martes, 12 de julio de 2016

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE ESTÁ UN POZO




Esta fotografía es de hace un año. Es un espejo circular. Es la manualidad que realizó un estudiante de primaria. ¿Es de la cultura huichol? Es una estructura hexagonal, hecha con madera y bordada con hilos de diversos colores. Por lo regular, dicho espejo, es colgado en una pared de la casa por la mamá orgullosa del niño que lo realizó. Pero, en esta ocasión, el espejo parecía haber quedado olvidado sobre la mesa de la biblioteca. Vi a dos niños que se acercaron al espejo, como si fuesen Narcisos asomándose a la orilla del lago para ver sus rostros. Todo era muy común, dentro de lo normal. Todo era así hasta que uno de los niños dijo: “Es un pozo”, y las caras de ambos se transformaron. ¿Qué prodigio sucedió? Bastó que uno de ellos, al poner sus manos sobre la mesa y acercar su cabeza al espejo, dijera que era un pozo para que el acto cotidiano e intrascendente tomara otro matiz. El amiguito se acercó y dijo que sí, que era un pozo, que era el pozo de los deseos, así que preguntó al otro cuál era su deseo. El niño de cabello rubio y ensortijado cerró los ojos y dijo que deseaba un pastel de chocolate. El otro niño, de pestañas como de persiana, no cerró los ojos, al contrario, los abrió más, y dijo que el pedía un hermanito. Yo, que estaba leyendo “Mamá”, novela de Joyce Carol Oates, imaginé la reacción de la mamá si hubiese estado a mi lado; asimismo pensé en la personalidad de ambos niños, uno había pedido un postre y el otro había pedido un hermanito. Los vi diferentes desde entonces, al niño rubio le vi un rostro más resplandeciente, el niño de las pestañas largas tenía una sombra que era como un pájaro triste. Una señora entró y llamó a los dos niños, quienes levantaron sus cuadernos y llevaron a un carrito los libros que habían consultado. Cuando oí que los dos niños reían en el corredor exterior me levanté y fui a mirar el pozo. No me acerqué demasiado, porque las alturas siempre me producen vértigo. Si imagino que estoy en la orilla de una azotea a diez metros de altura del piso me altero de tal forma que, instintivamente, me hago hacia atrás, como si apareciera una araña al lado de mis pies. Así que me quedé en una orilla, pero alcancé a ver lo que en esta fotografía se ve: libros sobre un estante. Los libros, por supuesto, se ven de cabeza, pero, entonces, igual que los niños pensé que estaban así, porque no era un pozo común y corriente, sino un pozo de otra dimensión, una en la que la gravedad es inexistente, así que si yo me acercaba y, sólo por una intrepidez, me aventaba, podía flotar, alargar la mano y tomar uno de esos libros. ¿Cómo regresaría a mi dimensión? Dejé que los libros siguieran ahí y yo no me atreví a hacer lo que se antojaba un viaje fantástico. Me retiré, guardé la novela en mi mochila y salí de la biblioteca.
Ayer volví a la biblioteca. Llevaba el libro “Infiel”, libro de cuentos de la misma Oates. ¡Sí, una feliz coincidencia! Me senté en una mesa cercana a la entrada y comencé a leer. Quince o veinte minutos después oí un murmullo cercano a mi mesa. Miré que eran dos niños. ¡Eran los mismos niños! Ya crecieron. El niño de pestañas largas se estiró. Noté que su mirada había cambiado. El güero engordó, ahora está como más cachetón. ¿Estaban ahí a la hora que entré? Sí. Pero habían estado callados, haciendo un trabajo de español. El niño de pestañas largas había interrumpido el silencio para decirle a su amigo que lo invitaba a ir a cenar a su casa y el gordito había llamado a su mamá para pedir permiso. Cuando el niño rubio colgó dijo que su mamá le había dado permiso y el niño de pestañas levantó el pulgar y sonrió. Una mujer, con un embarazo de seis o siete meses, entró a la sala y llamó a los dos niños que, como hace un año, guardaron sus cosas, dejaron los libros en el carrito y abrazaron a la mujer. El niño de pestañas largas dijo que había invitado al güero para cenar. Ella dijo que estaba bien. Supe entonces que la mujer era la mamá del niño de pestañas largas. ¿Era él quien había pedido un hermanito ante el pozo de los deseos? Sí, era él. Entonces supe que el pozo había cumplido el deseo de ambos niños, porque el niño rubio había engordado. Claro, el pastel de chocolate tiene muchas calorías.
Los niños y la señora salieron. Me quedé solo en la sala. Me paré y busqué en las mesas. No, nadie había olvidado un espejo, un pozo.
Lamenté no haber pedido un deseo aquella vez.