lunes, 21 de octubre de 2019

CARTA A MARIANA, DE BAJADA




Querida Mariana: Te encargo que no vayás a darle la vuelta a lo que acá te platico. Es mera plática.
Sucede que, como todo el mundo, sueño. No me refiero a sueños o ideales, ¡no!, me refiero a que sueño cuando duermo. Pero, como medio mundo, cuando despierto, la mayoría de veces ya no recuerdo qué soñé.
Anoche soñé y desperté con un recuerdo nítido, como si mi sueño hubiese sido una película o como si lo soñado hubiese sido tan vívido que fuera parte de la realidad.
Estaba en lo alto de un cerro, escuchaba los pájaros y el viento. El viento era como una víbora metiéndose por en medio de las hojas de los árboles. Estaba sentado en una piedra, no había nadie más que yo. Me sentía pleno. Tuve la sensación de que era feliz. Me paré, abrí los brazos y respiré profundo.
Escuché un ruido de hojas secas. Pensé que era un animal. Rogué porque fuera un venado. Esperaba ver un venado de cola blanca, esperaba que él se detuviera ante mí y yo pudiera acariciarlo. Jamás he acariciado un venado. He acariciado gatos, perros, loros, pero no más. De niño acaricié un gusano, pero no volví a hacerlo, porque me dio calentura.
El ruido cesó. Rogué porque no fuera una víbora. Las víboras, lo sabés, me provocan temor.
Bajé tantito hacia donde había ubicado el ruido. Sentí (en mi sueño) que sudaba de más, que el ritmo de mi corazón se aceleraba, como si, en lugar de bajar, estuviera subiendo.
Me di cuenta que bajaba, pero lo hacía, en lugar del sendero de tierra, como había sido al inicio, caminaba sobre peldaños de piedra. Ya mirás cómo son los sueños. Sin que haya una razón especial, de pronto aparecés en otro contexto, bajaba, pero ahora los peldaños ya no eran de piedra, sino que se habían convertido en peldaños ¡de agua! Esto fue lo que me fascinó. Ahora sí que ni en mis más alocados sueños había imaginado que hubiese escalones formados por agua. Los escalones estaban perfectamente formados. Yo, al principio, al dar un paso ¡tuve miedo! Miedo de que mi pie se hundiera. Mi cerebro seguía la lógica de la naturaleza: metés un pie en el agua y el pie se moja y se hunde. Vos sabés que no sé nadar, así que pensé, con temor reforzado, que podía hundirme y ahogarme, pero ¡no! Bajaba y el escalón (de agua) me sostenía perfectamente, como si el agua fuera de una consistencia tal que me permitía “caminar” sobre esa superficie líquida. Sentía la humedad. Mi cerebro continuaba rebelándose y pensaba que podía resbalar sobre esa superficie ligosa, pero ¡no!, los escalones de agua eran como escalones anti derrapantes.
Escuché de nuevo el ruido de hojas secas y vi que metros abajo subía una mujer. Sus pasos eran los que provocaban el ruido. Vi que conforme ella subía, los escalones de agua se convertían en escalones de piedra. Ella colocaba una mano sobre su pierna flexionada, para ayudarse en su ascenso. Cuando colocaba el otro pie sobre el escalón, ella exhalaba. Su exhalación era como un ronroneo, como el murmullo de una mujer que está haciendo el amor en una habitación de hotel y debe contener sus jadeos para que los vecinos no la escuchen.
La mujer llegó hasta el escalón donde yo estaba parado, donde había quedado casi petrificado. Al colocarse a mi lado vi que “mi” escalón de agua se volvió de piedra.
Sabía que soñaba, quería despertar, pero no lo lograba. La presencia de la mujer me intimidaba. Se acercó tanto a mí, que sentí su ronroneo y sus jadeos como si estuviéramos en el fondo de un pozo y todo fuera un eco muy discreto.
Ella me tomó de la mano y me dijo: “No debe haber funerarias cerca de los hospitales”. Rio. Desperté.
Desperté, sudaba mucho. Prendí la lámpara del buró, eran las tres con treinta y cuatro minutos. Todo estaba en silencio. Acomodé la almohada y me senté en la cama. Como si todavía tuviera la humedad de los escalones de agua, pensé: ¿por qué cuando pisaba la mujer, los escalones se volvían de piedra? Pensé que, en cuanto me sentara frente a la computadora, te escribiría y te contaría mi sueño para que no me olvidara lo soñado y para que vos me dijeras el significado.
Posdata: Pero luego pensé en lo que me había dicho la mujer. Supe de dónde había salido su comentario. Una tarde antes, Juan y yo pasamos frente al hospital general y él me comentó que siempre le había parecido muy mal presagio que al lado del hospital hubiera una funeraria. A él le gustaría pensar que quienes acuden al hospital saldrán curados y no que el hospital funciona como una antesala de la muerte, pero así es la vida. De ahí el comentario de la mujer que era bella, tal vez con la belleza de esas mujeres que aparecen en las leyendas y que, al final de cuentas, no son más que representaciones del demonio. ¡Uf!