martes, 18 de junio de 2019

DE CRISTAL Y ALUMINIO




A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: Mujeres que nadan sin alas, y Mujeres que cantan a través de la ventana.
La mujer que canta a través de la ventana amarra un hilo rojo al viento, cierra las puertas del aire y no les echa cerrojo.
Ella, al despertar, en lugar de entrar a la alberca del día, sigue en el hueco del sueño. Esto es así, porque el sueño es como miel para su desayuno, como una tarola y una guitarra para su concierto, como la tierra para el árbol de su deseo, como la palma de la mano para recoger la lluvia.
Ella, en la madrugada, baila en la azotea como si lo hiciera en la terraza del cielo; ella, de puntillas, recoge las migajas que abandonaron los amantes en las escaleras.
Desde niña anhela pintar las rayas que dejan los aviones en la carretera invisible del cielo; desde niña sueña con estar en un escenario, lleno de reflectores, y recibir una andanada de aplausos, porque miles de fans la adoran.
Ella reza el padre nuestro como si pidiera alas para los refugiados, pies para los que carecen de alas y sueños; ora como si pidiera un zaguán para el muro, como si pidiera un vestido para la cama del agua.
Es como una oruga que espera el instante en que deja de ser un tren y se convierte en una gaviota; es como un cajón que no sirve para cargar objetos sino para ser tocado por un experto percusionista; es como una trompeta que, en lugar de deshacerse en cristales de metal, se difunde en nubes sabor de vainilla.
Es como una roca que se disuelve en un alud; como un ombligo que es seducido en la caricia y cierra su ojo de Cíclope para que la mano del amado siembre el deseo; es como una pared que recibe a una hiedra enamorada; es como la fuerza que tiene el martillo a la hora que deshace el cristal del mar.
La mujer que canta a través de la ventana cautiva el brazo que toca la batería, amamanta al pie que da el último paso, dibuja el dedo que señala el árbol que se abre en mil ramas.
Hay mujeres, lo sabe todo mundo, que abren las ventanas y aúllan a la luna; hay otras que abren la ventana y se desnudan a la luz de la luna. La mujer que canta a través de la ventana no necesita aullar ni mostrarse desnuda. Ella privilegia el canto del fogón, el aria que se consume en el vuelo del ave. Ella cautiva con su voz a todo el pueblo. Cuando ella canta, todos suspenden sus actividades y ¡escuchan! El bolero deja el cepillo; el cocinero retira el sartén del fuego; el agricultor se queda como estatua, con las dos manos sobre el azadón; la niña queda suspendida en el aire a mitad del salto sobre la cuerda; el bebé mueve sus manitas y busca el aro divino; el borracho se queda a medio trago y a veces ahí se muere; la abuela deja que se agote el agua de la regadera; el abuelo suspende el chorro de orín; la muchacha retira los labios de su amado, tierno becerrito; la línea del agua se divide en muchas aristas.
La mujer que canta a través de la ventana convierte en murmullos los gemidos y éstos los hace gritos silenciosos que cortan la piedra del aire.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: Mujeres que tienen la cartera en la entrepierna, y Mujeres que sueñan con cantar el Himno de la Alegría a mitad del pecho del amado.