sábado, 16 de julio de 2016

CARTA A MARIANA, CON VACACIONES INCLUIDAS





Querida Mariana: ¿Y este año adónde irás de vacaciones? ¿De nuevo a Cuernavaca a casa de tus tíos? Cuando estudié en la Ciudad de México, mis amigos y yo íbamos casi cada fin de semana a Cuernavaca. Hoy sé que fuimos privilegiados. Jorge le pedía la llave de la casa a su abuelo, casa que tenía muchos cuartos, un jardín generoso y una alberca que mis amigos llenaban a la mitad para que yo pudiera meterme, sin riesgo de terminar ahogado. Colocábamos una red de voleibol y, adentro de la alberca, jugábamos. Si existe el waterpolo, ¿cómo se llama el volei que se juega en el agua?
Sé que vos adorás esta temporada. A mí ni me preguntés, sabés que no disfruto tu lejanía. Yo preferiría que descansaras en tu casa, que fueras a Uninajab por las mañanas y que regresaras por la tarde, para que nos viéramos un ratito y, como lo hacemos en forma regular, compartiéramos lecturas. No pensés que me gusta mucho recibir tus inbox contándome cómo te va en los lugares donde vacacionás. ¿Vas sola o va contigo el innombrable de tu novio?
Quique estuvo el martes pasado en el programa “Crónicas de Adobe”, de radio IMER-Comitán. Platicó sus recuerdos de cuando viajaba a Uninajab en los años sesenta. Entre paréntesis debo decir que su plática fue sensacional, vos sabés que él está ya considerado como uno de los grandes contadores de anécdotas de la región. A mitad de la plática hizo un reclamo tan aireado que hizo que su bigote se retorciera como tzucumo en medio de una tormenta: “¿Por qué las muchachas que se bañan en la poza de Uninajab no usan traje de baño y se meten con ropa de vestir?”. Nada dije, pero estuve de acuerdo con Quique. Ahora, muchas niñas bonitas agarran un pantalón de mezclilla, le cortan las piernas; toman, apresuradamente, una camiseta tamaño extra grande, un sostén de color rojo y ¡listo! No hay visión más triste que ver a una de ellas a la hora en que salen de la alberca, la camiseta se les pega en el cuerpo y son como zanates mojados llenos de estrías. Ricardo dice que cuando menos deberían usar camisetas strech para que la lozanía de sus pechos hiciera olvidar el short jodidito y deshilachado (claro, dice Ricardo, siempre y cuando la muchacha tenga dieciocho años y no treinta y dos caídos).
Quique no hizo la pregunta, pero yo sí la hago: ¿No saben estas muchachas que hay un bañador que se llama bikini? ¿No saben que esta prenda cumple ya setenta años? El mundo tiene setenta años de disfrutar de tal prenda y acá, por estos rumbos, hay muchachas que no lo usan y, sin pudor ni pena, usan shorts de mezclilla, como si fuesen obreras que no tuvieron la suficiente paga para comprar unos pantalones completos.
Ya las quisiera ver en una piscina de hotel de cinco estrellas en Cancún. Ya las quisiera ver caminando al lado de esas muñecas bronceadas que parecen estrellas de Hollywood, con sus esculturales cuerpos sin gramo de grasa. Ahora sí que como dicen ustedes los jóvenes: ¡Qué oso!
Quique y yo venimos de una generación que fue privilegiada con el sentido de la vista, por eso cuando vemos a una muchacha meterse a la alberca con un batón nos da pena ajena. Nosotros crecimos bajo la bendición de mujeres que usaban bikinis con gran orgullo. Me caen mal los que muestran fotografías actuales de Brigitte Bardot y se burlan del cambio con respecto a fotografías cuando era joven. Brigitte, ahora, tiene mil surcos en su rostro. ¿Qué esperaban? Ella dejó que el tiempo pusiera su marca indeleble. Ahora los jóvenes ignorantes se burlan de sus arrugas y de sus pliegues. No saben que ella es una de las viejas más hermosas del mundo. ¿Saben acaso que ella, la muchacha más linda del cine francés, es una defensora del medio ambiente, sobre todo, del trato inhumano que los humanos les dan a las focas de regiones polares? Ha gastado buena parte de su paga para subvencionar campañas en contra del maltrato animal. Los que crecimos en los años sesenta recordamos a Brigitte con un bikini en las playas de la Costa Francesa. Ella sabía para qué habían inventado esta prenda maravillosa.
Pero no sólo tuvimos a Brigitte y a Ursula Andrews en la pantalla, también tuvimos la gloria, en los años setenta, de convivir con amigas que, niñas preciosas (Dios las bendiga siempre), se atrevieron a usar la minifalda en un Comitán puritano, conservador e hipocritón. Si los papás pegaron el grito en el cielo cuando vieron que sus hijos usaban pantalones acampanados, camisas floreadas y cabelleras largas, podés imaginar que sus gritos fueron más allá de la estratosfera cuando vieron a sus hijas usar las minis. Las minis más conservadoras llegaban a la mitad del muslo y las “normales” al límite de la entrepierna. Cuando una muchacha bonita comiteca daba vueltas al parque y usaba la mini “normal” se le podía ver, por detrás, la línea que marcaba la base de las nalgas. Si la mini era de color blanco, ella usaba un calzoncito del mismo color para que nada desentonara. Ellas se sentían muy bien al ser admiradas y nosotros nos sentíamos muy bien al admirarlas. Era el grito de protesta que los jóvenes aventaban ante un mundo conservador que les arrebataba su aire.
