domingo, 20 de diciembre de 2015
DE NOVELA, CERCANA A LA TELENOVELA
Era como de telenovela. Martha, mi amiga de toda la vida, me llamaba por teléfono y me citaba en su casa. Yo sabía que, por enésima ocasión, me contaría el suceso que le pasó con Emanuel, quien en ese momento era el novio de Herlinda, su mejor amiga y que estaban a dos meses de casarse. El suceso bochornoso fue el tema de comentario durante una semana en el pueblo.
Cuando yo llegaba a su casa, ella ya estaba instalada en su papel de víctima (los lectores entenderán que lo que a ella le pasó fue una cosa gravísima, pero luego de oírla durante tanto tiempo, a mí ya me causaba cierto enfado).
Lo que a Martha le sucedió, sucede frecuentemente en muchos lados del mundo. La historia es muy simple y perversa: alguien finge estar enfermo para lograr un objetivo. Si uno revisa la prensa hallará cómo muchos han fingido, como fingió Emanuel, tener una enfermedad terminal. ¡Emanuel! Qué ironía. Emanuel significa Dios con nosotros. ¡Cómo puede Dios estar en el interior de un tipo tan asqueroso como él!, decía Martha, mientras ponía un poco de azúcar a su té y le daba vueltas y vueltas con la cuchara. La prensa registra un caso (de cientos) en donde un político fingió tener cáncer de pulmón, con ello logró que la gente votara por él en las elecciones para diputado. El supuesto enfermo acudía a las casas de los presidentes de barrio y ahí, enfrente de la multitud, pedía el voto de ellos, decía, con una cara de manta deshilada, que era su última voluntad, “en manos de ustedes está cumplir la voluntad de un moribundo”. La prensa consigna que el día de elección logró la mayoría de los votos y se convirtió en diputado. Meses después dio a conocer que la Virgen había hecho el milagro: ¡estaba curado del mal! Poco a poco apareció la verdad, todo había sido un montaje, él jamás había estado enfermo.
Emanuel llegó una tarde a casa de Martha e hizo toda la parafernalia que hacen este tipo de personas. Él dijo: “Los médicos dijeron que tengo no más de dos meses de vida”, ella sonrió y le dijo que no era bueno que dijera eso, que con eso no se jugaba. Él, de acuerdo con su estrategia, la abrazó y lloró. Le pidió que no se burlara, su tragedia era real. Ella, comenzó a dudar. Él, como si fuese un experto estratega, comenzó a disparar obuses en contra de la puerta de la fortaleza de ella y, poco a poco, la fue minando. Él dijo: “Ya no llegaré a la boda”. Ella se afligió, pensó en su amiga. (Acá, los lectores pueden llevarse la mano en la frente y decir: “¡Oh, tragedia!”, porque esto fue lo que Martha pensó). Él, dijo que Herlinda podría sobrevivir, hallaría a otro hombre y viviría feliz. Él, ya dispuesto a meter la estocada final, dijo: “Sólo tú puedes confortarme en los últimos momentos de mi vida”. Ella, en tono de Julieta, preguntó: “¿Yo, cómo?”. Él dijo: “En tus manos está que yo muera tranquilo”, se levantó, abrió la puerta y salió. Ya los lectores podrán imaginar el infierno en el que quedó Martha. En los días siguientes, Martha vio caminar a Emanuel por el frente de su casa, cada vez lo veía más pálido y más desvalido. Emanuel cada vez se ponía más colorete blanco en la cara y fingía caminar con más dificultad. Cuando consideró llegado el momento, Emanuel tocó en la casa de Martha y pidió verla por última vez. Martha abrió y le ofreció un asiento. Emanuel dijo que ya estaba en las últimas, esa sería la última vez que se vieran. Martha cerró los ojos y, en silencio, se preguntó por qué Dios le había mandado esa prueba.
Ya los lectores saben el desenlace de esta historia. Martha cedió a la petición de Emanuel. Dos días después llegó Herlinda a su casa, aventó a Martha, cuando ésta estaba en el piso, Herlinda la pateó y, por último, le dijo que no podía creerlo. ¿Por qué le había hecho eso? Ella, su mejor amiga.
En los celulares de todo el mundo estuvo circulando el video que Emanuel había grabado. ¿Por qué Emanuel había armado toda esta historia si lo que quería era cancelar la boda?
Martha me contaba la historia, cuando menos, tres veces al año. Siempre refregaba esa línea de púas en su mente y en su corazón. Así fue hasta que una tarde me dijo que se iba a Barcelona. Yo di gracias a Dios. Pensé que la distancia pondría ungüento a su historia y haría que yo descansara de tanta repetición, pero luego recordé que cuando Emanuel dejó el pueblo había ido a vivir a Barcelona.