miércoles, 19 de junio de 2019

DE LO SUBLIME A LO BRUTAL




Margot dijo: “Me paro donde se para el viento” y pensé que yo no sabía si el viento se paraba ahí o estaba parado en ese sitio, igual que se paraba Margot. Esa indefinición me pareció que era un acierto en el dicho de Margot. Repetí la oración: “Me paro donde se para el viento”, y cerré los ojos y sentí que el viento era como una mano brincando en mi rostro.
Hay una diferencia en pararse en un lugar o estar parado en el sitio. En el primer caso hay algo como una orden o un impedimento: Donde se para el viento; es decir, cuando se topa, por ejemplo, con un muro. En el segundo caso hay algo como un aire de libertad: Donde se para el viento; es decir, donde se le da la regalada gana.
Por supuesto que del dicho de Margot prefiero lo segundo, el deseo de pararse sin algún impedimento.
Y recordé el dicho de Margot porque Romeo me preguntó: “¿Y qué te parecen los vientos que ahora corren por los cielos mexicanos?”. Dijo esto mientras él tomaba un café y yo una limonada, en uno de los cafés al aire libre que están en el andador frente al parque central de nuestro pueblo.
Debo decir que, en ese momento, el viento estaba ausente, apenas nos rodeaba, amorosamente, un aire sosegado. Las chicas con falda y mochilas al hombro caminaban por el parque, bromeaban; dos o tres viejos recibían la boleada del fin de semana; y muchos autos pasaban en la calle frente a nosotros, dos o tres de ellos con emisiones de humo que parecían viejos fumadores.
¿Qué me parecen los vientos que ahora corren en México? Pensé en la novela “Balún-Canán”, de Rosario Castellanos, en las líneas conde la niña protagonista cuenta que fue, en compañía de sus papás, al llano de Nicalococ y vuelan papalotes, y cuando regresa a casa le cuenta a su nana que conoció el viento y la nana le dice que eso es bueno, “porque el viento es uno de los nueve guardianes de tu pueblo”.
Pensé que los vientos que soplan ahora no son afectuosos, no sirven para volar papalotes, porque son tan brutales que arrancan los techos de láminas de la casa donde mora nuestro espíritu. Los vientos de ahora son vientos como de huracán: arrasan, han extraviado la línea blanda y se asumen como cuerdas para el cuello de Judas.
Los vientos que corren ahora tienen garfios como de piratas, tienen cara de pocos amigos. Bueno, con decir que ni adentro de las casas hay sosiego.
Añoramos los tiempos en que los vientos refrescaban los cuartos y traían aromas de bosques y de mar. Las mujeres se acodaban en las ventanas y dejaban que los aires revolvieran sus cabelleras y besaran sus cuellos y caminaran de puntilla por la parte descubierta del pecho. La caricia del viento era tan sutil que los pezones de los pechos alzaban su carita y decían ¡presentes!
Añoramos los tiempos en que los vientos silbaban canciones que eran como pasos de gatos sobre almohadones.
Ahora, los vientos corren desbocados, sin freno. La tala inmoderada propicia que las cortinas verdes se pierdan y no existan pilares donde el viento juegue rondas. Ahora, los vientos nos dan la bofetada a mano abierta.
Romeo tomó un sorbo de café, dijo que la tarde estaba linda. Sí, la tarde era una niña corriendo dulcemente por el parque de Comitán.
Cuando Romeo me preguntó qué me parecían los vientos que corrían en México, en estos tiempos, recordé la frase de Margot: “Me paro donde se para el viento” y pensé que era una frase linda y pensé que me gustaría pararme en ese lugar por decisión propia y no porque hay un muro que impide mi paso y el paso libre del viento.