sábado, 25 de agosto de 2018

CARTA A MARIANA, PORQUE NADA ES PARA SIEMPRE




Querida Mariana: Hay un letrero clásico que ronda por objetos viejos: “Como te ves me vi, como me ves te verás”, un poco como para decir que todo se erosiona, se oxida. Las llantas de esta fotografía alguna vez estuvieron en un auto; las puertas, alguna vez fueron elemento de residencias.
El tío Eusebio, cuando ya andaba cascabeleando decía, con voz afectuosa: “Ya estoy un poco desgastadito”, y buscaba el apoyo de un bastón para cruzar el patio, desde su recámara hasta la sala, que estaba en el corredor de enfrente. Esta travesía era muy tardada, como si el tío cruzara el canal de Suez, daba pasos lentos, como si tanteara la resistencia del terreno donde iba a colocar el pie. Tardaba en llegar, pero ¡llegaba!
También, a cada rato, asoma la sentencia definitiva que dice que “La vida es un instante”. Es cierto. Vos no lo percibís, porque los jóvenes no piensan en ello. Los jóvenes (¡bendito Dios!) disfrutan el momento y ven el porvenir a una distancia de miles de años luz. Pero lo cierto es que la vida es un suspiro, apenas llegás a la esquina y a la vuelta ya está el tope final. Pero, ¿cómo?, si apenas ayer éramos niños, si apenas ayer trepábamos por las bardas para subir a los árboles a cortar jocotes. Apenas ayer, abrazados, los integrantes de la palomilla íbamos al sitio de la casa de Mario y fumábamos un cigarro tras otro, para que la cajetilla se acabara pronto y no nos cacharan los papás; apenas ayer, en la madrugada, salíamos del Club de Leones, columpiándonos por los tragos que habíamos tomado; apenas ayer, nos separábamos, porque algunos de nosotros viajamos a la Ciudad de México para estudiar en la UNAM; apenas ayer, en una noche pletórica de estrellas, les dijimos a nuestras muchachas bonitas que queríamos compartir el resto de la vida con ellas; y fue apenas ayer que nacieron los hijos, que los llevamos al parque para que aprendieran a montar bicicleta; y apenas fue ayer cuando esos niños dejaron de correr en los patios y también ellos, ¡ay, de qué se trata!, crecieron y se fueron y nos quedamos solos.
El otro día vi una entrevista que le hicieron a Jane Fonda, una destacada actriz de Hollywood que viene de un padre también artista: Henry Fonda. No me sorprendió verla llena de vitalidad, porque ella, desde siempre, ha sido practicante de los aeróbics y de la buena alimentación. Ella ya tiene más de setenta años. Lo que sí me sorprendió fue su punto de vista respecto de la vida, ella dijo que hemos crecido con una idea equivocada, siempre nos han enseñado que llega un momento en que la vida comienza a declinar. Entonces, la figura que forma esta concepción de vida es como una campana, en la que el niño, el joven y el adulto ascienden hasta cierto momento en que todo comienza a ir hacia abajo. Vos que le entendés bien a la matemática dirás que es como un movimiento de parábola en el cual llega el momento que el proyectil enviado hacia arriba comienza a declinar. ¡Pues no!, dice Jane, ¡no! La vida no debe ser vista con tal imagen. Jane dice que la vida es un ascenso permanente y que la vejez no es otra cosa que la plenitud de llegar a la cima. ¿Mirás? A mí me gustó esa imagen. Es mucho más positiva que la primera. La de la parábola envía mensajes de decrepitud; por el contrario, la imagen de Jane es un mensaje optimista, en el que la vejez no es signo de derrumbe, sino símbolo de plenitud en la que el viejo corona toda una vida de esfuerzos.
La visión del tío Eusebio no era tan sabia como la de Jane, pero a mí me gustaba su visión del mundo, decía que ya estaba un poco desgastadito. Todos los cuerpos y objetos se desgastan. Si digo que hasta las piedras se desgastan con eso digo todo. Pero el tío se trataba con afecto, era mero comiteco, el desgaste lo trataba con un diminutivo, con lo que le quitaba solemnidad al desgaste natural del cuerpo.
