martes, 22 de octubre de 2019

UN MUNDO VEDADO




Los lectores saben que la lectura tiene muchas ventajas. Las mencionan con emoción. A veces, esta emoción contagia a no lectores. Y estas personas se convierten, también, en grandes lectores. Yo tengo mi relación de ventajas. Pero, tal vez, la que más me seduce es la posibilidad de conocer otras vidas.
El mundo es amplio, lo sabemos. Nuestro propio mundo, tan limitado, ¡es amplio! A veces me siento en una banca del parque central de Comitán y veo lo que sucede a mi alrededor. Muchas personas están sentadas en otras bancas, o descansan al lado de las esculturas, y muchas más caminan. El bolero siempre está acompañado por dos o tres amigos. La muchacha que vende chicharrines está pendiente del celular. Las mujeres que venden tostadas y arroz con leche no tienen un minuto de descanso, untan frijol molido a las tostadas y les riegan salsa roja, picante, sabrosa. Es cuando pienso (¡qué bobo!) que jamás conoceré sus historias, porque cada una de esas personas ¡tiene una historia! Están tan cerca de mí y son ¡tan distantes! Camino por la calle que baja al mercado Primero de Mayo y veo a los comerciantes de ropa o de imágenes religiosas, veo al señor que vende pan de San Cristóbal, a la mujer que atiende la antigua farmacia de don Manuelito; veo a la monja que abre la puerta del Colegio Regina y camina y dobla por la bajada al parque de La Pila. No es mi intención seguirla, pero yo también bajo por esa calle y veo dos o tres peluquerías, con sus paredes llenas de espejos y con las personas, sentadas, que esperan turno. Perdí a la monja, por estar viendo a un grupo de mujeres tojolabales que suben y entran a la tienda donde venden manta y listones de colores. Y (perdón, no puedo evitarlo) pienso que nunca conoceré sus vidas. Y cuando estoy en esos laberintos bobos, pienso que hay miles de vidas en San Cristóbal, en Tuxtla, en Arriaga, en Coita y en muchos lugares de Chiapas, que jamás conoceré. Y, ya metido en la bobera total, traslado mi confusión a las otras ciudades de México y luego a ciudades del mundo y pienso que en Sudáfrica hay cientos de pequeñas comunidades donde viven cientos de personas, protagonistas de historias que me encantaría conocer y que jamás, ¡jamás!, conoceré. Cuando llego a ese túnel me entra un desasosiego fatal, que sólo comienza a ceder en el instante que me siento en cualquier lugar y abro un libro de cuentos o una novela. La literatura me ha permitido paliar un poco este sentimiento de abandono. En los cuentos y en las novelas he podido conocer historias de personas que están lejos de mí, pero que se vuelven cercanas. Y, como siempre he dicho, la literatura no sólo me lleva a calles de París, por ejemplo, sino que me lleva a conocer los interiores de las casas y la intimidad de los habitantes de ellas. La literatura me permite entrar a la habitación donde dos muchachos bonitos juegan juegos de cama. Ahora mismo recuerdo una escena del cuento de Gabriel García Márquez “El rastro de tu sangre sobre la nieve”, donde Nena Daconte toca el saxofón. Gracias a la literatura pude estar ahí, donde Nena toca el saxofón. Ella está sentada, con la falda recogida hasta los muslos y las rodillas separadas, mientras sostiene el sax con sus manos y tiene sus labios sobre el pico del instrumento. Jamás, en la realidad real, podría estar frente a una chica que tocara el sax. No podría hacerlo, porque mi emoción erótica sería confundida con una desviación sexual de viejo depravado. Además, seamos honestos, en Comitán ninguna chica toca el sax en forma tan sensual como lo toca Nena Daconte, en el cuento de Gabo. Por alguna extraña razón, las chicas de los cuentos y de las novelas son más desinhibidas; por alguna extraña razón, la literatura tiene más vida y más muerte que la vida misma.
No necesito enumerar más ventajas de la lectura. Es una bendición para el lector poseer la posibilidad de conocer vidas y meterse no sólo hasta la cocina, sino hasta las recámaras donde una chica duerme sin ropa.
Me encanta ser el lector que entra a esa recámara, sin hacer ruido, caminando de puntillas, para no despertar a esa chica que, en posición fetal, me muestra su grupa, su espalda, sus pechos, sus labios entreabiertos, mientras el aire mueve las cortinas y un rayo de sol se extiende por su cabello. Me encanta oler el aroma que exuda, ¡ah!, el aroma del cuerpo despreocupado, entregado.
La lectura permite que mi vida tan simple se convierta en una gran aventura por los caminos de personas que jamás se muestran más que en ese espejo sensacional que se llama ¡literatura!