miércoles, 27 de febrero de 2019

CARTA A MARIANA, CON DOS O TRES LADRILLOS




Querida Mariana: El poeta René Morales estuvo en Comitán hace poco tiempo. Llegó para presentar su libro “Texas, I love you”. Cuando le tocó hablar dijo, entre otras cosas, que había laborado algún tiempo en la diplomacia mexicana y (no digo sus palabras de manera precisa) comentó que conoció a funcionarios inteligentes, dijo que en la diplomacia mexicana laboran personas cultas.
Le creo a René. Yo nunca he estado por esos territorios, pero de lejos sé de muchos mexicanos inteligentes que han laborado en consulados y embajadas.
A mí me interesa de manera particular la imagen de Rosario Castellanos y el papel que desempeñó cuando fue embajadora de México en Israel. Por ahí comenté que, según Andrea Reyes, cuando Rosario recibió la invitación para ser embajadora aceptó de inmediato, pero puso dos condiciones: que se le permitiera seguir impartiendo cátedra universitaria y continuar con sus colaboraciones periodísticas en el “Excélsior”.
Rosario fue embajadora y continuó con sus colaboraciones periodísticas y dio cátedra en la Universidad Hebrea de Jerusalén.
En la Secretaría del Campo (¿así se llama?) hay muchos expertos en la materia, pero muchos no poseen la alta cultura de la literatura, por ejemplo. Son lectores, pero no leen novelas ni cuentos. En cambio, en la Secretaría de Relaciones Exteriores sí hay grandes conocedores de literatura. Ahora recuerdo, por ejemplo, al poeta Hugo Gutiérrez Vega, quien laboró en la Embajada de México, en Inglaterra. ¿Y qué decir del embajador de México en la India: Octavio Paz? Sí, René tiene razón, en la Secretaría de Relaciones Exteriores ha pasado una pléyade (una catazumba) de grandes personajes de la intelectualidad mexicana. Entre éstos aparece el nombre de Rosario.
En la columna periodística del 24 de enero de 1973, Rosario Castellanos escribe: “Este año decidimos, mis alumnos y yo, examinar juntos algunos textos: los que Samuel Ramos, Octavio Paz, Jorge Portilla y Carlos Fuentes han escrito sobre lo mexicano”.
¿Mirás, querida Mariana, qué portento? La señora embajadora, gracias a su terquedad, hizo lo que pocos embajadores han hecho: Sembró la semilla mexicana en la joven intelectualidad israelí, terreno propicio para poblar bosques. Rosario llegó al aula universitaria y compartió lo mejor del pensamiento mexicano. Los embajadores tienen como encargo difundir la cultura de sus pueblos en los pueblos ajenos y distantes. Rosario cumplió con creces.
Imagino a Rosario caminando por los pasillos de la Universidad Hebrea, la imagino, con falda y saco, apurada, entrando al salón, con libros abrazados, libros que contenían las miradas de algunos de los intelectuales más importantes de su país. La imagino, en cualquier instante, ya sentada ante el escritorio de la cátedra, hablando de la música, del carácter, de los juegos, de las pasiones, de la riqueza culinaria y demás hierbas culturales de su país; la imagino, así como quien no quiere la cosa, hablando del pueblo en que ella creció, de las calles de Comitán, de los balcones, de los patios de las casas y de la injusticia que cometían los hacendados con la servidumbre de los ranchos. La imagino recordando a su nana y contando las leyendas de los brujos de Chactajal. Ella, en Israel, daba a conocer la cultura mexicana.
Rosario cumplió con su encargo diplomático, lo hizo con pasión. Supo que su encomienda estaba sustentada en lo que había hecho desde siempre: el periodismo y la cátedra universitaria. Ella, escritora soberbia, supo que no podía renunciar a esos dos pilares fundamentales de su edificio intelectual.
Gracias a Andrea Reyes, quien se dio a la tarea de hurgar en archivos para rescatar las publicaciones periodísticas, ahora, los lectores de Rosario tenemos la oportunidad de conocer la labor que desarrolló en Israel.
Posdata: Tiene razón René, en el servicio exterior mexicano hay inteligencia; tuvo razón Rosario, su labor estaba ligada a generar luz, a través de su palabra, en el periódico y en la cátedra.