viernes, 6 de julio de 2018
DEFINICIÓN DE DIFÍCIL
¡Ah, es una labor difícil! ¿Cómo definir lo difícil? Lo que es fácil para uno puede ser difícil para otro. Piensen en cualquier actividad deportiva y concluyan. Para mí, con sesenta y un años encima, resulta difícil ejercer la simple actividad de caminar por senderos ligeramente inclinados. En Comitán es costumbre decir que “sacamos el bofe” cuando nos cuesta trabajo llegar al último escalón de una calle empinada. Bueno, “saco el bofe” muy seguido.
Lo mismo sucede con las actividades laborales. Algunas personas realizan ciertas actividades con gran facilidad, mientras a otras les resulta muy difícil.
Unos tienen ciertos dones y no encuentran dificultad alguna para cantar, para bailar o para actuar. Otros en cambio (que poseen dones diferentes) cantan como si rebuznaran, bailan como si saltaran sobre un brasero y actúan como si el único papel artístico que les quedara es el del tímido que, con trabajo, saca la cabeza de detrás del telón.
Me resisto un poco a buscar la definición del diccionario, porque casi estoy seguro que dirá lo contrario; es decir, dirá que lo difícil es lo que no es fácil, pero me arriesgo y busco en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española y encuentro lo siguiente: “Difícil: Que presenta obstáculos.” ¿De veras? ¡Sí, es lo que dice!
Romeo me contó una vez (no le creí y sigo sin creerlo) que un vecino suyo bautizó a su hija como Difícil. ¡No es cierto!, le dije. Romeo, con sonrisa de flan, dijo que sí, que era difícil creerlo, pero que era real, y sacó su cartera y de ésta un viejo recorte periodístico que daba cuenta que una niña había sido inscrita en el Registro Civil con el nombre de Difícil. Cuando los amigos le dijeron que eso era una estupidez y lo alentaron a cambiarle el nombre a la hija, el hombre sólo se concretó a decir que era difícil. Todos asintieron, sí, era Difícil, pero el viejo no se refería ya al nombre de la niña, sino al hecho de dar vueltas de nuevo en el Registro. Los amigos le hicieron ver que sería difícil para la niña sobrellevar una vida normal y el viejo, de nuevo, dijo que sí, que era Difícil y en esta ocasión pensaba en el nombre de su hija.
Antes que Romeo continuara pedí otra cerveza para él y un agua para mí, y le supliqué que me dijera cuál había sido el fin de la historia. No tiene fin, me dijo, es difícil decirlo. Comentó que en casa comenzaron a decirle Di y que cuando Lady Diana se hizo famosa en todo el mundo, ella también se hizo famosa y en la escuela dejaron de molestarla. Los maestros, cuando a la hora del pase de lista, decían su apócope se sentían parte de la nobleza y la niña se paraba muy digna, como si fuese una princesa, y decía “¡Aquí!”.
El problema estaba cuando debía realizar una encomienda oficial. La secretaria preguntaba: ¿Nombre? Difícil, respondía ella. La secretaria le pasaba una hoja, un lápiz y decía: No importa, escríbalo, y ella cumplía. La secretaria recibía la hoja, la revisaba y ponía cara de mono aullador. Sí, insistía, ya me dijo que es difícil, pero deletréelo. Y ella, muy seria, silabeaba: Di-fí-cil. La secretaria, ya a punto de desborde y levantando la voz, decía: ¿No entiende español? Sí, decía ella. Entonces, ¿por qué carajo no escribe su nombre? Difícil, advirtiendo ya el tono molesto, explicaba: Difícil es mi nombre, me llamo Difícil y sacaba la copia de su acta de nacimiento donde quedó asentado que su nombre era Difícil.
Después de todo, dijo Romeo, no resultó tan difícil. Conforme transcurrió el tiempo, ella comenzó a disfrutar la confusión que creaba su nombre y luego pensó que el nombre no era feo, además era un nombre casi único en el mundo, mucho peor llamarse Gregoria o Primitiva. Al final, según lo que Romeo me contó, la historia terminó bien: Difícil se casó con ¡Fácil!
¡Ah, no!, protesté. Esto sí ya es un absurdo. Romeo, muy tranquilo, sacó otro recorte periodístico de su cartera y me lo enseñó: “Difícil se casa con Fácil”. Dice que fue casi emotivo en el instante que, ante el sacerdote, la novia dijo: “Yo, Difícil, te acepto a ti, Fácil,…”
Dijo que era como una metáfora para la vida, porque ésta siempre es difícil, pero, después de todo es posible eliminar los obstáculos y convertirla en algo que coquetea con lo posible.
En fin.