viernes, 3 de agosto de 2018

ÁRBOL DEL UNIVERSO




La lectura es mi pasión y mi oficio. He leído mucho, desde los once años de edad. Tengo sesenta y uno, por lo tanto, si fuera como aquel amigo que celebra todo, yo celebraría cincuenta años de ser lector. ¡Bodas de oro con la lectura! Ah, qué relación tan fiel, tan bien llevada.
He leído mucho, pero a cada rato me topo con amigos que me preguntan si he leído tal o cual libro y debo decir que no. ¿Quién, por el amor de Dios, ha leído todo? ¿Alguien tiene idea de cuántos libros se editan cada día en el mundo? ¡Miles y miles y miles! ¿Quién es el simple mortal que lee todo? ¡Nadie!
Soy snob. Confieso que en cuanto se da a conocer quién obtuvo el Nobel de Literatura corro a la librería y trato de conseguir libros de la persona laureada. Este octubre no correré a librería alguna, porque (todo mundo lo sabe) no habrá Premio Nobel, por un escándalo de abuso sexual. Esto, ya lo comenté, se me hace un gran absurdo (algún día se escribirá una novela prodigiosa con tal tema); es decir, si un tipo abusó sexualmente de varias chicas ¡que sea sujeto a proceso y, en caso de ser culpable, que vaya a la cárcel con cadena perpetua, para que no ande en libertad repitiendo sus atrocidades! Que expulsen a todos los integrantes de la Academia Sueca que están involucrados, pero que no confundan los temas. ¿Por qué los escritores y millones de lectores tienen que pagar la culpa del ojo alegre? Bueno, me conforta saber que en 2019 correré a buscar libros de dos Premios Nobel, porque habrá dos elegidos.
Mi actividad lectora contiene los dos extremos de la vida: el placer y el dolor. Dije que la lectura es mi pasión y mi oficio. Mi pasión me lleva a leer libros que me producen placer, gozo. Lo otro, el oficio, me obliga a veces a leer soberanos bodrios. En los Derechos del Lector aparece uno que dice que todo lector tiene derecho a botar un libro que le desagrade. ¡Por supuesto que sí! ¿Tocó un libro estúpido, mal redactado, pobre en ideas y miserable en su realización? ¿Para qué seguir con su lectura? Lo que procede en tal caso es tirarlo lejos, muy lejos, muy lejos de la civilización para que ningún otro lector se tope con él. Pero yo no puedo hacer eso, ¡no! Debo (soberana bobera) terminarlo, porque es parte de mi oficio. Este comportamiento inusual y estrambótico lo pepené en el cine. En los años sesenta y setenta, en Comitán había dos cines: el Montebello y el Comitán. Esa era toda la elección, o ibas al Comitán o al Montebello. En el Comitán exhibían películas mexicanas y las de habla española; en el Montebello podías ver películas con idiomas extranjeros, inglés sobre todo. He sido amante del cine desde pequeño, iba al cine casi a diario. Esto provocaba que, en algunas ocasiones, me tocara ver películas horrendas, aburridísimas. Cuando algún amigo agotaba su paciencia y me decía que saliéramos, que mejor fuéramos al parque a ver muchachas bonitas, yo no le hacía caso, salía hasta que en la pantalla aparecía el letrero de FIN o el de THE END. ¡Ah, qué rareza tan rara! Bueno, pues ahora aplico lo mismo con los libros, no los abandono hasta que veo el punto final, aunque la novela esté pésima y, literalmente, se me caiga de las manos. Claro que si el libro está malísimo aplico un verbo que ahora está de moda, el verbo escanear. Escaneo las páginas, paso mi vista de manera rápida, sólo para ver por dónde va la trama, porque sé que la literatura es materia escasa. Algo bueno saco de todo. Lo mismo me sucedía con las películas malísimas del Comitán o del Montebello; siempre aparecía algún elemento que justificaba el tiempo invertido, podía ser un objeto o un paisaje o un fragmento musical o una acción de humor involuntario. El cine y la literatura son reflejos de la vida, la vida está llena de instantes aburridos, pobres, ingratos, pero si yo no dejo que esa niebla podrida afecte mi estado de ánimo, puedo, ¡claro que puedo!, con mucha imaginación convertir lo soso en algo divertido.
La lectura es mi pasión y mi oficio. A veces por cuestiones de oficio debo leer material pobrísimo. Lo concluyo, lo escaneo pero lo termino. Cuando por cuestiones de pasión me toca elegir y elijo bien, disfruto la lectura y reconozco que es uno de los mejores entretenimientos que inventó el ser humano.
Hoy, mientras los lectores de esta ARENILLA llegan a esta línea, yo tomo un té de limón y brindo por mis cincuenta años de lector complacido. Si se me permite parodio a Sabines y digo: “¡Que el libro bendiga al libro!”, que lo bendiga para que no arrastre mucha basura y, por el contrario, alimente aguas limpias, para que seduzca a los niños y a los jóvenes y éstos se conviertan en ciudadanos críticos, reflexivos y propositivos.