No quisiera que fueras de vacaciones, pero, bueno, entiendo que debés descansar y que vos esperás con ilusión el verano para cambiar de ambiente. Así que me conformo, pero, en nombre de la estética y del buen gusto, me uno al reclamo de Quique y pido que, por favor, llevés tu bikini y apantallés a medio mundo de allá. Caminá como garza por la orilla de las albercas y al lado de donde las olas llegarán a besar tus pies. Es más, sé la embajadora de este grito que debe escucharse en todas partes: “Cuerpos del mundo ¡uníos! ¡Sí al bikini en las playas y albercas, no a los batones y shorts de mezclilla!”. Las mujeres que se meten vestidas a las albercas son como esas fodongas que, empijamadas, sacan su basura. ¿En dónde quedó el buen gusto? Si una mujer cree que no tiene un cuerpo escultural y parece un vocho con llantas gordas, bueno, que use un traje de una sola pieza, pero, por favor, que usen lo adecuado a la ocasión. El verano es ocasión para broncear el cuerpo, para recibir la bendición del sol y del aire, para volverse uno con la naturaleza. Si van a andar enfundadas en batas y batones más les valiera quedarse en su casa, ir de paseo a un convento o a las catacumbas donde están las momias de Guanajuato. Por eso, ahora, los expertos en turismo han clasificado a éste en diversas ramas: hay rutas históricas, rutas religiosas y el turismo de playa. Hay gente que prefiere ir a esquiar a los Alpes Suizos (éstos deben usar trajes apropiados al clima frío); hay gente que prefiere ir al bosque (deben usar botas especiales); hay quienes son felices visitando templos (ahí sería una falta de respeto entrar con bikini). Todo lugar exige una vestimenta especial. Los corredores no pueden ir enfundados en armaduras estilo Rey Arturo, así como los astronautas no pueden ir vestidos a la moda casual. De igual manera, entonces (por favor, San Caralampio), que los turistas que lleguen a las playas y albercas de todo el mundo usen los trajes de baño convenientes. Que los muchachos anden con el pecho descubierto y con sus bañadores discretos, pero sugerentes; y que las muchachas bonitas usen ese maravilloso traje de dos piezas que se llama bikini. Si la chica es lo que los argentinos llaman mina; es decir, que tiene un cuerpo maravilloso, bien puede usar pantaloncillo de hilo delantal; de lo contrario, bastará con un buen triángulo que cubra lo que debe cubrir. ¿Para qué sirve el periodo vacacional? Para botar la rutina del espíritu y del cuerpo. Así, pues, las muchachas deben botar los pantalones de todos los días y tomar los bikinis que permitirán recibir la caricia del aire y la bendición del viento, del sol y del agua. ¿Qué bendición puede recibir una mujer que se mete al mar vestida con un short de mezclilla? ¡De mezclilla, Dios mío! ¿Una tela gruesa hecha para el trabajo pesado? Una mujer que no consiente su cuerpo con telas sutiles debiera estar condenada a tatemarse en los infiernos. ¿Cómo puede recibir la bendición del agua de Uninajab si su cuerpo está envuelto en telas duras?
Vos, tal vez, irás a Cuernavaca; otros irán a la Ciudad de México. Pedro y Rocío, por fin, cumplirán su sueño y ya preparan su viaje para ir a Venecia. Ah, qué bendición. Muchos otros irán a Cancún, a Acapulco y muchos (así lo esperamos, si los bloqueos lo permiten) vendrán a vacacionar a Chiapas. Irán a Los Lagos, a Agua Azul, a Palenque, a San Cristóbal y a nuestro Comitán, para comer panes compuestos, paletas de chimbo y llenarse con la luz tibia de sus cielos. Por el amor de Dios, lo único que se pide es que la gente vaya y venga dispuesta a empaparse de vida. Los que no estén dispuestos a sufrir raspones que se queden en su casa, por bien de ellos y de los demás.

Posdata: No me estás preguntando, pero yo no tengo vacaciones. Seguiré con mi rutina, mi deliciosa rutina. Por las mañanas iré a la universidad y en las tardes pintaré, leeré y escribiré mucho. Todos los días me levantaré a las cuatro de la madrugada y me acostaré a las ocho de la noche. Cuando me gane la nostalgia y piense en vos y piense en que estás recostada en el césped al lado de la alberca, mientras tu novio te ofrece una limonada con hielo, saldré de casa e iré al parque central y me beberé el cielo de Comitán para embriagarme y ya bolo gritar que todo está bien, que pasa nada, que lo que sucede en Cuernavaca se queda en Cuernavaca y que una mañana de agosto volverás más llena de vida, más llena de aromas, los mismos aromas que descubrí viendo a Brigitte Bardot, en bikini.