lunes, 18 de julio de 2016
REGALO DE BODA
A la hora que se bañaba, Romeo recordó la boda de Armando y Elena. ¿Era el próximo sábado? Después de vestirse busco la invitación sobre el escritorio de su estudio. Ahí estaba el sobre con filos de oro y flores en relieve. Desde que recibió la participación hubo algo que llamó su atención y, sin duda, la de todos los invitados: la mesa de regalos estaba en Liverpool, pero, a renglón seguido decía que otra opción era el rancho El Dorado.
Sólo por compensar su curiosidad marcó el número de El Dorado. Una voz femenina, joven, un tanto rasposa, respondió y, ante la pregunta de Romeo, dijo: “Sí, señor. Un presente está disponible: un león adulto”. Sin duda que la joven estaba ya acostumbrada al silencio del otro lado de la bocina, porque después de una pausa agregó: “Es un animal que estuvo en cautiverio en el Circo Atayde. Fue decisión de la señorita Elena que si algún invitado lo adquiere, ella lo cuidará en su hacienda, donde ya mandó a construir una jaula tan grande como una cancha reglamentaria de fútbol sóccer, a fin de que el animal no se sienta humillado”.
“¿Le interesa verlo?”, preguntó la joven. Romeo preguntó antes cuál era el precio del animal. Ella dijo que veinte mil pesos.
Desde el principio, cuando Armando le dijo que se casaría con Elena, Romeo se preguntó qué podía regalarles. ¿Qué se puede regalar a dos amigos que tienen todo? Pensó en obsequiarles un grabado de Toledo que recién había adquirido en su viaje a Oaxaca el pasado mes de abril, pero, cuando supo que los recién casados vivirían en la hacienda pensó que no sería un obsequio ad hoc. ¿Por qué no obsequiarles el león? Romeo dijo que sí, que estaba bien. Llegaría a las doce para ver el animal.
Antes de tomar la carretera para ir al rancho, Romeo pasó a la librería a comprar el libro que su sobrina René le había pedido. Entró a la librería y preguntó por “El sueño de Elías”, del escritor Juan Gabriel Vázquez. El dueño subió a una escalerilla de tres peldaños y bajó un ejemplar. Romeo se sorprendió al ver que el dibujo de portada era un león. El viejo, con pantalones detenidos con tirantes, dijo que Elías era el nombre del león. Romeo dijo que estaba bien. Pagó y marcó al celular de René para decirle que ya tenía su libro. “Gracias, tío”, dijo ella. “¿Me lo traerás ya?”. Romeo le explicó que iría a un rancho, pero prometió que a su regreso pasaría a su casa. René le pidió acompañarlo, “mi mamá fue a un desayuno y me dejo sola en casa, por favor, tío, ¿sí?”. Romeo miró la hora en el frente de su BMW y dijo que estaba bien.
René se despidió de la asistente de la casa y subió al auto de su tío, le dio un beso y tomó el libro. Lo abrió y comenzó a leerlo, mientras Romeo tomaba la carretera con rumbo al rancho. Llegó al desvío donde estaba un letrero de madera pintado con letras azules, ya deslavadas, tomó el camino de terracería. René cerró el libro y suspiró. El tío preguntó cómo estaba el libro, ¿le había gustado? ¡Sí!, dijo ella, pero es muy triste. Elías era un viejo león que había vivido toda su vida en un circo, pero como ya estaba viejo, el dueño lo había subido a un camión con jaula y lo había enclaustrado en una vieja bodega. Ahí le llevaban un poco de comida en las mañanas, cuando el viejo cirquero se acordaba. Elías adelgazó mucho, ya no tenía fuerza para pararse, se pasaba todo el día echado en un esquinero, donde el viejo lo había encadenado. Un día, la nieta del cirquero acompañó a su abuelo, porque luego irían al centro deportivo donde participaría en una competencia de natación. La muchacha ayudó a cargar la cubeta con carne, empujó la puerta de madera apolillada y pinchó el encendedor de energía eléctrica. Vio en una esquina al animal que parecía un montón de huesos más flacos que los que llevaba en la cubeta. “Abuelo, este pobre animal se morirá”. El viejo dijo que sí, que ya estaba viejo, ya no servía para el número circense. La nieta se acuclilló y, sin temor, acarició la melena sucia y enredada del león. El abuelo la tomó con ambas manos y la retiró, le dijo que era muy peligroso estar cerca de un animal cuando comía. Pero, el león vio la carne y la ignoró, volvió a colocar su cabeza sobre la mano y cerró los ojos. La nieta volvió a acercarse y en voz baja le preguntó al león: “¿En qué sueñas?”. El abuelo dijo que ya era hora de irse, levantó la cubeta y caminó hacia la puerta. La nieta se paró, movió la mano en señal de adiós, frente a la cabeza del animal y ya había comenzado a caminar detrás del abuelo cuando oyó una voz delgada, como si fuera el murmullo de un grillo: “Sueño con ir a mi casa para ver a mi mamá”. Ella se paró. No podía ser cierto, el animal no podía estar hablándole. “¿Qué dices?”, se dirigió al león, mientras el abuelo la apuraba. El animal seguía con los ojos cerrados, con la trompa echada sobre el piso, pero la nieta oyó una voz como de gota de agua corriendo sobre un canal en desnivel: “Quiero ir con mi mamá”.
“¿Y qué más?”, preguntó Romeo.
(Continuará y concluirá el próximo miércoles).