sábado, 5 de octubre de 2019

CARTA A MARIANA, CON UNA IMAGEN COTIDIANA




Querida Mariana: La imagen fue por una casualidad. No se ve todos los días. Pero es una imagen de estos tiempos. Digo que fue una casualidad que me topara con esta mujer (que vendía elotes y chayotes hervidos) al lado de la escultura “Día marcado”, de Luis Aguilar. Fue una bella casualidad. ¿A poco no? Una mujer de carne y hueso del siglo XXI al lado de una mujer de bronce que llevan un canasto sobre la cabeza y ofrecen sus productos.
Las mujeres de Luis Aguilar ofrecen aire, aire que juega en esos espacios vacíos. La mujer de este siglo ofrece, ya lo dije, elotes y chayotes hervidos, envueltos en una bolsa de plástico para que no se enfríen. Ambas mujeres, así lo dicta la tradición, llevan sobre la cabeza un yagual, que, según la definición que da José Luis González Córdova, en su libro “Glosario. Habla popular comiteca.” es una “rueda de trapo que las mujeres se ponen en la cabeza para sentar las cosas que cargan en ella.”
La representación escultórica de Luis alude a las mujeres que recorrían las calles de Comitán con un canasto sobre la cabeza, canasto que llevaba verduras cultivadas en los terrenos cercanos a la ciudad (sobre todo, de Los Riegos).
Los tiempos han cambiado y ahora es menos cotidiana la imagen de las canasteras. Es casi imposible que una canastera se pare frente a la puerta abierta y sus palabras vuelen a través del zaguán ofreciendo: “¿Merca’sté chayotíos?”, “¿Merca’sté ejotíos?”, “¿Merca’sté tomatíos?”, “¿Merca’sté manía?”
Los tiempos han cambiado, éstos son tiempos plásticos. Los tradicionales tamboreros de las entradas de flores ahora tienen tambores hechos con tubos de PVC; las mujeres que cargan el agua en sus comunidades ya no cargan cántaros de barro, usan ¡cántaros de plástico! Y, como mirás en esta fotografía, las canasteras ya no usan canastos de palma, usan ¡vasijas de plástico!
Los oficios son los mismos, pero los chunches para ejercerlos son diferentes. Los arquitectos, anteriormente hacían sus planos sobre papel albanene y usaban tinta china para los trazos, hoy utilizan programas de computadora. ¿Qué decir de los ilustradores y caricaturistas? Lo mismo. Los restiradores están en retirada. Hoy emplean mesas planas donde colocan las computadoras.
Antes, la comunicación telefónica era alámbrica. Tengo varias amigas que trabajaron en la central telefónica. Ahora recuerdo a Rosa Elena, a Lupita (quien actualmente radica en Canadá), y a una hija del maestro Güero. Ellas trabajaban frente a un inmenso tablero que permitía la comunicación a través de plugs. Doña Lolita contaba que cuando alguien en su casa levantaba el teléfono pedía la comunicación diciendo: “Enchúfeme’sté con mi comadre Elena.”, porque las telefonistas debían interconectar el número de quien llamaba con el de la persona requerida a través de un cable. Ahora, ¡por el amor de Dios!, la mayoría de personas se comunica a través de los teléfonos celulares y no fijos.
En mis tiempos de adolescencia, mis compas y yo, mientras tomábamos una cerveza en “La Jungla”, imaginábamos cómo iba a ser el futuro. Siempre decíamos que (ya en estos años del siglo XXI) habría autos voladores y las grandes capitales del mundo serían a semejanza de las ciudades que veíamos en la televisión en la serie de “Los Supersónicos”. El futuro nos quedó debiendo, porque ya estamos en pleno 2019 y esa imaginería sigue siendo una utopía. ¡No! En realidad, debo decir que nosotros, chavos comitecos, le quedamos debiendo al futuro, porque nuestra imaginación fue escasa y jamás advertimos que el celular sería la herramienta maravillosa de comunicación que es.
