miércoles, 30 de diciembre de 2015

ME FALTAS




Lupita se paró ante la mesa, con su dedo índice nos señaló a todos y dijo que éramos unos cobardes y unos tontos, que Sabines era el mejor poeta del mundo (dijo del mundo mundial, pero acá no lo consigno porque es de mal gusto). Aventó la silla desplegable y salió del salón. Jorge, cortándose las uñas, echado hacia atrás de su silla, dijo, sin vernos: “El mejor poeta del mundo mundial es Efraín”, y siguió cortándose las uñas, tan campante. Guadalupe dos (porque Lupita es Guadalupe uno), quien estaba sentada en la cabecera de la mesa, al lado de una torre de libros de poesía, dijo que seguimos siendo unos pobres provincianos, porque no pasamos de nuestra parcela, ¿acaso no sabemos que hay más mundo? Tomó el libro que estaba arriba de la torre y leyó: “Saltaron hacia abajo desde los pisos en llamas: / uno, dos, todavía unos cuantos / más arriba, más abajo. / La fotografía los mantuvo con vida, / y ahora los conserva / sobre la tierra, hacia la tierra. / Todos siguen siendo un todo / con un rostro individual / y con la sangre escondida. / Hay suficiente tiempo / para que revolotee el cabello / y de los bolsillos caigan / llaves, algunas monedas. / Siguen ahí, al alcance del aire, / en el marco de espacios / que justo se acaba de abrir. / Sólo dos cosas puedo hacer por ellos: / describir ese vuelo / y no decir la última palabra.”, dejó el libro en su lugar, en la parte más alta de la torre de libros y dijo que eso era poesía, que era un poema de Szymborska. ¿Han leído a Szymborska? No, ¿verdad? Por eso se conforman con sus poetas locales, pues quédense con ellos, quédense con su Sabines. “A mí me gustan “Los amorosos””, dijo Ernesto, mientras comenzaba a levantar los libros que, como palomas en el parque, estaban desperdigados sobre la mesa. Guadalupe dos abrazó la torre de libros y dijo que no habíamos entendido el poema de Szymborska, que no habíamos entendido nada, que el poema se llama Fotografía del 11 de septiembre y que habla de…, pero calló y después de un segundo dijo que nosotros no entendíamos nada, que Lupita (Guadalupe uno) tenía razón, que éramos unos tontos y cobardes.
Todo este alboroto había nacido en el instante en que Romeo dijo que hiciéramos la prueba, que imagináramos que el verso que está en esta fotografía no tenía el nombre del autor (la fotografía la había reproducido sobre la pared blanca, a través del cañón que siempre usamos en las sesiones del taller de análisis de poesía), que lo leyéramos en voz alta y dijéramos si nos gustaba o no. Erwin fue el primero que dijo que parecía verso de una canción de Juan Gabriel; Isabel siguió con la broma, dijo que más bien parecía verso de una canción de Arjona. Gamaliel pidió que fuéramos serios; Juan dijo que todos estábamos siendo serios, que, en verdad, el verso era malísimo. Lupita dijo que no se valía hacer esa lectura, que no éramos lectores de versos sino de poemas, que los poemas no debían fragmentarse, que el verso estaba fuera de su contexto literario, propuso que leyéramos completo el poema. Fue entonces cuando Margarita se paró (estaba sentada casi frente al centro de la mesa), nos vio a todos y dijo que no había necesidad de imaginar, que Ricardo Pérez (¿Se acuerdan de Ricardo, verdad?, preguntó) había hecho la prueba en un taller en Venezuela (ahí, en donde contados son los que conocen a Sabines), había leído un poema de Jaime, haciéndolo pasar por un poema escrito por él y, ¿qué creen?, pues todos señalaron errores y dijeron que era un lugar común. Lo cual comprueba -dijo Romeo- que algunos poemas de Sabines son una bazofia. No todos, claro, hay algunos muy buenos, pero hay otros que no debió publicarlos. Es que la cáscara más resbaladiza, dijo Erwin, no es la del plátano sino la del poema de amor, ahí el que no cae resbala. Cómo no, dijo Guadalupe dos, en manos de titiriteros la palabra se vuelve temblorosa. Ahí fue donde Lupita se enojó y dijo que éramos unos tontos. Ella ama la poesía de Sabines.
Cuando las aguas se calmaron, Margarita propuso que regresáramos a los poetas clásicos, como lo habíamos hecho al abrir el taller de análisis poético. Propuso que sigamos leyendo a los locales, pero que no los analicemos, que cada quien haga su propia lectura y que no la externe, porque, parece, que somos muy delicados de piel y todo nos causa escozor. Nos da pena mostrar nuestras debilidades. Todos, en ánimo de preservar la concordia, votamos por la moción y la aceptamos. Guadalupe dos fue quien expresó más emoción. Vaya, retornamos al buen camino. Basta de ver volar golondrinas, cuando bien podemos conmocionarnos ante el vuelo de las águilas. ¡Ya, ya!, dijo Margarita, cerremos la discusión. Romeo picó sobre el tablero de la computadora y la siguiente imagen apareció. Era un verso de un poema de Hernán. Juan se paró y apagó la laptop. Mejor leamos a Pessoa, dijo, y buscó un libro en el estante de la derecha. Sí, dijo Margarita, y que quede como regla que no leamos poesía local de algún poeta vivo, luego se puede enterar que no nos gustó y ¡ya ven cómo se ponen!