viernes, 22 de julio de 2016

PARA CUANDO NO HAY TIEMPO QUE PERDER




A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en mujeres que son como un libro adentro de un refrigerador y mujeres que son como un libro en el corazón.
La mujer libro en el corazón huele al aire que juega por las tardes en las plazas del mundo. Esta mujer, a diferencia de las demás, ha viajado por todo el mundo, sin necesidad de salir de su casa. Siempre que tiene un tiempo libre saca el libro de su mochila, lo abre y, como si se subiera a un galeón español, se echa a la mar. No sabe si se topará con un nuevo mundo; en realidad su objetivo no es hallar nuevas tierras y, mucho menos, conquistarlas. Le basta y le sobra con el viaje, con la sensación que tiene todo viajero que sube a un tren y se repega a la ventanilla para ver los hilos de humo que salen de las casas donde preparan las tortillas en el comal.
La mujer libro en el corazón tiene a sus autores favoritos. Por lo regular, esta mujer no se echa a volar con alas chuecas y endebles. La experiencia le dicta que hay algo que se llama clásico, porque este concepto no pasa de moda ni es la moda. La moda, lo sabe todo mundo, es aquello que, pasado un tiempo, se desecha. Lo clásico, también lo sabe todo mundo, es aquello que se conserva para siempre, y lo que es bueno se conserva para siempre en el corazón. ¿Por qué en el corazón si éste es un órgano que nada tiene que ver con el viaje? ¡Ah!, eso es lo que creen los tontitos que siempre relacionan al corazón con el amor y no con la inteligencia. El corazón es el sol, el agua, el aire y el fuego del espíritu, porque es el que riega la vida. Y la mujer libro en el corazón lo que hace cada vez que lee es regar vida, no sólo en su parcela donde florecen los pensamientos, sino también en los corazones de los cercanos, terrenos donde crecen los nomeolvides. Porque pensamientos y nomeolvides son los que crecen en los tejados de las casas de las mujeres que son como libro en el corazón.
Basta un minuto para que ella confirme su vocación. Así como muchos hombres no salen sin ella (es decir, sin su tarjeta de crédito o sin el chunche que llevan en la entrepierna), porque no se sabe a qué hora necesitarán crédito; así ella, la mujer libro en el corazón, no sale sin llevar uno en su bolso. El corazón lo lleva siempre, no lo deja; de igual manera, no deja el libro, porque sabe que es casi casi como su corazón. Lo abre cuando viaja sobre la combi, para sentir ese sabor inolvidable de viajar dos veces; lo abre cuando va a hacer pis al baño; lo abre cuando se sienta en la sala y mira que los demás ven la televisión; lo abre cuando viaja en avión, en barco, en tren, sobre caballos o sobre elefantes que vuelan por encima de las estepas rusas; lo abre (¡bendito Dios!) a la hora que su amado le cuenta historias de piratas y le besa los muslos y la abre. Sí, la mujer libro en el corazón es tan plena que no tiene algún empacho en darse completa al viaje. Como si fuese la luna se mete, a medianoche, en las habitaciones de la gente amada y cuenta las experiencias de sus viajes; como si fuese una mamá que cuida a sus pichitos, prende la lámpara del buró y lee poemas para niños, poemas que cuentan la historia de unicornios que se perdieron en la selva y fueron hallados en el templo.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en mujeres que sueñan con hombres volando sobre el Sena y mujeres que sueñan con hombres enlodándose a mitad del drenaje.