miércoles, 4 de julio de 2018
MUJER INFRECUENTE, PERO CON DONES DE DIOSA
A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: Mujeres que huelen a cordel de luz y mujeres que huelen a farmacia antigua.
La mujer aroma de farmacia antigua tiene el mentol untado en su barbilla y la esencia de formol en su pecho. Los despistados dirán que el olor del formol es agresivo, sí, pero olvidan que tal sustancia evita la descomposición de los cadáveres y, en muchas ocasiones, los amantes son como ramas secas. La caricia de la mujer ayuda a darles vida, a inyectarles agua a sus cauces secos.
Su compañía es una bendición, es como una lluvia esperada. Cuando el amante tiene una dolencia, basta que ella acaricie su mano, para que el bálsamo haga el prodigio de la sanación.
La mujer aroma de farmacia antigua es como un milagro que hace milagros, es como un puente en el que la otra orilla es la ventana que da al misterio.
Cualquiera podría pensar que es mujer en proceso de extinción. ¡No es así! Es cierto, no es una mujer que, como las que huelen a pescado, esté en mercados y plazas. ¡No! La mujer aroma de farmacia antigua es una mujer especial, por lo tanto escasa, pero aún hay millones en todas las ciudades y en todos los mundos.
Si alguien me pidiera compararla con un suceso histórico, diría que ella es como el día en que Fleming descubrió la penicilina.
Si alguien me exigiera compararla con un objeto, diría que ella es como una latita con ungüento de eucalipto.
Ella es como el ala de colibrí, como una taza de café caliente, como un almohadón relleno de plumas de ganso, como una escalera que conduce a la ventana donde las palomas hacen sus nidos.
La mujer con aroma de farmacia antigua es como los ojos de una niña árabe, como un puente de piedra en un jardín, como un par de niños brincando en charcos, como una catarina sobre una hoja, como un atardecer en la montaña, como un escenario donde una orquesta toca una pavana.
Como el lector ya se dio cuenta, la magia de esta mujer radica en su aroma, en la sustancia que guardan los pomos de su porcelana. Viste con olores de cedro, con aroma de madera húmeda que conforma el esqueleto de sus estantes y de sus mostradores.
Ella es como el libro que cuenta cuentos, como el barquito que avientan los niños en las tardes de lluvia; es como un trombón, como una cascada de confeti, como un sofá, como las olas, como el viento, como un gato o un perro, a mitad del patio.
Ella sana, por eso es colita de rana. Toma helados de bendición, maneja bicicletas de bongó.
Ella cura, cura como si fuera un techo de dos aguas, como si el baile fuera una simple tormenta del espíritu.
La mujer aroma de farmacia antigua hace el amor como si macerara hojas de menta en el mortero de su cuerpo.
Hace el amor como si bastara una pizca de bicarbonato en el agua de la pasión.
¿Cómo estar seguro que la chica que toma la malteada en ese café al aire libre es, en verdad, una mujer aroma de farmacia antigua? Es preciso que el amante confíe en las señales que aparecen en el cielo, pero, sobre todo, es necesario que se entregue, sin reservas, a la huella del olfato. Debe cerrar los ojos y, como si fuera un lobo azul ¡olfatear! Si algo como un hilo de hierbabuena le hace cosquillas en su nariz, no debe dudar, esa chica es ¡una mujer con aroma de farmacia antigua! En ese instante debe ser un hombre agradecido, con los dioses y con la vida.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: Mujeres que son como cera de veladora de templo católico, y mujeres que son como cera de vela de hechizo.