lunes, 25 de julio de 2016

¿ES TODO?





Leo “Vida de un escritor”, de Gay Talese. Llegó a una página que catapulta mi memoria al taller de Nico, el carpintero que hizo las puertas de cedro de la casa de mi papá. Y esto es así porque Gay dice que John Phillips Marquand, “primer amante de una hermosa debutante”, le contó que cuando hicieron el amor por primera vez, la hermosa debutante le preguntó, sorprendida: “¿Eso es todo?”.
Me he topado con amigas que me cuentan cómo fue su primera vez (no sé por qué me tienen confianza y me cuentan esas intimidades). Mientras me lo cuentan, yo, al estilo del padre que, en el confesionario le suplica a Chabelita que no cuente detalles, pero un segundo después le dice: ¿Qué más?, a mis amigas les pido que me cuenten todo, todo. Y ellas, generosas, lo hacen. Así, pues, me entero que la mayoría quedó insatisfecha ante los resultados de la primera vez. ¿Por qué? Yo lo atribuyo a dos cuestiones principales: a las fantasías exageradas que ellas han bordado y a la inexperiencia de los compañeros.
La mayoría de muchachas bonitas cree -de veras lo cree- que el acto amoroso será con fuegos de artificio y efectos especiales estilo Hollywood.
Una tarde que estaba en el taller de Nico (yo tendría dieciséis o diecisiete años) entró un señor de traje azul con rayas, zapatos de charol y sombrero panamá. Saludó, se quitó el saco que colgó en el respaldo de una silla y dijo que entraría. Abrió una puerta al fondo del taller, se arremangó la camisa y desapareció detrás de la puerta. A mí (lo han de imaginar) me ganó la curiosidad, le pregunté a Nico qué hacía allá adentro el señor (llegué a pensar que Nico tenía muchachas bonitas). Nico se puso un dedo en la boca para que yo hiciera silencio y me llamó. Caminé con él, abrió una mirilla y vi que el señor estaba sentado en una silla y acariciaba, con ambas manos, una escultura informe de madera perfectamente pulida. El señor tenía los ojos cerrados y, como si estuviese en un sube y baja, se impulsaba hacia adelante y luego hacia atrás, en un movimiento de gran cadencia; sus manos repasaban la madera como si él la estuviera modelando, dando la forma pulida del contorno. Como si rezara decía algunas palabras en voz bajísima, sólo para que el tronco lo escuchara. Recordé la imagen de una mujer artesana en Amatenango que, mientras la humedecía y daba forma a una olla de barro, rezaba en su lengua; eso sonaba como un murmullo de grillos.
Gay Talese dice que la “hermosa debutante” era, nada más y nada menos, Jackie Bouvier, años después conocidísima en todo el mundo como la esposa de John F. Kennedy, el presidente de los Estados Unidos de Norteamérica que fue asesinado en Dallas, Texas. Jackie después se casó con el magnate naviero Aristóteles Onassis.
Se antoja hacer una pregunta boba: ¿Lograría Jackie, con el tiempo, tener un juego más satisfactorio? La pregunta boba la he deslizado a mis amigas confidentes. Todas dicen que sí, que ha mejorado, pero que, en realidad, no se han topado con aquel amante que las haga ver estrellas y las haga volar por galaxias lejanas.
Mucho tiempo después vi la película “Karate Kid” y recordé al viejo de traje y sombrero, cuando el maestro le dice al alumno que pinte una barda. El alumno, cuyo deseo es aprender karate, no comprende qué relación tiene pintar una barda con dominar un deporte. Tiempo después comprenderá.
Una vez (yo tendría veinte o veintiuno) le platiqué a una amiga la historia del taller de Nico y ella, dramatizando un poco, casi jugando, se hincó frente a mí y me pidió que le presentara al hombre. Cuando dejó de jugar dijo que estaba segura que ese hombre la haría ver estrellas, porque, sin duda, era un amante experto. Me obligó a ir al taller de Nico. Lo hice. Nico me pasó una silla y me senté al lado de un montón de aserrín. El aroma del taller me remontó a aquellas épocas en que Nico me enseñó a lijar las tablitas que luego pintaba con acrílicos. Me dijo que el señor era de San Cristóbal y llegaba a su taller cada mes, cada vez que venía a Comitán por negocios. Pero que el deseo de mi amiga ya no se cumpliría porque el viejo había fallecido. Nico dijo que mi amiga estaba bien encaminada, porque el viejo tenía mucho éxito con las mujeres.
Tal vez Jackie hubiese sido feliz con un hombre como el viejo de San Cristóbal. Cuando le dije a mi amiga lamentó la muerte de quien no conoció. Yo, un poco jugando el mismo juego de ella, me hinqué y le dije que me esperara, que todas las tardes iría a aprender a acariciar la escultura sin forma, pulidísima, que estaba en el taller de Nico. Ella me dijo que me parara, que dejara de hacer el ridículo y sentenció: “Se mira que vos sos torpe con las manos” y tomó su mochila y se fue cantando esa que dice: “Amor chiquito, acabado de nacer…”
Hace años que le perdí la pista a mi amiga. ¿Conocería a alguien como el viejo de San Cristóbal?