Ya te conté que en un tiempo colaboré con el semanario “Revista de Revistas”, publicación de Excélsior. En cuatro o cinco números vi publicadas caricaturas que dibujaba. Esto, por supuesto, se debió, más que a la calidad de mis trabajos, a la generosidad de Enrique Loubet Jr. Yo (en ese tiempo) me sentía chento porque mis cartones aparecían al lado de Eko, por ejemplo. En ese tiempo yo hacía el cartón con tinta china y lo coloreaba con plumines, lo metía en un sobre y lo llevaba a la oficina de correos, donde compraba sellos para el servicio de entrega inmediata. ¡Dios de todos los relojes de arena! El sobre tardaba más de una semana en llegar (por eso mis cartones eran de conceptos atemporales y no de sucesos de actualidad). ¿Sabés que hace ahora el caricaturista que está en Japón y publica a diario en los Estados Unidos de Norteamérica? ¡Claro! Da pena comentarlo. Hace el cartón en la computadora y de inmediato envía un correo electrónico y, con igual inmediatez, llega a la oficina del director. El envío no tarda más de medio minuto. ¿Menos?
Todo ha cambiado. Con el surgimiento de los increíbles chunches electrónicos el pensamiento de los seres humanos también sufrió transformaciones. Por esto, Amanda dice que sus nietos nacieron con los ojos abiertos; y no sólo los ojos, dice Valentín, también nacieron con la mente abierta, porque poseen una capacidad innata para manipular los chunches electrónicos. Son incapaces de hacer una sencilla operación matemática, pero son capaces de controlar aplicaciones complejísimas en los celulares. Romeo (quien siempre es un juguetón perverso) dice que su ex novia no sólo nació con los ojos abiertos y con la mente abierta, también nació con las piernas abiertas. Bueno, lo dice porque su ex le puso el cuerno.
Los tiempos cambiaron. El tiempo sosegado de antes se escabulló y el tiempo actual es un tiempo vertiginoso.
La pregunta ahora es: ¿Cómo imaginan ustedes, los jóvenes, que será el futuro? A los de mi generación nos alcanzó el futuro y éste, como ya dije, nos quedó a deber y nosotros le quedamos a deber. ¿Cómo será el futuro que vivirán ustedes?
Nosotros, jamás imaginamos que el clima de Comitán sufriría los estragos que ahora padecemos. En realidad, nosotros imaginamos guerras, pero jamás nos detuvimos a pensar en los estragos ambientales que nos deparaba el futuro. Íbamos a pasear a Los Lagos y los disfrutábamos, caminábamos por el Arco de Piedra y pensábamos que el mundo se mantendría siempre así: intocado. ¿Pensamos algún día que la caca iba a restarle color al prodigioso color de los Lagos? ¡Jamás!
El río grande, como dice Bonifaz, ni era grande ni era río, pero llevaba agua. Jamás imaginamos que una mañana se convertiría en un canal seco, apestoso. ¡Jamás! La educación ambiental era algo que estaba ajeno a los programas educativos. En el jardín de niños nos enseñaban a cultivar hortalizas (es un decir, lo más que hacíamos era echar agua con una regadera a las plantas que habían sembrado las maestras. Sí, usábamos el título de maestra para referirnos a quien hoy llaman miss). ¿Miss? Mis tumutes.
Nos sentíamos orgullosos y en todo mundo celebrábamos el clima templado de nuestro pueblo. Hoy ya no podemos hacerlo. ¿Cómo decir que Comitán es de clima templado cuando andamos sudando las temperaturas que rebasan los treinta grados?
Sí, niña bonita, los tiempos cambiaron, cambiaron, como dice mi madrina Irma, para bien y para mal. La vida siempre ha sido así.
En un capítulo de “Balún-Canán”, la niña protagonista dice que bajaban por la cuesta del mercado y se tropezaban con las mujeres tejedoras de pichulej; ahora esas tejedoras han desaparecido. ¿Para qué la palma si las canastas son de plástico?
Cambiamos lo natural por lo artificial. El otro día compré una mermelada de pera, hecha sin aditivos ni químicos. Se me hizo algo novedoso.
Es cierto, en la actualidad hay muchas personas que buscan un camino para regresar a lo natural. La semilla de este regreso está en las comunidades indígenas, en los territorios donde lo plástico aún no existe.
Posdata: Estoy seguro que has visto esas espantosas noticias donde toneladas de plástico van a dar al mar. ¿En qué momento el plástico se volvió parte de nuestra vida y de nuestra muerte?
Comitán todavía tiene una identidad natural, una forma de ser sencilla. ¿Tendremos la capacidad de vivir en una comunidad alejada de lo plástico? ¿Podremos ser una comunidad de personas naturales?