¿Qué pasa con las ciudades? Bueno, lo mismo, los edificios y casas y templos y plazas se desgastan con el paso del tiempo. No obstante, las ciudades tienen un certificado de No Caducidad que, cuando es bien empleado, da brillo a lo antiguo, como si fuese de esas esculturas que se ven más bellas cuando se cubren con la pátina de los años. Miguel me dijo que cuando fue a Venecia pensó que caminaba por una ciudad creada en el siglo XX. Le pregunté si me estaba tomando el pelo y dijo que no, que la misma sensación había tenido estando en la Plaza de la Concordia en París. Ahí, frente a él tenía edificios que tenían quién sabe cuántos años de construidos y sin embargo, como las calles estaban llenas de personas y de autos y de motocicletas no se apreciaba que París estuviera “desgastadita”. Hay ciudades (nos dicen los viajeros) que a pesar de que tienen siglos se conservan muy bien. A veces entro al google maps y “viajo” a Venecia y camino a la orilla de sus canales y cruzo el puente que construyó Calatrava, ese famoso arquitecto español del siglo XX que colocó un alfil luminoso en una ciudad del siglo XIV, un puente que respeta el entorno, que casi no se nota, que deja visible toda la grandeza de aquella ciudad. Lo mismo pasa cuando “viajo” por París y voy al Museo del Louvre y me topo con esa grandeza arquitectónica que levantó Pei, arquitecto japonés, en el patio central y que es una pirámide de cristal que, de igual manera, se integra al ambiente con una naturalidad diáfana. Es entonces cuando recuerdo mis clases de arquitectura en la Universidad del Valle de México, plantel San Rafael, cuando, en una clase de mi maestra Miriam, descubrí el genio de Frank Lloyd Wright, con la residencia Kaufmann, que es más conocida como la Casa de la Cascada. ¡Ah, el genio de la humanidad!
Para noviembre esperamos los resultados del Premio Obras CEMEX 2018, concurso en el que, en la categoría de Espacio Colectivo, fue elegida la obra que está en CULTURALIA, y que es diseño de los arquitectos e ingenieros comitecos del GRUPO ALTOVA. Esta obra, de igual manera que los ejemplos dados, tiene la particularidad de integrarse de manera natural al espacio.
¿Por qué me refiero a esta obra? Porque es ejemplo de cómo en una ciudad de siglos, como es la nuestra, puede insertarse una obra contemporánea que no rompe con la armonía de una ciudad centenaria.
¿Está desgastada nuestra ciudad? Sí, por desgracia. Pero el desgaste es reciente y no es propiciado por el paso del tiempo, ni por la mano del hombre, sino por la pezuña de algunas bestias que no aman a nuestra ciudad. Hay casas que están cayéndose, pero no son tantas; son más las casas “modernas” que acusan un deterioro ambiental propiciado por una falta de regulación urbana.
Y si digo que los directivos del grupo ALTOVA van en la misma dirección de los arquitectos respetuosos del entorno, es porque, también, el desgaste de nuestra ciudad comenzó cuando, en los años sesenta y setenta, regresaron estudiantes que, ya convertidos en profesionales de la arquitectura, olvidaron la historia urbana y demolieron lo anterior para edificar lo nuevo, lo chic. Ni siquiera hicieron uso de los materiales de la región, ¡no!, irónicamente se trataba de demostrar que Comitán debía insertarse en la modernidad y se pensó que el camino era el injerto de lo más reciente. Así fue como, sólo como un ejemplo, los pisos ya no tuvieron los mosaicos tradicionales que se hacían en talleres artesanales de Comitán (menciono sólo dos: el taller de don Augusto Caralampio García y el taller de don Enrique Cancino). Los pisos de nuestras casas fueron de losetas de las grandes empresas de la Ciudad de México. Con ello se perdió parte de nuestra identidad y la carencia de demanda propició que tales talleres se cerraran. El otro día me dio gusto entrar al café “Central”, frente al parque Benito Juárez, y ver que, en la reciente remodelación, los propietarios optaron por colocar mosaicos tradicionales en el piso.
¿Por qué se desgastan las ciudades? Por falta de mantenimiento y por exceso de modernidad. El viaje más reciente que hice a la Ciudad de México me dejó impresionado, en forma negativa. Transitar por debajo del segundo piso del periférico fue una experiencia traumática. No dudo en decir que aquella ciudad está desgastadísima. No descubro el hilo negro, la Ciudad de México es una ciudad inhabitable. Comitán aún no llega a tales niveles. Ojalá nunca llegue a tal despropósito.
Un amigo urbanista me dijo que existe el término Ciudades Humanizadas, que son aquellas que privilegian la sana convivencia, que reconocen que la prioridad de una sociedad es el hombre y no el auto. Estas ciudades humanizadas no muestran desgaste, porque siempre están siendo atendidas para beneficio de la colectividad. Comitán debería tender a ser una de estas ciudades, debería ser un lugar donde las banquetas sean para que los peatones caminen con tranquilidad y no con obstáculos en el paso y con el riesgo de fractura por el peligro de la laja.
Posdata: Los comitecos viejos decimos que “Comitán ya no es lo que era”, apenas nos dimos la vuelta y ahora vemos que es una ciudad muy desgastada, una ciudad que, en momentos (¡qué pena!) parece una colonia proletaria de la Ciudad de México. No es justo que eso suceda y que continúe la devastación moral. ¡No! Ojalá que las nuevas autoridades tengan especialistas en materia urbana para que den orden y terminen con el caos.