jueves, 28 de febrero de 2019

PIES DESNUDOS




Gloria me dijo el otro día que en “Nevelandia” estaba prohibido tirar colillas de cigarros al piso. Esto parece una práctica sana y digna de aplaudirse. En todos los espacios públicos y privados debería estar prohibido tirar colillas al piso. Pero la explicación de Gloria aludía a que en los altos del restaurante “Nevelandia” se efectuaban bailes, a los que asistían las sirvientas de Comitán (por eso muchos le llamaron “Gatolandia”) y la prohibición no tenía qué ver con la higiene y limpieza sino con una cuestión práctica: Era para que las sirvientas no se quemaran los pies.
Sara, la sirvienta que yo conocí en mi infancia, no tenía los pies desnudos. Ella usaba unos zapatos de plástico, de color verde o naranja. Si recuerdo estos colores significa que ella tenía dos pares de zapatos, ¡dos pares! Tal vez uno de estos pares los usaba para el día domingo, tal vez eran sus zapatos de día de fiesta.
Y digo esto, porque sí conocí a compañeros de escuela que llegaban a clases con los pies desnudos. Ahí están como prueba las fotografías de grupo con el maestro. Una fotografía que conservo, del segundo grado de primaria, en la escuela pública Fray Matías de Córdova, es como un muestrario de la diversidad social que, en ese tiempo, acudía a esa escuela. Los estamentos sociales estaban bien diferenciados. Hay algunos muchachos (dos o tres) que ese día de la foto se presentaron con traje, así aparecen, todos muy limpiecitos, con corbata y zapatos lustrados. Ven con gran suficiencia hacia el lente de la cámara; otros (la mayoría) llegaron esa mañana con una vestimenta que hoy llamaríamos casual: camisa limpia, pantalón (dos o tres con suéter) y zapatos con un trapazo; y dos o tres aparecen con sus pantalones limpios, pero remendados, y sin calzado, ahí aparecen sus pies descalzos.
Tal vez, digo sólo que tal vez, si algún fotógrafo hubiese tomado una placa del grupo de una tarde de baile en “Nevelandia” habríamos hallado la misma segmentación: dos o tres estarían con trajes sastre, con cabello engominado y con zapatillas doradas; la mayoría con sus trenzas bien hechas, con vestidos impecables y zapatos de plástico (como los que usaba Sara); y dos o tres (o tal vez más) aparecerían con sus vestidos limpísimos, pero con dos o tres zurcidos visibles, y descalzas (eso sí, con los pies recién lavados, tallados con piedra pómez).
Estoy hablando de finales de los años sesenta del siglo XX. Si nos remontamos más allá en el tiempo, encontramos fotografías del estudio de don Benjamín Crocker donde aparece una familia muy limpia en su vestimenta, pero sin zapatos (con excepción del patriarca).
En los años setenta yo recuerdo a dos personajes de Comitán que no usaban zapatos: Mario, el mocoso; y Caralampio, empleado de la Ferretería Chiapas. Recuerdo las plantas de esos pies como una corteza rugosa y dura. Así recuerdo las plantas de los pies de los dos o tres compañeros que tuve en la escuela primaria. Ellos, por su condición social, vivían en lo que llamábamos “las orilladas” de Comitán. Sus pies, todas las mañanas, tardes y noches, debían caminar por lugares en los que las piedras y el lodo eran los elementos cotidianos. Ahí, en esas calles donde siempre corrían aguas negras, con cadáveres de chuchos, con desechos, había también cristales de botellas quebradas. Una vez un compañerito dejó de asistir a la escuela, nos enteramos que, al correr por la calle donde vivía, un cristal se le había enterrado en uno de los pies, la herida había sido profunda, había manado sangre a profusión. Cuando regresó a la escuela, cojeaba tantito, le seguía molestando la herida, que llevaba una venda sucia, llena de polvo, húmeda.
Tal vez, digo sólo que tal vez, lo mismo sucedía en los bailes (las tardeadas) de Nevelandia. Algún muchacho, sin dolo o con éste, aventaba una colilla prendida al piso y a la hora del baile, alguna muchacha bonita la pisaba. No sé si el ardor la obligaba a levantar la pierna y sobarse, o la vergüenza le daba valor para seguir bailando como si nada, con el rictus de dolor en su rostro. En cualquiera de los dos casos, la sonrisa de mariposa volaba.
Hablo de otros tiempos. El país sigue con muchas miserias, pero cuando menos el país está calzado, cuando menos en el entorno cercano. Hoy veo fotografías de grupos escolares y encuentro que el ciento por ciento de los niños usa calzado, algunos zapatos son de marca exclusiva otros son zapatos más modestos, pero la totalidad del grupo está calzado.
Hace mucho tiempo que no veo a alguien en la calle sin calzado. Los pies desnudos ya no andan por estos rumbos. No sé por qué en este instante pienso que, después de todo, hemos dejado la jodidez extrema. Pienso que hoy los niños de las orilladas pueden correr sin tanto riesgo. No sé. Hoy los riesgos son otros. No sé. No sé si estábamos más jodidos antes, con los pies desnudos, o ahora, con los espíritus sin protección. No sé.