viernes, 31 de agosto de 2018

TÚNELES LUMINOSOS




En la casa de mi tía Alicia había una pérgola. Era una estructura de madera, cuyos pilares soportaban una hilera de travesaños donde convivían enredaderas con rosales y buganvilias. Iba de un extremo a otro extremo del patio central. A mí me encantaba caminar por en medio de los pilares y debajo de ese cielo instantáneo poblado de hojas. A veces imaginaba que yo era un tren que realizaba el recorrido de una a otra terminal. Movía los brazos como si fueran aspas y avanzaba por rieles imaginarios. Con mi boca hacía el sonido del tren.
La pérgola tenía sus límites, en ambos extremos, en un corredor y en otro. La tía, no conforme con la generosidad de las enredaderas que cubrían casi en su totalidad los pilares y el cielo de la pérgola, había colocado entre pilares una serie de macetas con helechos. Las macetas estaban casi pegadas, esto hacía que nadie pudiera pasar por en medio de los pilares. Los únicos accesos a la pérgola eran por la entrada y salida del luminoso túnel.
Para ese tiempo, mi papá ya me había platicado que mi abuelo llegó a México, siendo niño, en un viaje desde Italia. Por eso, a veces no imaginaba que yo no era un tren sino que era un barco y salía de Italia y llegaba a México, salía de un corredor, navegaba por el patio y llegaba al otro corredor.
Una tarde, la tía me vio jugar y me preguntó a qué jugaba. Le conté. Ella sonrió, metió las manos en la bolsa de su delantal y me dio una galleta, dijo que esa galleta era danesa (sí, yo conocía las latas de galletas que tenía en la repisa de su cocina y que decía: “Made in Danmark”), dijo que Dinamarca estaba más cerca de Italia que de México y sin embargo ella tenía galletas danesas en su casa, porque, igual que yo, las latas llegaban en barco. Me encantó escuchar eso de: “Igual que yo”. Pensé que mi tía respetaba mis juegos, sabía que cuando yo era un barco ¡lo era! Pero, apenas lo había pensado me di cuenta que mi tía confundía mi juego. Había dicho que igual que yo, las latas llegaban en barco; es decir, yo no era un barco, jugaba a que viajaba en barco. Eso me puso triste.
Pensé entonces que mi tía también imaginaba que cuando yo jugaba a ser un tren, en realidad, no era un tren, sino que jugaba a viajar en tren.
Mi tía era tan mala como lo eran los espejos. Cada vez que me miraba al espejo no miraba más que mi rostro. No podía ser barco, ni tren, ni avión, ni nube. El juego entre los pilares de la pérgola perdió sustancia.
No sé a qué jugaban los otros niños que caminaba por pérgolas. Una vez vi fotografías antiguas de Comitán, en una de ellas había una pérgola en el parque central, y en otra fotografía estaba una pérgola en el centro del parque de La Pila. Pensé que hubo un tiempo en que los parques eran como los patios centrales de nuestra casa común. Vi las fotos y miré que no tenían la belleza de la pérgola de la casa de mi tía. Le faltaban las flores, pensé que era un contrasentido que Comitán de Las Flores no tuviera un manteado de pensamientos y de esas florecitas que les llaman hueledenoche. Era un contrasentido que no hubiese árboles de tenocté sembrados al lado de la pérgola. Es un contrasentido que, en la actualidad, no haya árboles de tenocté en el parque central.
Tal vez hubo un tiempo en que los pueblos de México tuvieron pérgolas en sus parques. Hoy, los conceptos urbanísticos desecharían de entrada eso que podría ser tildado de armatoste.
Cuando vi las fotografías pensé si los niños jugaban, igual que yo, a que eran trenes o barcos, al pasar por en medio de los pilares. Pensé que sí, porque los niños tienen más semejanza en sus juegos que los adultos en sus trabajos. Los niños juegan juegos sencillos, los adultos juegan a que juegan juegos complejos. Tal vez por esto mi tía nunca creyó que cuando movía mis brazos como si fueran émbolos no imaginaba que viajaba en tren, ¡no!, yo era el tren, por eso de mi boca salía el sonido de los trenes y me deslizaba con la lentitud de los trenes que había visto en las películas en blanco y negro que exhibían en el Cine Comitán.
Un día desaparecieron las pérgolas que había en el parque central y en la plaza de La Pila. De igual manera desapareció la pérgola del patio central de la casa de mi tía. Mi tía murió. Los hijos se disputaron la herencia y dentro de ese pleito fraccionaron la casa y tiraron la pérgola porque ahí levantaron una barda que dividió la casa, como si fuera pastel.
No sé a qué jugaban los niños que jugaban en los parques de Comitán. Nunca lo sabré. Los niños de hoy ya no tienen esos espacios para jugar.