miércoles, 15 de agosto de 2018

DE CRISTAL HA DE SER LA CAMA, DE CRISTAL LA CABECERA





Azucena me preguntó qué elegía: ¿Ser piedra de cimiento o piedra de corredor?, y explicó que si eligiera ser piedra de cimiento siempre estaría cargando el edificio y si eligiera ser piedra de corredor todos los peatones me pisarían a todas horas.
Yo quise decirle que no elegiría ser piedra, ni de cimiento ni de corredor, ni siquiera piedra de cauce de río. ¡No! Jamás piedra de cauce de río, porque no sé nadar y me ahogaría. Ser piedra es un destino ingrato.
Quise preguntarle cómo respiran las piedras en lo profundo del cimiento, cómo respiran las que están en el fondo de los ríos, pero no lo hice, porque ella seguía así, como maestra de primaria, con los brazos cruzados, esperando mi respuesta.
Debía elegir una de sus opciones. Yo hubiese querido decirle que si tuviera que elegir entre algún objeto me gustaría ser cristal de una ventana, ¡claro!, un cristal de esos irrompibles que usan en las ventanillas de banco. Sí, eso elegiría, elegiría ser cristal de ventana, de esas ventanas que dan a la calle.
Imaginé que podría estar todo el día viendo lo que en las calles sucede, que es mucho. ¿Piedra de cimiento? No, que aburrición. ¿Piedra de corredor? No. Ni siquiera me conmueve la idea de poder ver las piernas y las pantaletas de las muchachas bonitas que por ahí caminaran, porque mis ojos estarían siempre hinchados y con moratones como los ojos de los boxeadores con tanto taconazo que recibiría.
No, piedra de cimiento, ¡no!
Me gustaría ser cristal de ventana, porque la transparencia de su esqueleto es un prodigio para la vista, porque permite que quien está adentro de la habitación pueda ver lo que sucede en la calle, y quien pasa por la calle pueda ver lo que hay en la habitación; es decir, el cristal es el objeto más democrático del mundo, es un objeto que no hace distingos ni discrimina a alguien. En cambio, la piedra es un objeto rotundo que no permite ver qué hay del otro lado, por esto, los muros que se han levantado en el mundo han sido muros de piedra. Si los muros fueran construidos con cristales la visión del mundo fuera otra, no una de prohibición sino una de marginal tolerancia. ¿Imaginan al Muro de Berlín construido totalmente de cristal y no de piedra? Los de Alemania Occidental podrían haber visto a todos lo que caminaran en la Alemania Oriental y esto les habría dado la sensación de estar en el mismo espacio. Los padres hubiesen visto a sus hijos; y los amantes también habrían colocado las palmas de sus manos en los cristales para, en un trasvase de energías, gritarse su pasión. Claro, es mil veces mejor como está ahora, sin muro.
Azucena siempre juega conmigo, pero sus juegos son oscuros. Dice que la vida es así y que el juego debe ser representación de la vida, para que no sea una utopía absurda. A mí me gusta jugar los juegos de Azucena, pero sería feliz si sus opciones fueran menos lúgubres. ¿Por qué insiste en decirme que elija entre un cuchillo de carnicero o una navaja de cazador? ¿Por qué me provoca a elegir entre un guante de boxeo o una capucha de torturador?
Cuando me preguntó lo de la piedra levantó una, una que estaba al lado de una buganvilia, y comenzó a jugarla pasándosela de una a otra mano, como si en cualquier momento fuera a aventarla. ¿Qué elegía? Dije que si tenía que elegir ser una piedra, elegía ser una piedra del corredor de la casa. Cuando menos, pensé, podía recibir el aire de la tarde y el sol del mediodía; podía, pensé, tener la esperanza de que el tráfico intenso me despegara del piso y algún niño me levantara y me guardara en su caja de juguetes y algún día me llevara al campo y me colocara en su tiradora en el instante que quisiera matar a un pajarito. Yo podía, entonces, aunque fuera por un ratito, volar, y hacerme a un lado para que el niño fallara el tiro y, en lugar de matar al pajarito, le pegara a una hoja y ésta dejara de estar sujeta a la rama y, de igual manera, tuviera la indecible sensación del vuelo. Yo hacia arriba y la hoja hacia abajo, pero vuelo al fin.