lunes, 30 de julio de 2018

PORQUE EL ESTÍO A VECES ES HASTÍO




A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: Mujeres que calzan zapatos de chocolate y Mujeres que escriben en el espejo del agua.
La mujer que escribe en el espejo del agua es una poeta, una verdadera poeta, no como muchas que se colocan el título sólo porque escriben con un lápiz torcido sobre el lodo de sus sueños.
Ella se encanta con los bosques encantados, tira una colcha en el centro de un espacio rodeado de árboles y se acuesta boca arriba y mira el cielo, y en el cielo encuentra nubes que tienen la forma de animales. Ella descubre elefantes blanquísimos llenos de agua que tienen el don de convertirse en lluvia; descubre bicicletas que vuelan de oriente a occidente, sin necesidad de tener alas; descubre tortugas que caminan tan veloces como los cabellos azotados por el viento del norte; descubre nubes que se piensan globos y se pintan de colores y se sueñan sostenidos por manos infantiles en las plazas del mundo.
Ella baila en otoño, recoge hojas secas, pinta horizontes en las paredes y recibe la arena que cae de los relojes que no tienen manecillas.
Ella sabe que el olvido es como un barco que navega en una calle atascada de autos. Ella sabe que la búsqueda es como un gato que no está contento con poseer sólo siete vidas. Ella sabe que el temor es como una oruga que sabe que no podrá cumplir su sueño de volar hasta convertirse en otro animal.
Ella sabe que la huida es como una canción que se apaga a la hora que los perros ladran en madrugada.
Ella sabe que el rezo es como una palabra que no permite vendas para cubrir sus ojos.
La mujer que escribe en el espejo del agua es una poeta, porque desamarra los intentos que se atoraron en la piedra del río. Es la escritora más sublime, porque deja que sus textos se evaporen como el rocío que hipnotiza a los grillos de noche.
Ella se maravilla con las maravillas que crecen en el campo. Sabe que no hay té más seductor que el té de tomar, té de poseer.
A veces sueña con el aroma de las tardes inclinadas, de esas tardes en que el aire juega escondidas en los parques donde los niños crecen como crecen los fuegos que asan los elotes en los anafres. A veces sueña con la pluma que hace diferencia en el ala del ángel.
Ella abraza los troncos de los árboles, porque el abrazo le recuerda el instante sublime en que el salmón salta por encima del muro del agua y ¡lo supera!
La mujer que escribe en el espejo del agua sabe que detrás del texto hay profundidades en las que se ahogan los que no duermen con una semilla de Dios entre las manos.
La mujer que escribe en el espejo del agua sabe que a la vuelta del texto hay rasgueos del alma, pespuntes del corazón, zapateados de ida y vuelta.
Los hombres iletrados, los hijos de la ronda ingrata, no pueden reconocerla, no les alcanza las manos de su espíritu para reconocer la sonrisa en su cara. Ella es mujer que reconoce su camino en el pecho del hombre (o de la mujer), que hace trilla con el buril de su pensamiento. Canta cuando canta el cenzontle del amor libre, del que, cada día, trepa a la torre más alta y mira la puesta del sol y mira el cristo que, como gimnasta soberbio, hace la gaviota con sus alas.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: Mujeres que miran el cielo como si vieran el nacimiento de una niña y Mujeres que descubren aromas de eucalipto en cada caricia de su amante.