miércoles, 13 de febrero de 2019

CERCA DEL INFIERNO




Cuentan que es la tradición. Cuentan que en la Entrada de Flores los diablitos participaban con matracas en una mano y dando vuelta a la cola con la otra.
De niño me confundía. ¿Por qué los diablitos tenían permiso para salir del infierno y subir hasta las calles del pueblo y participar en esa entrada de flores que era homenaje a un santo?
El 10 de febrero de 2019 tuve algo que definiría, al modo del cineasta Steven Spielberg, como “Encuentro cercano del Tercer Tipo”.
La película (lo sabe medio mundo) habla de un contacto extraterrestre. El contacto de Primer Tipo es un avistamiento; es estar, por ejemplo, de camping en algún bosque, al lado de una fogata y de casas de campaña de tela color naranja; de pronto algo luminoso se mantiene fijo en el cielo y uno de los integrantes del grupo alerta y señala con el dedo índice. ¡No, no! No es una estrella, tampoco una estrella fugaz, ni siquiera un globo, parece una nave extraterrestre.
El contacto de Segundo Tipo, por ejemplo, es la evidencia del rastro de aterrizaje de una nave interplanetaria. Siguiendo con el ejemplo del primer caso, se puede decir que la nave estuvo estática por varios minutos y luego se disolvió como si un hueco en el cielo se la hubiese tragado. Todos la vieron, por eso surgieron los comentarios acerca de experiencias extraterrestres. Pero, cuando la burbuja del morbo se desinfló, la tertulia siguió entre los terrícolas con guitarra, canto, tragos de alcohol, baile, desapariciones furtivas de parejas, hasta que el silencio se instaló en medio de un cielo estrellado, apenas roto por el aullido de un lobo o el regaño de un búho. A la mañana siguiente, alguien del grupo pasó golpeando la tela de las casas de campaña alertando que una parte del bosque estaba quemada, como si una nave gigantesca se hubiese posado en el terreno. Sí, pensaron todos, ¡sí!, dijeron todos: Fue el ovni. Estuvo cerca de nosotros. Pudimos ser objeto de una abducción. Y, entonces, las bromas se soltaron como globos: “Uf, qué asco ser poseída por un extraterrestre. ¿Quién sabe qué clase de pene tienen?”
El contacto del Tercer Tipo es lo que sucede en la cinta de Spielberg. Es la observación de una nave extraterrestre y un ser ajeno a la tierra.
Algo similar me sucedió el domingo diez de febrero de 2019. El primer contacto se dio en Las Siete Esquinas. Estaba sentado en una banqueta, buscando una pequeña sombra. La encontré al lado de una señora que tenía cargado a su hijo en los muslos y en su regazo. El niño, igual que todos los espectadores que presenciábamos la parte profana del acto, estaba contento. Miraba con emoción y alegría esa parte de la celebración en la que las personas participantes van disfrazadas con mil disfraces. El niño sonrió al paso de un grupo que imitaba a los huevos cartoons, o cuando pasó una comparsa con los personajes del Chavo del Ocho. El niño dijo adiós a Jaimito, el cartero, y gritó: ¡Chavo!, a la hora que pasó un muchacho con la clásica gorra con orejeras y los tirantes rojos. El niño estaba contento. De pronto, sin aviso previo, un hombre, disfrazado de diablo, con una máscara horrenda llena de cuernos, y manos con uñas como garfios, se paró frente a nosotros. El niño y yo estábamos a la altura de su panza, enorme, diabólica, peluda. El niño se hizo para atrás, la mamá lo abrazó más fuerte, pero dejó que el diablo, hijo de su demoniaca madre, acercara su mano. El diablo (supuse) jugaba, pero el niño ya estaba aterrado. Si el niño hubiese estado solo yo hubiera intervenido, pero como estaba protegido por su madre, dejé que todo transcurriera conforme el destino comenzaba a delinear su fatídica cuerda. El diablo acercó más su asquerosa mano, en un movimiento lentísimo, el niño ya no soportó más, volteó la cara hacia el vientre de su mamá y comenzó a llorar. La mamá lo abrazó más, mientras el demonio (sin tener plena conciencia de lo que había ocasionado al niño que había llegado dispuesto a disfrutar de esa mañana) siguió su camino. La mamá trató de mitigar la pena del niño, le dijo: “No llorés, él era un diablo bueno”. ¿Un diablo bueno? ¿Hay demonios buenos? Si esto es así, entonces hay ángeles malos, hijos de “toda su Luzbel”. Este animal, según la mamá, era un diablo bueno, ¿los diablos buenos molestan a los niños inocentes? Nada dije, pero quise decirle a la mamá que este tipo asqueroso que había hecho llorar a su niño no era un diablo bueno, ¡no!, era un estúpido, pero nada dije.
Ya en el atrio del templo, al lado de la mesa en que había decenas de vasos de cristal con agua de temperante para los fieles, tuve el segundo Encuentro Cercano del Tercer Tipo. Un demonio con tenis, con cara de estreñimiento y cuernos chiboludos, se acercó y me dijo: “Nos tomemos una foto”. Me sorprendí. Él me conocía, yo estaba en desventaja, porque no llevaba máscara y él sí. No lloré como el niño porque se me hizo fuera de lugar, sólo alcancé a balbucear: “Es una desventaja, porque no sé quién sos”. Él rio, sentí un tufo como de clutch quemado (que atribuí al mítico azufre, pero ahora pienso si no fue un pedo apestoso) y escuché que dijo: “¡Soy el diablo!”. No, pues así sí, nada más dije y miré hacia la cámara. Dos segundos después ya no lo encontré. Una mujer me dijo que había entrado al templo.
Volví a pensar lo que pensaba de niño: ¿Quién les da permiso a los diablos a salir del infierno? ¿Quién les da permiso para entrar a los templos? ¿Quién los autoriza a espantar a niños? Ya no seguí con el pensamiento, porque (ya viejo) sé que esto se da con frecuencia inaudita en nuestro país. Los demonios están sueltos.