu aquel hilo de oro que siempre apareció cuando vos, en los años sesenta, llegabas a casa a jugar juegos de selva y de jungla”.