miércoles, 27 de julio de 2016

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE SE ECHA ABAJO EL MITO DE QUE LOS GATOS SON IGNORANTES





Acá el término ignorante se emplea en el término de ignorar y no de ser metido en la ignorancia; es decir, todo mundo sabe que los gatos ignoran a sus amos mientras no necesitan algo. Los perros, por el contrario, siempre están pendientes de sus amos. Acá está la historia de dos animalitos peludos. Les pongamos nombres, digamos que el gato se llama Misha (como algunos célebres personajes de la literatura rusa) y la perrita de primer plano se llama Pigosa (como algún célebre personaje de las Arenillas). El Misha y la Pigosa conviven en la misma casa. Es tal la convivencia que la Pigosa come croquetas de gato y el gato, de vez en vez, pero en menor proporción, come croquetas de perro. La dueña de los animalitos dice que en algún momento el gato se olvidara que es gato y comenzará a maullar ladriditos y la perra se olvidará que es perra y ladrará maulliditos. ¡Qué complicado! Pero parece que tal teoría no está tan desencaminada, porque acá se ve que la perra el quien ignora al lector (alguien les leía un cuento en voz alta) y el gato (“ignorador” permanente) es quien pone atención como si fuese alumno de primera fila y de diez.
El lector los llamó a ambos animalitos. Como era hora de comida, Misha salió de su caja de cartón, donde se duerme todos los días (la caja está llena de pelos) y se refregó en las piernas del lector, con ligeros maullidos; la Pigosa se paró en sus patas traseras, dio vueltas, tantas como vueltas le dio a su cola, con ladridos que parecían ser de alegría, de contento. El lector, como si fuese domador de circo, les dijo a ambos animalitos que se acercarab, para lograr tal prodigio, les puso una dotación generosa de croquetas (mitad de gato y mitad de perro). Ambos animalitos comieron con entusiasmo. Cuando las raciones terminaron, el lector se enfrentó a la prueba máxima, en voz baja y melosa les dijo a ambos animalitos que se echaran al piso. ¡Milagro, milagro! El gato se hizo para un lado, como si fuese camión de redilas en curva, y se echó sobre el piso; y la perrita, como si fuese camión con las llantas ponchadas, bajó las patas y quedó sobre las losetas. Viendo el logro, el lector se atrevió a dar el siguiente paso en la hazaña. Se sentó en una silla baja y, en voz muy de pájaro joven, dijo que les contaría un cuento. ¿Les gustaría oír un cuento? Les contaría el cuento “El león que quería volar” (cuento que ya conocen muchos lectores de estas Arenillas) y, para su sorpresa, el gato puso la cara que acá se ve y no dejó de hacerlo hasta que el lector terminó el cuento. ¿Cómo fue posible que el gato (“ignorador” permanente) puso atención al lector y la perrita (atenta por naturaleza) ignoró la lectura? Esta sí es una pregunta que no tiene respuesta. Viendo el logro que había conseguido, el lector (ya en el delirio total) guardó las hojas y preguntó: “¿Les gustó el cuento?”. El gato se dio vuelta y se echó a dormir; mientras la perrita se paró, dio de brincos, ladró y movió la cola decenas de veces.
La reacción final fue la comprobación de que el mundo seguía su trazo normal: el gato volvía a ser el “ignorador” de siempre, y la perrita regresaba a la normalidad.
El gato había puesto atención, pero tal vez no entendió el cuento o simplemente no le gustó. En cambio, la perrita, casi siempre fiel, pensó: “Pobre este lector. Su cuento es malísimo, pero debo darle un poco de ánimo”, y caminó con sus patas traseras e hizo otras gracias, sólo para que el lector no se decepcionara.