miércoles, 5 de junio de 2019

CUANDO LA ELE SE VUELVE ESE




A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: Mujeres que son como pulgas en una alberca, y Mujeres que son como una copa de vino a medianoche.
La mujer copa de vino a medianoche es una mujer que, si se enoja, mancha el mantel blanco de la mesa de festejo; ella puede permanecer años y años en la oscuridad de una cava, pero cuando despierta en los labios de su amado fortalece la idea de que su sabor mejora con la edad. Por esto, ella no necesita de afeites ni de cirugías para ocultar las arrugas, éstas las presume como caminos de luz, como surcos donde la semilla germina.
Cuando viaja, como copiloto en un auto, abre la ventanilla y, con los ojos semicerrados, recibe el viento en su rostro, un viento que es como un esquiador que desciende desde el Himalaya. A ella le encanta poner un disco en el reproductor y cantar y alzar los brazos, mientras su pareja conduce el auto. A ella le encanta recargarse en el cristal, abrir los ojos como niña sorprendida, y ver cómo los pinos pasan frente a ella como si desfilaran, como si fueran soldados dirigiéndose a un campo de paz.
A ella le encanta desayunar en terrazas, sentirse paloma en el pretil de una ventana; a ella le encanta disfrutar el momento que los comensales levantan la copa y brindan y prueban el vino, blanco si es pescado, tinto si es un sirloin. A ella le encanta recibir la lluvia en las terrazas, sentir cómo su cuerpo se ablanda con la bendición del agua.
La mujer copa de vino a medianoche le encanta ver cómo aparece la luna detrás de la montaña, cómo abre su ojo de cuervo, cómo, en luna llena, es un globo a punto de expandirse por la manta oscura del cielo.
De las estaciones del año, ella prefiere el verano, cuando los cuerpos de los seres humanos se vuelven hojas de piel en el árbol de las playas. Le encanta ver los cuerpos que se desnudan, que se muestran como son en lo más íntimo. Ella asegura que si las personas se mostraran desnudas en público con más frecuencia, la música tendría otro ritmo, las cintas de los zapatos serían transparentes y las sonrisas volarían a las ramas más altas. Si las personas se desnudaran más a menudo, el mundo sería como una exposición de cuadros impresionistas en el museo del sueño.
El vino, se sabe, ha sido protagonista de los actos más relevantes del mundo. Todo mundo conoce la anécdota donde la madre de Jesús le pide que convierta el agua en vino, para que el jolgorio de la boda sea un continuo. El vino aparece en las presentaciones de libros, en las alfombras rojas, en el bautizo del pichito, en la exposición de pinturas, en la noche de luna de miel, en la miel de la noche y de la luna. El vino se aprecia en la transparencia de la copa de cristal. Por esto, la mujer copa de vino a medianoche abomina que el vino sea servido por manos torpes en vasos de unicel.
A ella le encanta ver películas donde los grandes actores y actrices llevan una copa de vino en su mano y la llevan a sus labios de dioses. Ella disfruta el instante que el vino aparece como una consagración, el instante que Javier Barden, recargado en una columna, vestido con camisa de color vino (qué coincidencia) ve hacia el fondo del salón y tiene una copa de vino en las manos.
Cualquier chica advierte la destreza del amante en la forma que agarra la copa. Hay una gran diferencia entre el chico que toma la copa con ambas manos y el chico que toma la copa del pie; hay una gran diferencia entre el chico que toma la copa del cáliz o de la pierna. Hay una gran diferencia entre el chico que sostiene la copa con una mano que parece un manto divino o una mano que es como la garra de un león despanzurrado.
A la mujer copa de vino a medianoche le encanta estar en estancias que son iluminadas con luces de ámbar, luces que provienen de lámparas discretas, como si caminaran en medio de callejones donde niñas juegan lotería sobre las banquetas. A la mujer copa de vino a medianoche le encanta saberse deseada con el gusto que el faro avisa al barco que hay un farallón frente a él, con el mismo gusto con que la niña mete su pie en la piscina y disfruta que los peces la besen como si estuviera en una manifestación de alondras o en un mitin de abejas arrechas.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: Mujeres que son como rodillos para pintar azucenas, y Mujeres que son como Penélope Cruz a la hora que se sube la falda y se acurruca para orinar.