miércoles, 8 de agosto de 2018

CARTA A MARIANA, DONDE SE CELEBRA LA VIDA




Querida Mariana: Nunca he escuchado que alguien pregunte: “¿Para qué sirve jugar fútbol?”; nunca he escuchado que alguien pregunte: “¿Para qué sirve ir al cine?”. Sin embargo, en más de dos ocasiones algún lector de estas ARENILLAS me ha preguntado para qué sirve la escritura.
En este 2018 todo mundo conmemorará los cincuenta años de la Matanza de Tlatelolco. No faltará el que pregunte: ¿Para qué sirve recordar esos momentos?, y, sin dar tiempo para respuesta posible, dirá: “Nada devolverá la vida a todos los muertos o regresará a los desaparecidos”.
La investigadora Andrea Reyes rescató muchos ensayos que escribió Rosario Castellanos y que estaban desperdigados. Uno de ellos fue publicado en el periódico “Excélsior”, el diez de agosto de 1968; es decir, el diez de agosto de 2018 se cumplirán cincuenta años de la publicación de tal escrito.
El texto de Rosario me sirve para dos objetivos: el primero, para conmemorar los cincuenta años de ese escrito, porque la vida debe celebrarse cada día, lo mismo que la inteligencia y la amistad. El segundo objetivo es para consignar que Rosario, en dicho artículo periodístico, abordó el tema aludido en el primer párrafo de esta ARENILLA.
El ensayo de Rosario lleva el siguiente título: “Carlos Jurado: amigo, compañero, prisionero”, y en él cuenta cómo ella llegó a laborar al Instituto Nacional Indigenista (en 1956), en la ciudad de San Cristóbal de Las Casas, donde su jefe inmediato fue Carlos Jurado, quien, al momento de la redacción del ensayo, está encarcelado en Guatemala. El ensayo se convierte en una defensa de su antiguo jefe y amigo. Rosario dice: “…Puedo jurar, si es que eso vale de algo, que el Carlos Jurado que yo conozco, quiero y admiro, es incapaz de hacer daño a nadie…”
Pero, al inicio del ensayo, Rosario aborda el tema infinito de una probable inutilidad práctica del oficio de escritor. Lo aborda con una exquisita ironía. Mirá qué escribe: “Cuando alguien me dice que la literatura no sirve para nada yo estoy de acuerdo. Porque soy hipócrita, porque no me gustan las discusiones y porque en cierta medida comparto esa opinión”.
¿Qué tal? Ahí está el carácter sarcástico de la escritora. Los jóvenes de estos tiempos dirían que Rosario era experta en “dar avión”, porque sabía que las discusiones son estériles cuando el otro está empecinado no en dialogar sino en imponer su opinión. Pero, al final de la cita, Rosario advierte que, en cierta medida, comparte la opinión, y en el segundo párrafo aclara: “…cuando reflexiono a solas descubro que la literatura quizá no sirve ni al progreso de la Humanidad ni a hacer más cómoda ni placentera la vida de los hogares ni para desfacer entuertos…”, pero luego, como si fuera una excelsa esgrimista, da en la llaga con el florete: “Sirve (al menos en mi caso ha servido) al que escribe”.
No sé qué pensés vos, pero pienso que la respuesta de Rosario es muy honesta. Es un poco como decir: “¿Saben qué? Escribo, no porque quiera cambiar el rumbo del mundo, escribo, porque mi rumbo cambia y esto me hace bien; es decir, la escritura es egoísta. Por esa liana también anduvo colgado Gabriel García Márquez cuando dijo que escribía para que lo quisieran. Punto. No más.
Insisto que nunca he escuchado que alguien pregunte al deportista ¿para qué juega fútbol?, pero si así fuera, tal vez el futbolista respondería algo semejante: “Juego porque me sirve”. A final de cuentas lo que se hace con pasión (sana o malsana) provoca placer en el practicante.
¿Para qué le sirve escribir al escritor? ¡Ah, eso sí ya es más complejo! Cada escritor debe tener una respuesta única, que puede estar en el polo opuesto de lo que responde otro escritor. ¿Para qué le sirvió la escritura a Rosario? Hay una serie de probables respuestas, pero una de éstas es la capacidad de catarsis, de exorcizar demonios. Rosario no sólo dio respuesta a la pregunta en el artículo que hoy celebramos, también lo hizo en su poesía. En su poema “Entrevista de prensa” da varias respuestas a la pregunta de por qué escribe, dice, entre otras cosas, que escribe porque alguien, cuando era pequeña, dijo que gente como ella ¡no existe!; escribe porque, un día, adolescente, se inclinó ante un espejo y no había nadie.
Ahí están dos respuestas, puntuales. ¿Por qué escribía Rosario? Porque le servía. ¿Para qué? Para demostrar que sí existía y para hallar un reflejo en el espejo.
Posdata: Celebremos el cincuentenario del ensayo donde Rosario advirtió que la literatura “no sirve ni al progreso de la Humanidad ni a hacer más cómoda o placentera la vida de los hogares ni para desfacer entuertos”. Celebremos que la literatura, cuando menos, sirve para el que escribe. Yo, desde mi modesta orilla, pienso lo mismo.