miércoles, 20 de febrero de 2019

CON NOMBRE




Me gusta el Nobel de Literatura, porque es un premio que no se entrega a la improvisación. El premio reconoce una vida entregada a una pasión.
Y digo esto porque hay premios corcholateros. En los pueblos de este país aún hay concursos de cuento que tienen rémoras provincianas. Si la convocatoria anuncia un primer premio con algunos miles de pesos, muchos escritores envían sus trabajos para someterlos al gusto del honorable jurado. En la fecha anunciada, la prensa da a conocer el nombre del premiado. El mensaje dice que perengano participó con el seudónimo tal. El escritor premiado no siempre es un escritor comprometido con el oficio, a pesar de que en las entrevistas diga que, desde pequeño, su mamá le leía cuentos y por ello se convirtió en un gran lector hasta llegar al momento presente en que sube al podio y recibe la rosa de plata y un cheque que lo declara un gran escritor.
Digo que me gusta el Nobel de Literatura, porque los escritores no someten su obra a concurso, son elegidos. Ellos están tranquilos en sus casas y hasta ahí llegan a decirles que son candidatos a recibir el Nobel.
Las convocatorias de concursos locales o regionales o nacionales siempre exigen un seudónimo, un nombre que no dé pistas de la identidad real del escritor. Esto, en apariencia de una intrascendencia feroz, es un pozo sin fondo. El honorable jurado premia a un escritor que no sabe quién es (bueno, hay algunos concursos en los que el Honorable se vende y sí sabe a quién está premiando). El hecho de que se premie una obra por su calidad literaria y no por el aval del nombre da, en apariencia, una huella de honorabilidad e imparcialidad. ¿Es así? Tal vez sí, pero es triste que un jurado premie un seudónimo y no un nombre, una obra, una vida entregada a la creación. El jurado premió a una escritora que tuvo el seudónimo “Fuensanta de los delirios”. ¡Que Dios perdone los excesos!
En algún momento de mi vida me tocó escuchar la molestia de una poeta chiapaneca que fungió como jurado de un premio importante de poesía. Ella dijo que cómo era posible que no hubiera llegado a sus manos la obra de una poeta amiga suya, conocida, valorada (ella sabía que su amiga había sometido su obra al concurso). Dijo que, sin duda, esa obra se había quedado atrapada en el primer filtro. Los primeros lectores del concurso habían ignorado la obra de una gran poeta. Esto obligó al jurado a elegir el que consideraron la mejor obra de las que les fueron entregadas. Sí, esto sucede a menudo en los concursos.
En los concursos literarios participan decenas de escritores, ¡decenas! Al jurado le es entregado un paquete con, digamos, diez obras finalistas, de entre las cuales deberán elegir la mejor. En muchos casos la obra realizada por un escritor que ha entregado su vida a la creación sublime, se queda atorada en el primer filtro, porque algún lector ignoró la trayectoria del escritor, ya que el seudónimo nada dice acerca de la pasión, y el lector, no muy avezado en obras creativas, desechó el engargolado y lo envió a la basura, cuando, en términos justos, debió ser la obra reconocida.
Me gusta el Premio Nobel de Literatura, porque se entrega a escritores reconocidos. Cada uno de los candidatos a merecer el reconocimiento está perfectamente identificado con nombre, obra y datos biográficos. Las obras corresponden a vidas entregadas a la literatura. El Nobel de Literatura premia a un escritor identificado, no a un seudónimo.
Tengo un amigo que no acepta, en las redes sociales, la solicitud de alguien cuyo perfil no está perfectamente identificado. Hay muchos internautas que no tienen foto de perfil, que usan nombres ficticios, nicknames, apodos. Esconden su verdadera personalidad detrás de un seudónimo. A mí me parece correcta el comportamiento de mi amigo: ¿Por qué debe tener amistad con un incógnito, con alguien que usa otro nombre?
En los concursos, todos los escritores deben ocultar su identidad detrás de un seudónimo, un apodo. El honorable jurado se ve sometido a entrar a un terreno resbaladizo que se llama objetividad y premia la obra que, a su real entender, se distingue entre las demás.
Mi amigo Juan dice que se ha dado casos en que se premia al burro que tocó la flauta. Esos escritores laureados jamás vuelven a tocar la flauta, se pavonean de una gloria pasada, de cuando obtuvieron el Primer Premio del Concurso Tal.
Me gusta el Premio Nobel de Literatura. Nadie se llama a engaño. El Honorable (bueno, ni tanto, porque luego anda metido en líos de faldas) premia la obra de un escritor conocido y reconocido. Cada año aparece un listado con nombres reales, con obras sostenidas.
Este año la Academia Sueca premiará a dos escritores, porque el año pasado, por cuestiones extraliterarias no se entregó. Este año aparecerá una lista con nombres de escritores apasionados y de dicha relación saldrán los dos escritores merecedores de la gloria. La Academia premia a escritores con nombre, con obra reconocida a nivel internacional. Sí, me gusta el Nobel de Literatura. Los premios tienen sendas oscuras (en Chiapas se conoció el caso de un “poeta” que hizo hasta la imposible por recibir un premio ¡y lo logró!, aun cuando su obra es menor. En esa ocasión, la obra de un verdadero poeta quedó relegada, porque, como todos, se debió someter a la exigencia de un aberrante seudónimo). Dentro de esa oscuridad, el Nobel también es un premio oscuro, pero, cuando menos, es menos confuso. El jurado saca la carta que tiene bajo la manga ¡a la vista de todos! ¡Ah, son unos magazos! Me gusta el Nobel de Literatura.