sábado, 23 de julio de 2016
CARTA A MARIANA, DONDE SE CANTA UNA CANCIÓN DE CUNA
Querida Mariana: ¿Sabés que en España se llama nana a la canción de cuna? Las mamás jalan una silla y, al lado de la cuna, mientras la luna entra por la ventana, acostumbran cantar nanas a sus criaturitas. Acá, en Comitán, como en muchos lugares de Latinoamérica, le decimos nana a la cuidadora de niños. Es famosa la nana que aparece en la novela “Balún-Canán”, de Rosario Castellanos; bueno, con decir que es famosa la nana Rufina que cuidó a la escritora cuando ésta era chiquitía. En nuestro pueblo, las nanas ya son especie en extinción. De igual manera, los nenes nos están abandonando. Una de estas tardes murió el famoso Nene, del barrio de Guadalupe.
¿Conociste al Nene? Te anexo una fotografía que le tomé una tarde en el atrio del templo de Guadalupe. Él se molestaba cuando alguien quería tomarle una fotografía. Había necesidad en los otros de tomarle una foto para completar el registro de los personajes ilustres de Comitán, pero él no lo sabía, él, como pichito remolón, se ocultaba. Por eso, esta fotografía es simpática, por decir lo menos. Alguien le obsequió una cámara inservible que usaba cuando alguien estaba al frente con otra cámara. Un poco como si jugara el juego de los espejos. La imagen (dije que es simpática, por decir lo menos), en realidad, es una imagen maravillosa, porque muestra al Nene tal como era: un espíritu infantil. No es casual que alguien, en algún momento, le haya puesto el mote de El Nene. Mucho, muchísimo antes que el mundo tuviera al nene consentido de la serie televisiva de Los Dinosaurios, Comitán tuvo su nene consentido, el nene del barrio de Guadalupe.
Doña María Elena, vecina afectuosa del barrio, avisó en el Facebook del fallecimiento de este personaje entrañable. Si alguien, en el futuro, decidiera investigar más acerca de la vida de El Nene, tal vez, tendría que recurrir a doña María Elena para que ella contara. Yo lo que puedo decir es que El Nene fue de esos personajes que dan carácter a los pueblos. Siempre recuerdo a ese maravilloso personaje de la película “Cinema Paradiso” que se creía dueño de la plaza y, en la noche, corría a todos los que ahí estaban para quedarse solo con su espacio. El Nene hizo suyo el parque de Guadalupe. Florecita Albores dijo que era una leyenda del barrio.
Medio mundo de acá lo conoció por el mote, que se le decía de cariño. Doña María Elena consignó su nombre: Reneiro Velázquez (¿Reneiro? Sí, así ella lo dijo). ¿Quién le decía Reneiro? Sólo sus amigos, tal vez algún vecino y sus familiares. El círculo donde su nombre fue pronunciado fue muy estrecho. En compensación, medio Comitán lo conoció por su mote.
Hay hombres y mujeres que dejan olvidado su nombre y brillan con los sobrenombres que les otorga la comunidad. El Nene fue uno de ellos.
Digo que a Reneiro no lo conocí bien. Yo caminaba por el parque y lo veía con frecuencia. Pienso (debe ser un pensamiento errado) que él no caminó más allá de un espacio delimitado: su casa, el parque y el templo. Él vivió en una casa que siempre tiene la puerta abierta (con excepción de estos últimos días en que ha permanecido con la puerta cerrada); casa que está frente al parque de Guadalupe. A Reneiro le bastaba cruzar la calle para llegar al parque. Lulú Guillén escribió en el face: “De Chicos nos corría y mucho tiempo. Tocó las campanas de la iglesia”. Quiero pensar que ese “nos corría, y mucho tiempo” se refiere a que él (niño, después de todo) iba detrás del grupo de chiquitíos que corrían en intento de que él no los atrapara; tal vez él quería integrarse al grupo, porque (así lo vi siempre) él fue un hombre árbol, de esos en donde los pájaros van de una rama a otra, pero que hay instantes en que lo dejan solo. Solo, solo, el pichito caminaba, mientras los niños jugaban en su derredor. ¿Él, qué jugaba? Tal vez al correr detrás de los niños se sentía parte de ese grupo.
Quienes lo conocieron hablan de él como si confirmaran mi creencia de que no fue más allá de ese espacio delimitado por su casa, el parque y el templo (tal vez llegaba a una esquina y eso era como la gran aventura, como el atrevimiento supremo). Quienes lo conocieron hablan de que los corría en el parque, de que tocaba las campanas del templo de la Virgen de Guadalupe, de que le gustaba escuchar la marimba (la que tocaba en el atrio en alguna celebración religiosa) y de que se creía novio de una hermosa mujer (casada) de ese barrio. Ella (la novia) celebró tal recuerdo, como si dijera que fue un privilegio ser elegida por el nene más lindo del barrio.
