sábado, 18 de agosto de 2018

CARTA A MARIANA, CON PANTALLA DE CRISTAL LÍQUIDO




Querida Mariana: Hay términos que no comprendo. El otro día, Juan me dijo que la pantalla de su televisor es LCD. No supe qué significa tal sigla. Casi estuve a punto de confundirla con LSD.
Hace años sabía lo que era el LSD (una droga alucinógena). Lo sabía porque tuve un amigo (le llamemos Z) que le entraba con fe y pasión (bueno, con pasón). Una vez, en el barrio de La Cruz Grande estacionó su auto, sacó algo como un terrón de azúcar y comenzó a chuparlo. Luego supe que era droga, era LSD. Esa tarde leímos “Tarumba”, de Sabines. Creo que él acabó más tarumbeado que yo. Cuando oí que la pantalla del televisor de Juan es LCD asocié ambas siglas y pensé que la televisión también emite imágenes alucinantes. El LSD y la LCD nos permiten hacer viajes, en el tiempo y en el espacio. Claro, si sometemos a debate la pregunta de cuál tipo de viaje es menos peligroso, ganará la opción de la LCD; aunque la otra opción, decía mi amigo, era más intensa, porque al consumirla miraba sonidos y escuchaba imágenes. ¡Andá a saber! Yo soy de los que piensan que más vale mirar la televisión que estar en pasón para poder mirar.
Más o menos por el tiempo que te platico leí un libro de Rius, el sensacional caricaturista mexicano, creador de “Los Agachados”. En ese libro sugería “Apagar la televisión y prender un libro”, a fin de ser crítico y reflexivo. Ahí también leí que la televisión era nombrada como “La caja idiota”. Como era chavo y quería ser rebelde y un tantito revolucionario le hice caso a Rius: apagué la caja idiota y prendí un libro, muchos libros. Ahora, muchos años después, puedo decirte que fue una decisión ventajosa y sublime. ¡Ah!, la lectura de libros la disfruté como jamás había disfrutado la visión del aparato televisor. Por no sé qué regla física inconcebible descubrí que el cuadro de la hoja del libro era más prodigioso que el cuadro de la pantalla del televisor (que en ese tiempo era de tubos catódicos y funcionaba con bulbos. Por eso, las pantallas no eran planas, como ahora, sino que tenían una gran joroba en la parte trasera). En la ventana del televisor las imágenes estaban dadas, en la ventana del libro mi imaginación era la que producía las imágenes y éstas variaban de lector a lector; es decir, eran únicas.
Pero conforme crecí y abandoné mi idea de ser un rebelde entendí que decir que la televisión era una caja idiota era un exceso, una soberana mentira. Es cierto, en la televisión exhibían muchas idioteces (aún las siguen exhibiendo), pero, también es cierto que, en ocasiones, exhibían programas interesantes, donde la imagen entregada era el soporte de la realidad.
Ahora, casi cuarenta y cinco años después de haber leído el libro de Rius, sigo leyendo (mucho, mucho), pero veo televisión de vez en vez. ¡No, no! No vi la serie de Luis Miguel, ni veo Video-rola. ¡No! Estoy suscrito al cable (que no es lo óptimo, pero no hay otra opción. A veces toman decisiones tontas, por ejemplo, el canal de Tv Unam, en ocasiones, lo cancelan y ponen otro canal. ¡Qué pena!, esta carta suena como queja de viejo que no lo atienden en su casa y está olvidado en un rincón).
En la televisión de cable veo, con frecuencia, el noticiario cultural de Canal 22 y, por ratos, también, veo documentales históricos y veo ¡películas! A veces me topo con películas que vi en los años sesenta en el Cine Comitán. ¡Ah!, disfruto mucho las películas de Santo, el enmascarado de plata, y disfruto el cine de arte que programa Tv Unam y el Canal 22. ¿Caja idiota? No. La televisión es una caja que, como todo en la vida, tiene opciones inteligentes y opciones bobas. Lo mismo sucede con la literatura, hay libros inteligentes y libros sosos.
