domingo, 6 de diciembre de 2015

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE ESTÁN ROCÍO Y ÓSCAR




Si Óscar está junto a Rocío ¡Óscar es una flor! Si Rocío está junto a Óscar ¡Rocío es una palabra! Rocío puede ser todas las palabras, las más sublimes y las más desgraciadas. Óscar puede ser todas las lluvias, todas las aguas, las más puras y las más miserables. ¿Hay palabras desgraciadas? ¿Palabras sin gracia? ¿Hay aguas miserables? El agua debería llover para bendecir la tierra, pero no siempre es así. De igual manera, la palabra debería servir para bendecir el corazón del hombre, pero no siempre es así.
Óscar burila sobre la piedra, busca el corazón, ahí donde, se supone, está el espíritu del hombre. En el trayecto, como si fuese uno de esos hombres que se internan en las cuevas de Ocosingo, encuentra el ámbar de la palabra. Pero el poeta no quiere el artificio; el poeta va en pos de la niebla; aspira a hallar la oscuridad para refregárnosla a mitad del pecho.
Rocío es el río por donde las palabras son barcas, donde son peces, gaviotas.
Cualquiera podrá decir que el resplandor proviene del reflejo del cristal de la puerta. La física determina que eso es lo que sucede, pero nosotros, en lo íntimo, advertimos que esa cinta de luz es como el aura que rodea a Óscar y a Rocío. ¿De dónde proviene ese resplandor? Es una pregunta ociosa. ¿Quién anda, como merolico en la plaza, preguntando por qué el santo y la virgen; es decir, el hombre bueno y la mujer buena, están ceñidos por una corona de luz? La luz, se sabe, proviene del exterior, pero, fundamentalmente, proviene del interior del ser humano. Hay mujeres (Rocío lo sabe, Óscar puede afirmarlo) que, con su sola presencia, iluminan las manos ciegas de los hombres.
Acá, Rocío y Óscar coincidieron en una lectura en voz alta; es decir, la flor y el agua reciben la bendición de la palabra; por ello, ambos ven al frente, escuchan. En sus miradas se aprecia el aleteo de la palabra que, antes que en sus oídos y en sus corazones, bate sus alas frente a sus ojos, porque (se sabe) la palabra vuela y, cuando es sublime, alcanza la excelsitud.
¿Qué busca la flor que se llama Óscar? Ya se dijo: busca refregarnos en la conciencia la dureza del cáliz. ¿Qué busca el agua que se llama Rocío? Llover sobre los desiertos donde la espina del cactus pretende ser la cinta de luz que constriña la parte alta del hombre.
Rocío y Óscar coincidieron. De la misma manera que yo he coincidido con ellos. La cuerda de coincidencia, siempre, ha sido la palabra. Cuando ellos hablan yo escucho. Rocío ha sido el río donde los peces mojan sus deseos de ser pescados; Óscar ha sido la piedra que triza el muro de la desobediencia. Ambos, el deseo y la desobediencia, son esencia donde la palabra coloca el pie para dar el siguiente paso.
En este acto ¡la palabra vuela! Óscar y Rocío son pescadores. Se advierte en sus miradas la plenitud de sus redes. Siglos de tradición los empuja a acercarse a la orilla del mar, del río, del viento. Las palabras aletean, indecisas, confirmadas.
La coincidencia, ya se dijo, es de la misma naturaleza con que los simples gránulos del Big y del Bang unieron sus voluntades. Acá, en esta minúscula ventana, está la síntesis del universo, donde una flor, llamada Óscar, y un viento líquido, llamado Rocío, unen sus miradas en un solo centro, ahí en donde la palabra es brasa y el verbo es la extensión del alma que les da un abrazo, acaso el mismo que yo, por una hendija del muro, envío a ambos: una columna vertebral de río y un pétalo de aire.