miércoles, 26 de junio de 2019

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA ALGO ACERCA DEL ORIGEN




Querida Mariana: No hay acto mínimo. Todo es importante, desde el Big Bang que dio origen al universo hasta la mano que da el papá al hijo que comienza a caminar, el pecho que da la mamá a la niña que comienza a chupar la teta. Imaginá, por favor, la inexistencia de los tres actos mencionados: No habría universo, el niño no caminaría y la niña sería un cadáver.
No hay acto mínimo. Tan importante es el origen del universo como el camino que hace la hormiga en medio del bosque.
Por esto, digo yo, es importante la silla que construye el carpintero; el pan que hace la abuela en el horno del sitio; la canica que avienta el niño en el patio de la escuela; la carta que te envío; la caricia que vos le das a tu mamá; la carrera del Duque, aquel perrito que tuviste. Todo forma el universo.
No hay acto mínimo. Lo importante, digo yo, es que el acto forme, construya. Sí, debo reconocer que también el accidente es parte de ese ciclo natural de vida. Es una pena, pero el equilibrio también se alimenta de la ausencia: la muerte del abuelo, la desaparición de un muchacho, el tipo que se ahorcó por una decepción amorosa, la chica que se escapó de casa con el novio y jamás regresó a su cuarto que quedó empolvándose, con la ropa bien colocada en una gaveta del closet. Esto también constituye la senda de la vida. Los humanos de bien (que, a cada rato, las estadísticas optimistas dicen es mayoría en el mundo) realizan actos que construyen: levantan bibliotecas, se montan en bicicletas, dan vuelta a la cuerda para que los niños brinquen, edifican escuelas para que los niños practiquen ballet, para que dibujen y pinten, para que aprendan cómo patear el balón de fútbol con la pierna izquierda. Los hombres de bien son los que construyen edificios morales que están en consonancia con la armonía universal.
No hay acto mínimo. Todo (nos han explicado los científicos) afecta al universo. ¿Cómo es posible que el sencillo, frágil y maravilloso vuelo de una mariposa afecte el entorno global? ¿Cómo es posible que en una abeja esté encaramada la pervivencia del ser humano? Pues quién sabe cómo sucede, pero sucede.
Quien tira basura a mitad de la calle, quien corta la rama de un ciprés, quien mata con tiradora a un pajarito, quien rompe la página de un libro, quien golpea a un niño, quien mete su asquerosa mano debajo de la falda de una niña, quien raya un pupitre, quien pone un chicle en la silla del maestro, quien levanta una cartera y toma el dinero y desaparece la credencial que identifica al hombre que la perdió, modifica el universo, le abre agujeros negros por donde se escapa la luz.
Todo afecta a todo. Por eso, porque sé que se abren grietas en la pared del aire, celebro a los hombres y mujeres que llenan los vacíos con agua de luz. Me encanta ver cómo el universo recibe dones cuando mi mamá riega las plantas, cuando mi Paty da de comer a nuestra perrita, cuando mi vecina deja libros sobre una banca que tiene en su banqueta para que alguien los tome; me emociona cuando el maestro (en la escuela donde trabajo) se queda con el niño que no entendió un problema algebraico, porque sé que ahí hay algo como una cascada de frutos novedosos. Así como la planta agradece el agua, la Pigo agradece la croqueta, el viejo agradece el libro, y el niño (a futuro) aquilatará el esfuerzo del maestro, así, pienso yo, el universo agradece el acto sencillo y noble. Me encanta el instante en que el maestro Jorge toca la violineta y el maestro Hugo la marimba y luego, ambos, se resbalan un trago de comiteco y sus caras se llenan del color del achiote.
Nadie agradece el grafiti en la pared recién pintada; nadie agradece el rasguño a propósito sobre la cara; nadie agradece la palabra ofensiva a la hora que el maestro obliga al niño a pararse en el patio, como castigo; nadie agradece el balazo a mitad de la frente.
Todo afecta a todo, pero el universo es como una bendición cuando el acto es plegaria del agradecimiento, por esto me fascina saber que vos ayudás a levantarse a tu abuelo cuando él ya acusa cansancio. Agradezco a la naturaleza el instante en que mi mamá se levanta del asiento donde teje una chambrita para ir a la cocina a cortar la fruta que me ofrece en un plato limpio. Soy feliz a la hora que tu mano joven acaricia mi mano vieja, escarapelada como pared de adobe. Sé que el mundo camina en la senda correcta cuando mi sobrina Pau me jala, me sienta en una poltrona en el corredor de su casa y dice que leerá un cuento para el tío y ella traduce, con sonrisas, el cuento del colibrí que en lugar de libar flores de lavanda liba en el vaso de mistela de la tía Alicia. ¡Ah!, dice Pau, nos resultó un colibrí bolo, y se bota en la alfombra y pone sus manos en la panza, por el ataque de risa.
Posdata: Me gusta que el acto construya edificios altos, tan altos como la profundidad de tu mirada.