Cuando Juan me explicó cómo es una pantalla LCD le dije que la mía (la pantalla) también es así, delgada. Quiso explicarme el funcionamiento, pero lo agradecí. ¿Para qué iba a hacerle perder su tiempo si, al final, no iba a comprender bien a bien cómo funciona esa ciencia? Hasta la fecha tengo muchas dudas acerca de muchas cosas. No sé, por ejemplo, cómo la energía eléctrica logra el prodigio de echar a andar la licuadora, la televisión y demás chunches o cómo logra el enormísimo milagro de que cuando la noche asoma, gracias a ella tengo luz en la casa. A veces recurro al cuento de Gabriel García Márquez que se llama “La luz es como el agua”, y que es un texto fantástico, en las dos acepciones, fantástico porque está muy bien escrito, y fantástico porque camina en el callejón de la imaginación. Sintetizo la idea (si querés leer completo el cuento búscalo en el Internet, ya dije que se llama “La luz es como el agua”): los hijos, pequeños, preguntan a su papá cómo es que cuando accionan el interruptor se prende el foco, y el papá (para no complicarse la vida, metiéndose en terrenos que son confusos) responde que la luz es como el agua, se abre el grifo y sale. Dije que el cuento es fantástico, porque una noche, en que los papás fueron al cine, los niños cerraron todas las ventanas del piso y quebraron el foco y la luz, como si fuera agua, se desparramó luminosa inundando el piso. ¿Qué tal? Ah, es un cuento bonito. Leelo. Buscalo en el Internet. Bueno, pues siempre que pienso en cómo “se hace la luz” pienso en lo mismo, como si fuera un chorro de agua, porque mi cabeza no da para entender la grandeza científica y eso que estudié en la facultad de ingeniería de la UNAM, por más de cuatro años. Bueno, ya te he contado que en realidad no cumplía con mi carga académica. Jamás falté a la universidad, sólo que fui el clásico alumno que se “volaba” las clases y siempre iba a la biblioteca central a leer novelas y cuentos o iba a los auditorios de las diversas facultades a ver los ciclos de cine de arte que programaban. Creo que, en ese tiempo, ningún alumno de la facultad de filosofía y letras leyó tanta literatura como lo hice yo. Si hubiese estado inscrito en la facultad de letras habría sido un alumno sobresaliente y me hubiera graduado con honores.
Sé que lo que digo acerca de la televisión tiene sus dos caras. Sé que la mayoría de la población no tiene acceso al sistema de televisión por cable o satelital, la mayoría (millones y millones de telespectadores) sólo tienen acceso al sistema de televisión abierta y en ésta es donde exhiben la mayor cantidad de basura, la programación chatarra, que es tan dañina como las frituras que se consumen a la hora de ver la telenovela. Recuerdo la frase inmortal de Azcárraga Milmo, el papá del actual propietario de Televisa, que dijo: “México es un país de clase modesta muy jodida, que no va a salir de jodida. Para la televisión es una obligación llevar diversión a esa gente y sacarla de su triste realidad y de su futuro difícil”. ¡Uf! ¿Mirás el concepto de servicio que tenía el viejo tigre? Un verdadero capitalista canijo. Su concepto de televisión era el de ofrecer un mero distractor, sé que están jodidos y así seguirán, por lo que yo (uf, qué generoso) les daré un poco de distracción para que, cuando menos por un rato, olviden su jodida condición. ¡Qué canijo! Pero, bueno, habrá que decir que en algo tenía razón el Tigre, en que México es un país de clase modesta muy jodida. Sí, hay millones y millones de pobres. Y acá es donde aparece el círculo vicioso, no salen de su condición paupérrima, porque consumen la basura que ofrece la televisión comercial. López Obrador ha ofrecido que todos los mexicanos tendremos acceso al Internet. Es una promesa muy halagüeña, pero ¿cuántos millones tienen computadora? No tengo el dato exacto, pero pienso que son muchos más millones lo que tienen televisor en su casa. Lo que sería muy plausible es que el gobierno federal incluya en la televisión abierta canales culturales que puedan ofrecer un abanico más generoso: Acá está la basura y acá está la alta cultura. Esos canales deben realizar programas con gran atractivo, de tal forma que, los televidentes, poco a poco se vayan acercando a nuevos contenidos y encuentren la belleza del arte. ¡Eso sería una verdadera revolución! Porque habrá que reconocer que la televisión ha sido la nodriza de este país. Millones y millones de personas se han educado viendo “La escuelita” de Jorge Ortiz de Pinedo, y “La escuelita” del chavo del ocho. Escuelitas en las que los alumnos se burlan de los maestros, escuelitas en las que los maestros fuman adentro del aula (uf, yo hacía lo mismo en secundaria hace muchos años. No cabe duda que era un hijo del profesor Jirafales, pero en pobre, porque él fumaba puros -espero que hayan sido cubanos cohiba- y yo fumaba Delicados). Un cambio de programación en la televisión abierta sería ideal. No se puede controlar los contenidos de Televisa y de Tv Azteca, porque ellos producen basura que les reditúa millones y millones de pesos, pero sí puede incluirse en la programación abierta los canales de Tv UNAM, del Canal 11 (del politécnico nacional) y del canal 22 (el canal cultural de México). Esto puede ser el inicio de cambio de paradigmas, el inicio de una gran transformación. Con ello millones y millones de televidentes podrán descubrir que, como dijera Rosario Castellanos, “hay otro modo de ser humano y libre”, y comenzar a pensar que los jodidos son los otros, los que piensan que el pueblo está jodido. Eso sería el inicio de una gran revolución.
Posdata: Por supuesto que, puestos a elegir, elegimos el libro. Este objeto cultural es el más noble, el más democrático. No requiere de luz y está al alcance de todos. No hay necesidad de acudir a una librería para comprarlo (porque muchos no tienen paga para ello), basta ir a una biblioteca pública para abrir la ventana más sublime. Pero quien está acostumbrado a ver televisión no se volverá lector de la noche a la mañana, pero si en la llamada “caja idiota” encuentra programas inteligentes, poco a poco se acostumbrará a consumir productos de calidad y abandonará la comida chatarra. Será de poco a poco, pero es momento de comenzar. Bueno, es lo que digo. Si estamos acostumbrados a la ventana LCD la convirtamos en La Cerebral Decisión.