sábado, 9 de febrero de 2019

CARTA A MARIANA, CON UN HILO DE LUMINISCENCIA




Querida Mariana: Todos los días suceden miles de actos mínimos que ayudan a hacer más grande esta patria. El otro día te conté cómo un grupo de ex alumnos, en 1992, develó una placa en homenaje a sus maestros. Esa placa quedó como testimonio de agradecimiento. Quienes un día fueron niños crecieron, y al crecer volvieron la mirada y se dieron cuenta que en los salones de primaria tuvieron maestros que entregaron toda su capacidad y cariño para formarlos como ciudadanos útiles a la nación. No es sencillo estar de lunes a viernes frente a un grupo de niños con intereses múltiples. Los niños, por naturaleza, son incansables, curiosos, activos como hormigas, platicadores como chachalacas, caprichudos, malcriados, llorones, chantajistas; muchos viven situaciones desagradables en su hogar y están necesitados de atención y de cariño. ¡Dios mío! ¿Cómo le hacen los maestros para atender a tanto muchachito? ¿Cómo le hacen para tolerarlos, para soportarlos? Cuando es periodo de vacaciones, los papás buscan cursos de verano para que los niños no estén en casa, porque (entre otras cosas) ya no saben cómo controlarlos. No es sencilla la labor de los maestros. Deben cuidar como propios a niños ajenos. No sólo les comparten conocimientos, además hay que educarlos, porque (en muchos casos) los niños no fueron educados en casa. ¿En tu casa no leen? Aquí vamos a leer. ¿En tu casa son irrespetuosos? Acá vamos a enseñar el concepto de respeto. ¿En tu casa te pegan y te maltratan? Acá te vamos a aceptar. ¿En tu casa no te oyen? Acá te vamos a escuchar. ¡Uf, qué complicado!
La rutina hace que sea difícil reconocer la luz que a diario se extiende en los patios de las casas; es difícil comprender, por ejemplo, el afecto y cuidado que las madres otorgan a los hijos. Pero, cuando hacemos un alto en el trasiego diario y nos sentamos a ver cómo hay muchísima gente que no sólo cumple con su trabajo, sino que lo hace con pasión y entrega, entendemos cómo la patria, a pesar de todo lo que tiene en contra, camina y se sostiene.
Cuando uno llena algún formulario siempre aparece la pregunta: Ocupación. Antes, la mayoría de mujeres respondía: Ama de casa. Ahora, todas siguen siendo amas de su casa, pero muchas trabajan para ayudar al sostenimiento material de su hogar. Lejos están los tiempos en que el poeta Salvador Mirón dijo en el poema titulado “A Gloria”: “¡Confórmate, mujer! Hemos venido / a este valle de lágrimas que abate, / tú, como la paloma, para el nido, / y yo, como el león, para el combate.” ¡Ay, mi prenda! Ahora la mujer ya no sólo es paloma para el nido, igual que el hombre anda en el trabajo fuera de casa siendo un león en el combate diario.
Pero basta ver a las llamadas amas de casa (todavía hay algunas que se dedican en cuerpo y alma a atender exclusivamente su hogar) para entender la labor titánica que realizan en pro de su familia y, por ende, en pro de la patria. Conozco a mujeres que se levantan a las cinco de la mañana, para preparar el desayuno de los niños y del esposo. Todo el día están en friega. Ahí están esas madres lavando la ropa sucia, remendando los calcetines y los calzones gastados, viendo que los niños hagan la tarea en la tarde, planchando las camisas del papá, barriendo, trapeando, cuidando el jardín, alimentando a las mascotas, llevando al médico a los hijos agripados, yendo al mercado y cargando bolsas llenas de pan, de jitomates, de frijoles (que escogerán en la mesa y pondrán a cocer), de frutas, de aceite y mil objetos más. Muchas van a la salida de clases por sus hijos (los tiempos de inseguridad así lo reclaman. En el Comitán de los años sesenta, muchos niños caminaban solitos a su casa. Sólo los muy cuidaditos eran acompañados por la sirvienta). En la noche, después de todo un día de trabajo intenso, la mamá debe preparar la cena, guardar la basura, ver que los niños se laven los dientes y se pongan el pijama y, agotadísima, en ocasiones aún debe tolerar las calenturas del marido, a quien no le importa si ella tiene el mismo deseo.
No lo valoramos a cabalidad, pero en el ejemplo que escribí hay un acto mínimo (soberbio) que hace que esta patria se sostenga.
