miércoles, 12 de junio de 2019

TARDE EN LA TRINITARIA




La directora del museo de Historia Natural, de La Trinitaria, me invitó a participar en un foro, celebrado el 11 de junio. Fue mi privilegio estar en la mesa de honor al lado del licenciado Benito Vera Guerrero, cronista de La Trinitaria; del licenciado Rigoberto Nuricumbo Aguilar, cronista de Chiapa de Corzo; licenciado Romeo Duvalier Peña, cronista de Pijijiapan; del licenciado Alejandro Vera Galindo, investigador de Quetzaltenango, Guatemala; y del doctor Fernando Limón Aguirre, investigador, radicado en Comitán. El acto cultural fue parte del programa de feria de La Trinitaria, 2019
Paso copia del textillo que leí.
Buenas tardes.
Cuando la directora del museo me invitó a participar en esta mesa, pensé ¿qué puedo decir de La Trinitaria ante expertos del tema? Hablar de este pueblo, ante personas conocedoras de su cultura, es, como dicen los clásicos, querer enseñarle a hacer chiles a Clemente Jacques, o enseñarle a hacer caramelitos de miel a los zapalutecos.
Decidí apoyarme en el conocimiento de uno de los grandes para compartir una sencilla reflexión. Así que tomé el libro “Apuntes monográficos del municipio de La Trinitaria”, del maestro Benito Vera, libro que me obsequiaron el día que el maestro recibió el nombramiento de Cronista Municipal, encomienda que ya celebré en su momento y que ahora vuelvo a reafirmar en mi emoción.
Abrí el libro, perdón, por la última página, sí, la última, y hallé en el glosario la definición que el maestro da a la palabra “Rompimiento”, palabra que, por fortuna, en estas tierras abandona su carácter agresivo y toma un rostro de alegría. Para mi sorpresa y feliz conmoción hallé que el maestro dice lo siguiente: “Rompimiento: Festividad en la madrugada de la celebración del día de la Santísima Trinidad, patrono de la Trinitaria, consistente en quema de cohetes, repique de campanas, música de marimba.”
¡Ah, el rompimiento, sin duda, es algo muy festivo! Ustedes acaban de experimentar esta tradición.
Llamó mi atención que el maestro Benito sintetizara el rompimiento en tres acciones: quema de cuetes, repique de campanas y música de marimba. Sé que esto no es casualidad, esto es una feliz propuesta. Si la celebración se debe a la Santísima Trinidad, por supuesto que todo debe estar referido a la divina tercia. El maestro hizo un ejercicio de síntesis y eligió, como si fueran los frijoles a la hora de escoger los mejores para la mesa, los tres elementos culturales que resumen el acto celebratorio del rompimiento. Imaginé los tres instantes prodigiosos: el primer instante aparece cuando alguien acerca la brasa a la mecha del cuete y éste toma vida propia y, como si fuese un ave encadenada, se suelta de los dedos que lo sostienen y camina rumbo al cielo para, metros después, abrirse en una flor ruidosa, luminosa y, hay que decirlo, apestosa. ¡Ah, el cielo zapaluteco se llena de deslumbres y de ligeras nubes que se difuminan!
El segundo instante sucede cuando los campaneros echan a volar esas palomas de bronce, palomas que, en lugar de zurear en forma lenta, cantan como si fuesen cenzontles, vuelan como si fueran águilas y danzan como si fueran un solo güet.
Y el tercer instante aparece cuando el maestro del grupo musical, con el bolillo, golpea la marimba y hace el conteo para que todos los demás ejecutantes somaten amorosamente la madera de hormiguillo. El ritmo, igual que el cuete, busca las alturas del cielo para volverse plegaria gozosa y, posteriormente, bajar como lluvia que incendia los oídos y amamanta el corazón de los fieles.
Sí, pensé, qué habilidad del maestro Benito para darnos la imagen precisa del rompimiento.
Y fue cuando pensé que todo debería seguir esa sabia disposición. Cuando los habitantes de La Trinitaria hablen acerca de las riquezas culturales de su pueblo deben hacerlo formando esa figura clásica que refiere a la proporción divina: ¡la trinidad!
Y pensé en los tres personajes de este pueblo que han marcado mi historia personal (cada uno tendrá su triduo especial). Digo que esta tarde honro a Flavio Guillén, porque alguien me dijo que él designó a Comitán como Comitán de Las Flores, y este nombre, no oficial, aún sigue en el corazón de muchos comitecos; esta tarde honro a la licenciada María Trinidad Pulido Solís, intelectual zapaluteca comprometida con la investigación; y honro la memoria de Fedro Guillén. Don Fedro fue un personaje que impulsó el intelecto de muchos estudiantes chiapanecos en los años setenta del siglo pasado.
Y también pensé en los tres espacios naturales que me proporcionaron un hilo que continúa enredado en mi espíritu: El arco, de la región de los Lagos, lugar al que acudimos un grupo de preparatorianos para hacer prácticas de dibujo y de pintura; San José Coneta; y la cueva de los murciélagos, porque el 1 de enero de 1994, mi mamá, mis hijos, mi esposa y yo, estábamos de excursión en ese espacio, cuando alguien comentó que neo zapatistas habían declarado la guerra al gobierno de México.
Y pensé en Yuria, ranchito del poeta Jaime Sabines; y pensé en un ranchito que tuvo el maestro Jorge Gordillo, cerca de la zona de los lagos y que bautizó con el nombre de Yalnajtic (voz tojolabal que significa “Nuestra casita”), donde, en más de dos ocasiones, tomé una o dos cervezas con mi maestro y amigo; y, por supuesto, pensé en el ranchito “Mónaco”, propiedad del poeta, escritor y cronista Óscar Bonifaz, en cuya extensión llena de pinos y orquídeas se respira el aire que bendice estas tierras.
Y pensé que había sido bueno aceptar la invitación, porque me permitió, en este breve sendero hacer un recorrido que me dijo que yo, mero comiteco, tengo grandes ligas con este pueblo, con esta tierra que es santificada porque está hecha con el agua del padre, con el aire del hijo y con la flama del espíritu santo.
Muchas gracias.