jueves, 23 de agosto de 2018

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA




Para los que sueñan con Uber, el servicio de transporte particular, acá les decimos por qué en Chiapas no hay tal servicio.
Los chiapanecos crecemos con la marimba y bebiendo pozol. Sabemos que las tradiciones son ricas en elementos culturales y ellas nos otorgan identidad.
Bueno, pues de igual manera, puede decirse que los chiapanecos crecemos con el servicio de taxis regular, que nada tiene que ver con el servicio de Uber, porque Uber está como en nado de Chiapa de Corzo a la Presa de Chicoasén; es decir, está más cerca ir de la Tierra a la luna.
Quienes han tenido la dicha de subir a un taxi Uber saben que lo normal es recibir un servicio distinguido, a pesar de que los conductores son particulares. El usuario pide el servicio desde su celular, elige el auto y el taxista; puede ver en pantalla el movimiento del taxi que lo atenderá. El precio es descontado de su tarjeta (de crédito o de débito). El interior del auto está impecable, el auto, por supuesto, es de modelo recentísimo. El conductor, por lo regular, pone música clásica o jazz o música selecta, en un volumen moderado; jamás, jamás, se mete en conversaciones de sus usuarios.
Para completar la descripción de la fotografía que acá se muestra, diré que el conductor lleva puesto el cinturón de seguridad, protocolo de seguridad que también realizan los usuarios.
¿Qué se aprecia en la fotografía? Al conductor de un taxi chiapaneco (comiteco, para más señas) que utiliza el cinturón de seguridad para detener el asiento que, sin duda, sin tal aditamento se hace para atrás hasta chocar con el asiento posterior.
¿En dónde se ha visto tal absurdo? Ya se dijo, en un taxi comiteco, y es que (también ya se dijo) los taxistas siguen la tradición con la que los chiapanecos hemos crecido. Los chiapanecos hemos crecido usando taxis que son modelos viejísimos. Por favor, que a ningún taxista se le ocurra destinar una nueva unidad para el servicio. “No, jefecito, ¿cómo cree? La gente es bien cochina. Los niños suben comiendo nieves o pizzas. Dejan todo un cochinero. A veces, los adultos fuman y queman la carpeta de los asientos o suben borrachos y vomitan todo el carro. Yo les digo que bajen la ventanilla y que saquen la cabeza, pero cuando la sacan ya mancharon toda la alfombra del piso. Y no sé, jefecito, si a usted le ha tocado una vomitada, apesta peor que la caca”. Y mientras lo platica yo veo que la manigueta para subir y bajar el cristal de la ventana lateral no funciona. ¿Cómo quiere que el borracho baje el cristal y saque la cabeza para vomitar?
“No, jefecito, ¿cómo cree? A veces nos toca una familia con siete, el papá, la mamá, la suegra y cuatro chilpayates. Ah, no sé cómo le hacemos para que quepan todos. ¿Mande? Sí, pues, le digo, los niños suben los pies a los asientos. ¡No! ¿Unidad nueva? Ni pensarlo. Le digo que la gente es bien puerca. No está usted para saberlo, ni yo para contarlo, porque es algo de cerdos, pero una vez una muchacha subió, yo sentía un tufo bien raro, cuando se bajó miré que había manchado el asiento, ¡ah!, la muy canija estaba en sus días. Ni toallas usan ahora estas muchachas liberadas.” Mientras lo cuenta yo le pido si puede bajar el volumen del audio y le pregunto por qué obliga a sus usuarios a escuchar la música que él prefiere. “Pues para que estén contentos en el viaje. Con tanto coche, ahora el tráfico es insoportable, a cada rato recibimos carretadas de humo de los camiones que el gobierno no controla, porque, mire, mire, la gran humareda que hacen. Los deberían multar, pero los de vialidad no hacen su trabajo, sólo se dedican a extorsionarnos.”
Y cuando le pregunto por qué no manda a componer su asiento, para que pueda usar el cinturón de seguridad como debe ser. ¿Qué no ve que arriesga su vida? ¿No ve que usa el broche que corresponde al cinturón del usuario? “No, jefecito, no tengo tiempo. ¿No ve que todo el día andamos buscando la chuleta? Además, el carro no es mío. Ya le dije al jefe, pero él no hace nada por apoyarnos. Tuve que ingeniármelas para que el asiento no se fuera para atrás”.
En lo dicho. Los chiapanecos hemos crecido con este tipo de servicio y los taxistas hacen todo lo posible para que la tradición no se pierda. ¿Uber en Chiapas? ¡Ni pensarlo! ¿No ve que los usuarios son bien cochinos? Han crecido con este tipo de autos, maltrechos, con llantas que (como dicen los clásicos) se ponchan con el piquete de un zancudo, escuchando música de banda y baladas de Arjona, porque según el taxista comiteco, era como un plus para que yo viajara contento.
Nos hemos acostumbrado a arriesgar la vida en cada subida, porque ellos manejan como si estuvieran en un circuito de autos de carrera, porque (crecimos con esa idea) ellos, los taxistas, tienen que ir corriendo como locos porque deben alcanzar la cuota que deben pagar al patrón e incrementar el sobrante, porque es la chuleta que les corresponde a ellos.
Así hemos crecido. ¿Uber en Chiapas? Imposible. Los usuarios somos bien cochinos, así lo aseguró el taxista.
En una ocasión subí a un taxi, me senté en el asiento posterior y (ay, pobre iluso) busqué el cinturón de seguridad, como no lo hallé sobre la superficie, pensé que debía estar escondido en un pliegue, metí la mano y sentí algo horripilante que se movía sobre mis dedos, saqué la mano de inmediato y vi, con asco, que era una cucaracha. Le dije al automovilista y él me contestó, riendo: “Es para que no extrañen la cocina de la casa” y siguió manejando tan campante. Así hemos crecido.