Reneiro se movió en un espacio muy breve; sin embargo, su nombre trascendió ese espacio y fue conocido por gente de Yalchivol, por gente de San Sebastián, de La Pila y por gente de Los Riegos y de muchos más barrios y ejidos; y por gente que venía de otras partes de la república en las tradicionales antorchas (este año lo extrañarán).
Reneiro, niña mía, fue de esos personajes que se convierten en celebridades sin moverse mucho. Estos personajes no tienen necesidad de hacer alharaca ni de buscar reflectores ni de hacer declaraciones rimbombantes, ¡no!, a estos personajes les basta ser y (no lo percibimos bien, pero así es) tienen una luz que los rebasa. Así como sus sobrenombres ocultan sus nombres, de igual manera sus modos sencillos de ser brincan las bardas de los mínimos espacios y se multiplican como si fuesen hongos en tiempo de lluvia.
Lo que voy a decir es una bobera (bueno, ¿qué otra cosa hago si no boberas?), pero estoy seguro que si hiciéramos un experimento en el cabildo al Nene no le iría mal. Y digo cabildo porque ahí hay una galería con fotografías de muchos expresidentes de este pueblo. El experimento consistiría en colocar una fotografía de él al lado de las demás. Si borráramos los nombres de los políticos, muchas personas dudarían en decir los nombres de expresidentes recientes (ya no digamos de expresidentes antiguos), pero a la hora de llegar frente al retrato de este hombre casi todos, señalándolo con el dedo índice y esbozando una sonrisa, dirían: “¡El Nene!”. Esto, que, en apariencia, no tiene importancia, dice mucho de cómo se constituye la identidad de un pueblo. El ejercicio de imaginación que propongo es un exceso, pero imaginá que sí se diera. Algún extraño podría preguntar: “¿Y él que hizo?”. Tal vez la respuesta sería: ¡Nada! No hizo nada, nada más que salir de su casa y pararse al lado de un poste en el parque o sentarse en una banca, no hizo más que correr detrás de niños en el parque, subir al campanario y hacer los repiques, pararse al lado de la marimba y mover los pies y sonreír a la hora que los ejecutantes interpretaban esa canción que dice: “Quisiera ser pescadito chiquitito y nadador / para alcanzar esa barca donde se embarcó mi amor…”, porque Elsa Villafuerte dijo que esa era su canción favorita. ¿Qué le removía la letra y música de esa canción? ¿Quién sabe? ¿Alguien se lo preguntó? ¿Alguien se acercó alguna tarde, se sentó a su lado y preguntó cuáles eran sus sueños, aparte de estar parado en el parque viendo cómo el viento de la Ciénega llegaba como caballo desbocado para jugar con su cabellera enredada y sucia?
¿Qué hizo El Nene? Nada. No hizo más que ser un niño que, un poco al estilo de Oskar Matzerath, personaje entrañable de la novela “El tambor de hojalata”, decidió no crecer. Oskar se instaló en la edad de tres años, ¿en qué edad se estacionó Reneiro?
Reneiro murió uno de estos días. El parque se quedó solo, como solo era él, como solo, después de todo, es el camino del hombre. Reneiro no caminó mucho. La gente fue la que se acercó a su territorio, a su plaza.
¿A qué hora, Reneiro regresaba a su casa? Le bastaba cruzar la calle, apenas veinte o veinticinco pasos.
Las campanas que él tocó para llamar a misa, la otra tarde tocaron para él, para honrar su memoria. Para decirle al mundo que hay hombres y mujeres que no tienen necesidad de ir más allá de su territorio para transformar el mundo. Porque El Nene, niña mía, nunca hizo nada, sólo se dedicó a ser árbol donde jugaban los pájaros; sólo se dedicó a ser árbol para dar sombra a los niños que jugaban rondas; sólo ser árbol donde los amados, con una navaja, trazaron un corazón con sus nombres. Reneiro, al estilo del personaje de “Cinema Paradiso”, era el dueño de la plaza y se convirtió, tal vez sin quererlo, sin buscarlo, en el dueño del corazón de este pueblo, porque su círculo de caminata era de radio muy breve, pero su recuerdo es un círculo que abarca más, mucho más.
¿Alguien se acercó, una tarde, ahí donde una muchacha bonita vende elotes asados, y le preguntó al Nene si sabía que su verdadero nombre (según doña María Elena) era Reneiro?
Posdata: Sé que el próximo diciembre, cuando la marimba toque para celebrar a la virgen, alguien, sólo para recordarlo, pedirá a los marimbistas que toquen esa canción de cuna para hombres mayores que dice: “…ya con ésta me despido, ahora sí encontré a mi amor / aquí se acaban los versos del pescado nadador”.
En memoria de El Nene, que es un pez infinito que nada y nada y nada y nada.