lunes, 10 de junio de 2019

RAMAS ALTAS




Imaginemos que no conozco a los integrantes de la familia que aparecen en la foto. Imaginemos que no sé, que el más alto (en estatura) se llama Roberto y es el Director Comercial de ARENILLA-Revista y Director General de MIRA QUIÉN; imaginemos que no sé, que la niña del pantalón oscuro se llama Patricia y es Editora Ejecutiva de ARENILLA-Revista y Premio Estatal de la Juventud; imaginemos que no sé, que la mujer de en medio es mamá de Roberto, Patricia y de la niña del vestido rojo, Cielo, quien, la mañana de la fotografía, asistió para recibir la documentación que la acredita como licenciada en Administración, al auditorio Belisario Domínguez, del Centro Cultural Universitario Rosario Castellanos, de la UNACH; imaginemos que no sé, que el más alto (en experiencia y en gratitud hacia la vida) se llama Abelardo y es, junto a su esposa Gloria (la mujer que acá abraza a los otros cuatro) el sostén de este edificio moral. Imaginemos, pues, que nada sé de ellos; que, por azar de la vida, estuve frente a ellos esa mañana y me detuve porque el aro de luz que los rodea llamó mi atención. Y estuve ahí y pensé que estas imágenes son como una bendición para este país, porque en estos tiempos, en México, se celebran cientos de actos en que alumnos egresan de todos los niveles escolares, desde preescolar hasta superiores (¡ah, qué desplante tan de nube alta cuando los pichitos se visten con toga y birrete, como si fuesen universitarios!)
Fotografías similares a ésta son el pan nuestro de cada día, un pan que huele a recién salido, que tiene el aroma de la tradición.
Imaginemos que nada sé de este aro de luz en que la alegría es como una mariposa que aletea; imaginemos que desconozco el motivo de su satisfacción. Entonces, juguemos a imaginar que nuestra patria está hecha de esta sustancia, de integrantes de familias bien avenidas, que, a diario se abrazan y alimentan sus espíritus y se toman fotografías (mil fotografías, muchas más), para infundir esperanza y para agradecer las bendiciones. Porque esta fotografía bien puede sintetizar la armonía de la unidad.
Pero lo cierto es que sí conozco a los integrantes de esta familia, por lo mismo sé que cada una de sus acciones están dedicadas a agradecer las bendiciones del Dios en el que creen. Sé que son ramas que no están derechas, porque la perfección no existe en los árboles hechos de carne, pero soy testigo del camino que siguen día a día, senda en la que fortalecen su unidad y en donde cada acción está dirigida a enaltecer su espíritu, tratando de no ofender al prójimo.
Sé que ellos son una familia modesta, pero altísima en valores; sé que su principal blasón es ser hijos buenos del universo; sé que ellos habitan en una comunidad rural modesta, pero altísima en cielos encumbrados y limpios; sé que ellos son lo que acá se muestra: rostros puros de corazón transparente. Todas las mañanas se levantan y, por la ventana, observan los árboles llenos de pájaros y las plantas llenas de flores que convocan colibríes, mientras un coro de mil aves (más, muchas más) nutren la tierra con sus cantos.
Imaginemos que esta familia es una más de los miles de familias que, en esta temporada, acuden a auditorios, salones, canchas de básquetbol o improvisados escenarios en el patio terregoso de la escuela, para celebrar el término de un ciclo escolar, sea éste el que sea, y se fortalecen, en unidad, por haber contribuido a que un eslabón de esa cadena alcanzó un objetivo, ancla para el ulterior sueño. Este tipo de fotos celebran el éxito y la unión.
Imaginemos que ese universo de fotografías sea la imagen del México que deseamos, un México unido, feliz, lleno de esperanza, esperanza que se fortalece con el trabajo diario, con el diario alimento que es la buena acción.
Imaginemos que imaginamos un país donde la sonrisa satisfecha es el alimento para el alma y el mejor deseo para un país lleno de imaginación y pleno de satisfacciones.
Imaginemos que no conozco a los integrantes de esta familia, que no conozco el río de agua limpia que son; imaginemos que nunca me he topado con ellos a mitad del camino. No obstante, sin conocerlos advierto un aura de luz que me motiva a acercarme a ellos y desearles, de corazón, que les vaya bien y, de paso, agradecerles que nos regalen una estampa de una familia integrada, como deben ser todas las familias de esta, en ocasiones, desintegrada patria.