viernes, 27 de julio de 2018

DESDE EL CÓMIC




Y resulta que, después de todo, ¡me gusta el fútbol! Sólo en una o dos ocasiones jugué, pero lo disfruté mucho en las revistas ilustradas y, ocasionalmente, veo encuentros en la televisión.
Lo jugué cuando estaba en la primaria, sin participar en equipo alguno. Lo jugué en el corredor de mi casa, colocaba una silla pequeña y jugaba a meter penales, la portería era el espacio entre las patas de la silla. Y luego, ya en la secundaria, lo jugué (ahora sí en forma grupal), en una calle lateral del parque de San Sebastián. Como en ese tiempo (finales de los años sesenta) no había muchos carros, los alumnos del colegio Mariano jugábamos “la cascarita” en la calle. A mí me tocaba ser portero. Tenía una táctica especial, me colocaba en la clásica posición de portero, con las rodillas flexionadas y los brazos como alas, pero me acuclillaba lo más que podía, para que a la hora que alguien mandaba el balón en intento de meter gol, yo podía tirarme sobre el piso para atajar la pelota. Tuve instantes de gloria, pero mi mamá no apreciaba mi esfuerzo al tratar de emular las hazañas de Lev Yashin, el mítico portero de Rusia, conocido como “La Araña Negra”, porque siempre vestía de color oscuro, casi casi como ahora visten los darketos. Yo llegaba a la casa con el pantalón todo sucio y rasgado, y con las rodillas raspadas.
Por esto digo que nunca he sido aficionado ni mucho menos practicante del fútbol, pero sí recuerdo que disfrutaba mucho las historias de fútbol que aparecían en las revistas ilustradas (revistas de monitos).
En mi niñez y juventud hubo tres revistas que tuvieron mi especial atención: “El diamante negro”, “Memín Pinguín” y “Chanoc”. Estas revistas se publicaban en forma semanal. Los lectores comitecos las adquiríamos en La Proveedora Cultural.
La primera fue una revista dedicada a un futbolista que se llamaba Diamante Negro, que jugaba con el rostro cubierto con un antifaz y que se amarraba un pañuelo en la cabeza, a manera de un pirata. No recuerdo el nombre de su equipo, pero siempre relacioné los colores de su playera con los que portaban los jugadores del Atlas. Tal vez fue la única revista mexicana de monitos que tuvo como personaje principal a un jugador profesional de fútbol soccer y cuyas principales acciones se daban en la cancha de grandes estadios. Recuerdo que cuando él abandonaba el estadio se colocaba unos lentes oscuros, con lo cual su identidad permanecía oculta. Era un misterio tonto. La segunda revista contaba la historia de una palomilla de cuatro amigos: Ricardo, Ernestillo, Carlangas y Memín, que se conocieron en la escuela primaria y se volvieron inseparables. La revista no tenía al fútbol como eje principal, pero hubo capítulos inolvidables que plasmaron historias de fútbol, como cuando la selección de la escuela fue invitada para jugar en Dallas, en los Estados Unidos. Los cuatro amigos fueron participantes de esa selección y Memín, como siempre, terminó siendo el héroe de la historieta. Y en la tercera revista, también como en la de Memín, hubo historias tangenciales que trataron el tema del fútbol. Los encuentros deportivos en la cancha de Ixtac, el pueblo de Chanoc, fueron proverbiales. El viejo Tsekub no sólo se dedicaba a cazar tiburones, en compañía de su cachorro, Chanoc; ni sólo se dedicaba a tomar cañabar; también le hacía al fútbol y cuando el equipo del pequeño pueblo porteño se enfrentó a la selección mexicana, su actuación fue, de igual manera, de antología.
El fútbol soccer es el pan de cada día de millones de mexicanos. Muchos lo practican en canchas improvisadas o participan en las ligas llaneras o semi profesionales, no obstante, la televisión le ha quedado a deber una buena serie al mundo de fanáticos. El cine mexicano, de igual manera, no ha realizado la gran película que honre al fanático y al mundo del fútbol. Sólo las revistas de monitos lograron la hazaña de contar, con dignidad, historias “de la patada”.