Bueno, también hay dos o tres fodongas que se la pasan jugando canasta, yendo al estilista, haciéndose manicure y que son incapaces de tomar una escoba o de estar pendientes de sus hijos. De igual manera, en las escuelas hay maestros que se la pasan “de a muertito”. Pero una mayoría de maestros mexicanos cumple con pasión su vocación de regar luz en esas plantitas para que crezcan sanas y se conviertan en árboles enormísimos.
El pasado 5 de febrero, el Colegio Mariano N. Ruiz (institución que fundó el padre Carlos J. Mandujano el 5 de febrero de 1950) comenzó una serie de actos para celebrar el camino hacia los setenta años de excelencia educativa. Con la participación de trece escuelas de educación secundaria de la zona 004 se efectuó un concurso de ortografía. La escuela, de por sí, llena de vida, se sublimó con la presencia de maestros y ciento trece alumnos que fueron elegidos en sus respectivas instituciones para participar en dicho concurso. A mí me sorprendió gratamente ver cómo los alumnos respondían la prueba, que era un juego, un juego de la inteligencia y de la capacidad de redacción. Cuando vemos (perdón, no debería decirlo) en las redes sociales a tantos adultos que escriben de manera desaseada, me confortó saber que en estas escuelas de la zona hay maestros que le echan un mojol a su diario quehacer y se preocupan porque sus alumnos lean y aprendan a escribir de manera recta (que eso significa orto).
Vos sabés, querida niña, que leo con gusto a Gabriel García Márquez (Premio Nobel de Literatura), que me gusta su novela “Cien años de soledad” y varios de sus cuentos y otras novelillas que escribió (la que sí es malísima es la de “Memoria de mis putas tristes”, en la que imitó al japonés Kawabata, quien escribió una soberbia novela que se llama “La casa de las bellas durmientes” y que es una genialidad), pero lo que hasta la fecha no tolero es la propuesta boba que hizo en una ocasión en un congreso. En un congreso efectuado en Zacatecas, Gabo propuso que “Jubiláramos a la ortografía”. ¡Qué bobera tan grande! Sobre todo, viniendo de un escritor con gran imaginación. Pero en el fondo había una justificación: El gran Gabo cometía muchas faltas de ortografía. ¡Uf!
Siempre he sostenido que todos cometemos errores en la redacción. No existe el texto perfecto. Si vos te dedicaras a leer con atención esta carta hallarías errores. Pero, en mi descargo, digo que mis textillos son más o menos limpios. Cuando escribo un cuento o una novelilla procuro que sean dignos. Mis lectores merecen todo mi respeto, trato de ser respetuoso, trato de escribir de forma “recta”.
El acto con que el Colegio Mariano N. Ruiz inició el festejo de celebración de setenta años, hacia la excelencia educativa, no pudo ser más emotivo. Ciento trece muchachos de educación secundaria de la zona 004 acudieron a jugar con las palabras, a escribirlas de manera aseada. ¡Ah, qué hermoso que ellos, sus maestros, directivos y padres de familia, caminen por la senda que los hará redactar en forma sencilla, agradable y prestigiosa! ¡Qué bueno que los muchachos de estos tiempos se preocupen por aprender lo que los sabios llaman “El bello idioma de Cervantes”! ¡Qué sabroso que paladeen un idioma que fue uno de los grandes injertos de la colonización!
Ese día, en un pequeño rincón de la patria, ciento trece niños dijeron ¡no! a la propuesta del Premio Nobel de Literatura, se atrevieron a decirle al gran escritor colombiano que no es bueno que los viejos que no aprendieron ortografía lancen propuestas bobas en busca de la jubilación. Nuestro idioma es bello y, por ejemplo, una simple tilde hace la gran diferencia. El otro día, en redes sociales, leí que alguien lamentaba el fallecimiento de una honorable mujer, y en su mensaje escribió “Lamento la perdida”, claro, él quiso decir que lamentaba la pérdida. Si le hubiésemos hecho caso a Gabriel García Márquez cualquier lector despistado podría escribir que le gustó mucho leer “Sien años de soledad”. Seguro que al escritor no le hubiese gustado porque el título habría cambiado todo su sentido: el centenario se habría convertido en una parte de la cara.
Posdata: ¡Bien por esos pequeños actos que hacen más grande la patria! ¡Actos mínimos que fortalecen la educación! La mañana del cinco de febrero, en un puntito de México, muchos niños jugaron con la palabra, jugaron a escribirla bien, a decirle a todo el mundo que la limpieza en la redacción es sinónimo de un pensamiento lógico y puntual.
Esa mañana, el Colegio Mariano N. Ruiz, de Comitán, se llenó de estudiantes con rostros iluminados. ¡Felicidades a todos!